CAPÍTULO ONCE

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ARABELLA

El aroma a césped bien cortado llenaba mis fosas nasales.

La mullida cama combinada con las almohadas y las sábanas me generaban un efecto de placer y comodidad para hacer que nunca me quisiera levantar, dure diez minutos mirando al limbo dejando vagar mi mente entre todas las cosas que me habían pasado el fin de semana, al fin, tuve algo de fuerza para salir de la cama, me arregle y recogí el desorden que deja Octavio cuando sale del baño es un como huracán.

Baje con más pesadez de la normal las escaleras y me quede recargada en el marco de la puerta corrediza que da al jardín, la imagen frente a mí era digna de una portada de revista de esas que venden artículos para el hogar, Octavio tiene un hogar que merece ser portada, él era la mágica combinación de dos personas totalmente diferentes idéntico en muchas partes físicas a su madre pero sin perder el encanto de su padre, los miraba con admiración y cariño, sus padres lo amaban con el corazón, él es su orgullo, un pequeño chispazo de envidia y dolor me regreso los pies a la tierra al recordar que yo no tengo nada de eso.

— Cariño, ¿cuánto tiempo tienes ahí?, Santo Cristo y sales sin suéter — los casi gritos de la señora Harrison me interrumpieron 

— Estoy bien, Buenos días — salude a todos

El señor Harrison pasó a mi lado regalándome una sonrisa, la señora Wendy se quitó su rebozo y me lo puso en los hombros, no me dejó refutar, ambos regresaron a la casa dejándonos solos fue en ese instante que me fijé en Octavio sumamente ocupado en cortar pasto, sus hombros y manos moviéndose a la par y más rígidos de lo normal, sé que tenemos un asunto pendiente que está sin resolver.

Me arme de valor para dar un par de pasos y frenar el avance de la podadora, se detuvo, me observó, quise inhalar profundamente pero no pude hacerlo, solo tenía que expresar lo que sentía.

— No podemos seguir ignorando esto Octavio, ambos quisimos que pasara y no podemos regresar el tiempo...

— ¿Te arrepientes? — me pregunto bajando la cabeza y sin observarme

— No — respondí casi inmediatamente — ¿Tú te arrepientes?

Quito la podadora frente a nosotros, las puntas de sus zapatos chocaron con las mías, tomó un mechón de mi cabello y lo pasó detrás de mi oreja.

— No me puedo arrepentir de algo que me fascinó — sus palabras erizaron todo mi cuerpo, dio dos pasos atrás y se alejó dejándome confundida por sus palabras.

Te odio castaño engreído.

El taller mecánico del señor Harrison era enorme instalado en una bodega completa, todo perfectamente acomodado y en su lugar, aunque deseaba haberme quedado en casa mi vena chismosa me atrajo al mal camino para saber cómo era, según Octavio iban a arreglar una fuga de combustible que tenía la Mercedes, eso tomaría tiempo, me quede quieta en una esquina viéndolos trabajar.

No tenía idea de que Octavio sabía de mecánica, la puerta se abrió, el sonido de tacones sobre el piso me hizo voltear y buscar al responsable ella se quitó las gafas de sol y el sombrero, era una mujer hermosa con facciones orientales, aceleró su caminar para prácticamente correr, se aventó a los brazos de Octavio, el imbécil, la recibió con más gusto del que esperaba ver, se abrazaron efusivamente y al separarse ella le soltó un zape en la cabeza haciendo que por accidente soltara una carcajada, alce la cabeza apenada y tenía tres pares de ojos encima de mí, la mujer me sonrió y caminó directamente hacia mi efusivamente también me abrazo, mi cabeza estaba en cortocircuitó no podía reaccionar tan rápido a sus movimientos.

VICTORIA Y HONOR (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora