CAPÍTULO VEINTIDOS

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OCTAVIO

El moño del smoking me corta la respiración al grado que lo tuve que jalar un par de veces tratando de aflojarlo, pero nada parecía funcionar para liberar la presión que estaba consumiéndome, los pasos de mi padre acercándose detuvieron mi lucha.

— ¿Por qué estás tan nervioso? — palmeo mi hombro

No respondí, al contrario evadí su mirada y recompuse mi postura.

— ¿Aún no llegan los Ferrera? – insistió y como respuesta negué con la cabeza — No tardarán mucho estoy seguro...

Admito que no soy bueno guardando secretos y en cualquier momento terminaré contándoselo porque de la nervios que siento la lengua la tengo más floja de lo normal.

— ¿Recuerdas lo que me dijiste en el departamento? — me observo y asintió — Bueno pues tome una decisión...

— ¿Qué decisión?

— Quiero hacer las cosas bien y le pediré a Arabella que sea mi novia

Al fin lo solté, dios, eso sintió liberador.

La mirada inquisitiva de mi padre fue un golpe duro que no esperaba admito que me comenzaba a cuestionar que tan bueno había sido que lo supiera, justo estaba por reaccionar a la defensiva cuando sus brazos me rodearon en un abrazo, sonrió dándome el ánimo y la garantía de que era la correcto.

— Estoy seguro que no se negara — me palmeó las mejillas

— Eso espero — mi tono era bastante nervioso

Eso ultimo no era mentira porque los nervios me estaban tragando vivo, la sopa instantánea que había desayunado nunca me había dado un mal sabor de boca como ahora que ella no aparecía por ningún lado.

Mi pulso se disparó y la garganta se me seco cuando su figura se plantó con firmeza delante de todos, la rubia tenía la capacidad de crear impacto y dejar huella, jamás agacha la cabeza y ni titubea en ningún paso que da, el vestido dorado se adecuaba de forma perfecta a su anatomía hecho de seda suave se veía delicado y armonizaba con su tono de piel y ojos, las miradas de los presentes se pasearon innumerables veces por su presencia, la vi detenerse en compañía de sus padres y su hermano frente a la mesa de regalos donde dejaron sus obsequios, fue en ese segundo de descuido cuando repentinamente desapareció de mi campo de visión.

Algunos invitados detuvieron mi camino al saludarme pero mi inquietud seguía creciendo por querer hallar a la rubia de vestido dorado. La brisa veraniega me arropo cuando puse un pie en el jardín, algunos invitados tomaban el aire pero casi todo está vacío, sus delicados dedos cubriéndome los ojos me sacaron una sonrisa al instante

— Es muy peligroso que un joven como usted este solo de noche — su grácil voz me puso los nervios de punta

— Es más peligroso que yo no pueda verte y los demás sí lo hagan — retiró sus manos de mi cara pude voltear y observarla de pies a cabeza

El escote acentuaba el valle de sus redondos senos y se deslizaba por su cadera delicadamente hasta desvanecerse por todo lo largo de sus piernas, al final de esta noche solo sería un trozo de tela que se quedaría como un simple recuerdo.

— ¿Acabaste de examinarme con la mirada? — levanto me mentón con su dedo retándome con la mirada, sus gestos rebeldes me volvían loco

No respondí a sus tontos cuestionamientos porque en su lugar la jale de la cintura pegando instantáneamente mis labios a los suyos, no le di tiempo a reaccionar para que me siguiera el beso que llevaba anhelando todo el día, sus pliegues eran carnosos y profundos tan apetecibles como para devorarlos y jamás soltarlos, enredó las manos tras mi cuello adoptando una posición más cómoda, su lengua jugueteaba y se entrelazaba a la mía llevándome el éxtasis a tope reafirmando lo que desde hace semanas sentía y que ahora estaba dispuesto a nunca dejar ir, tuvo que separarse por la falta de oxígeno aun así tan pronto se recompuso yo volví a adueñarme de sus labios, ella me debía muchos y yo estaba ansioso por cobrarlos.

VICTORIA Y HONOR (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora