Capítulo 1

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En el inicio no había tantas cosas, era apenas una niña de 10 años, sin amigos de mi edad en el vecindario, hasta que llegó él.

Fue un día de verano. Estaba sentada en la acera de mi casa, la gente iba pasando, saludaba a los conocidos, pero no había nada interesante salvo una cosa: un camión de mudanza a tres casas de la mía

Supe al instante que quería adelantarme al ritual de bienvenida de mi madre, ese que llevaría a cabo una vez que se enterara que había nuevos vecinos. Me tomaría de la mano para ir con ella y diría que, en caso de que haya niños en casa, yo sería una compañía perfecta; sostendría en la otra mano algún pastel barato y diría que ella lo hizo, ¿Por qué? estaba cansada de aquello, por lo que mejor decidí tomar mi bicicleta y acercarme al camión.

Arriba había alguien, un pequeño, o eso parecía. Tenía la altura de un niño de 12 años pero por un momento me pareció más alto. En las manos llevaba una caja que fácilmente podía cargar y, de pronto, volteó. Me concentré tanto en querer verle la cara que perdí el control de la bicicleta y caí al piso a unos cuantos metros del camión.

Traté de no llorar, ¿Qué podría decir él si me vea llorando? sentía arder mis rodillas, y con los ojos en el piso logré ver unos zapatitos color azul corriendo hacia mi.

—¿Estás bien? ¿Te lastimaste?

Y ahí, no pude contenerme más y lloré. Las lágrimas acumulaban tanto en mis ojos que no me permitían siquiera mirar a aquel pequeño.

—Ven, mi mamá sabrá que hacer.

El nerviosismo en su voz me hizo notar que quizás él tampoco sabía que hacer, pero ir con un adulto no era tan mala idea, al menos, no en ese momento.

Era extraño. Nadie se había preocupado por ser tu amiga o amigo, a excepción de Atenea, la única niña en la escuela y el vecindario que era mi amiga.

De cualquier manera, aquel vivaracho chiquillo me levanto del suelo, puso mi bicicleta en las escaleras del pórtico de su casa y me invito a entrar.

—¿Daniel?

Daniel, pensé... qué bonito nombre

—Mamá, traigo a una amiga, se cayó de la bici.

Vi a aquella mujer salir de alguna parte de la casa. Era alta, la estatura común de un adulto y me pregunto cómo me llamaba.

—Ana Sofía.

Me sonrío y me dijo su nombre:  Verónica.

Se encargó de ayudarme, al parecer era doctora y Daniel fue detrás de mi todo el tiempo, así podría verle mejor la cara.  ¿Cuándo? cuando fuera, eso no me preocupaba... ¿No?

—¿En dónde vives, Ana Sofía?

—A dos casas de aquí.

La conversación me distraía, hacía que olvidara un poco que me estaba doliendo.

—¿Qué edad tienes? — me preguntó mientras me colocaba una curita en la rodilla.

—Diez.

—¡Yo tengo once!

Y fue en ese momento que finalmente le vi la cara. La nariz ligeramente respingada, las cejas bien definidas y poco pobladas, las pestañas largas caían sobre sus ojos color café oscuro; las mejillas redondas y un poco abultadas
Era delgado para su edad pero también era alto, lo suficiente como para poder trepar un árbol sin problemas o para alcanzar los pedales de la bicicleta.

—Van a ser buenos amigos. — Me sonrío su madre, mientras yo por dentro pedía que así fuera.

Si decido esperarte •|Daniel Gal|• SAGA WIPLASH #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora