Capítulo 5 ✺

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No era un luchador, no era un guerrero y menos un príncipe. Argel esquivó por tercera vez la estocada de Zalnar que trataba de golpearlo en el brazo o el pecho sin demasiado éxito.

—Debes encararme Argel. No puedes huir de la pelea.

—Claro que puedo, mírame.

—En campo abierto no podrás. —Le recordó esta vez Farion. El hombre se encontraba sentado sobre un viejo barril. Ubicados en uno de los patios del castillo, ese era el lugar para entrenar por excelencia. —Debes alzar la espada, separar más las piernas y luchar.

—Es una espada de madera. ¿Cómo pretendéis que aprenda con un juguete?

—La espada de práctica te ayudará a habituarte al peso de un arma. A manejarla y blandirla hasta que tu brazo y espada sean una única extremidad.

Zalnar trató de golpearlo de nuevo pero Argel volvió a esquivar la estocada. Así varias veces hasta que el mayor logró encararlo, consiguiendo que al pequeño no le quedase más remedio que blandir su espada para defenderse. Entonces el cuerpo del joven pirata cayó al suelo tras tropezarse con sus propios pies al retroceder.

Las risas de Ronet y Farion no tardaron en llegar. Ambos se encontraban sobre viejos barriles comiendo un par de manzanas verdes y francamente parecían disfrutar del espectáculo que el pirata estaba dando.

Argel se mantuvo en el suelo con su cabello rubio revuelto y la cara llena de lágrimas. Él no era un soldado, este no era su hogar. Esta no era su familia. ¿Qué estaba haciendo allí?

—Debes acostumbrarte a la espada, al principio es difícil, pero con el tiempo verás que se hará más sencillo—. Trató de convencerle Zalnar.

—Ah, ¿sí? ¿Cuándo?

—Quizás en un par de meses.

—O años. —La risa de Ronet era lo más ruidoso que el joven pirata había escuchado nunca.

—Farion, llévate a mi hermano de aquí.

—Su alteza, el príncipe Ronet simplemente está comentando lo que ve.

—No necesito un narrador que me cuente todo lo que está sucediendo delante de mis narices, ni tampoco, que mi general me cuestione. Marchaos.

El rostro de Zalnar mostraba el evidente enfado que burbujeaba en su interior. Argel no podía evitar mirarlo desde el suelo, observando como el chico se mostraba con total autoridad ante los presentes, como si se tratase de un auténtico rey. ¿Alguna vez él se vería igual? Y es que la admiración con la que el pequeño lo observaba era más que evidente.

—Sí, su alteza. Príncipe Ronet, acompáñeme.

—No.

—Príncipe...—Farion inspiró con fuerza mientras se arreglaba la armadura.

—No van a echarme de las salas de mi palacio. —Se quejó Ronet para acercarse con su espada de madera hasta sus hermanos—. Él no es un príncipe, no tiene derecho a estar en el castillo, y...

—Es un Gallander, uno de los nuestros. —Sentenció Zalnar, caminando con rapidez para interponerse entre Ronet y Argel que acababa de ponerse en pie—. Atacar a un hombre desarmado es de cobardes hasta para ti, hermano.

—No toleraré que me nadie me llame cobarde. —Ronet que no era más mayor que Argel, gozaba de la terquedad, la valentía y, sobre todo, el ego, como para enfrentarse al heredero de la corona—. Ni si quiera vos, alteza.

—Os hacéis llamar príncipe y ni si quiera tenéis los modales. ¿Haréis lo mismo en las pruebas de la Unión, Ronet? ¿Atacaréis a vuestros rivales en vez de centraros en vuestra carrera?

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora