Capítulo 29 ❆

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Zarandeada como si se tratase de un saco, Vanora Cadogan seguía con las manos atadas por una cuerda a Dullahan Somber. Caminaron, durante horas, sin hablar. La princesa no estaba dispuesta a darle tema de conversación a su secuestrador, y él tampoco parecía dispuesto a ello, lo que en parte la alegró.

El cansancio fue haciendo mella en ella a medida que avanzaban por el bosque, y los ojos de Vanora se iban cerrando lentamente ante el agotamiento que se apoderaba de su cuerpo al completo.

—Sigue caminando. —Le recordó con una orden poco amigable. Desde luego, iba a tener que aguantar demasiado con aquel tipo.

—Estoy cansada.

—Estamos a punto de llegar a los caballos. —Dullahan miró sobre su hombro para tirar de nuevo de forma brusca de la cuerda que se enroscaba en sus muñecas.

—¿Es un campamento?

Sus ojos se iluminaron durante unos instantes, y es que no podría seguir caminando durante otra hora. Al parecer Dullahan parecía quejarse de que su segundo al mando era un inútil, que se había alejado de él con los presos en vez de acercarse. Pero Vanora no abrió la boca, la mantuvo cerrada a sabiendas de que aquello era lo más inteligente que podía hacer en aquel momento.

Y mientras caminaba, su mente no dejaba de darle vueltas a lo sucedido. No podía dejar de pensar en Bugul, en como lo había abandonado allí mal herido. Pero la princesa era consciente de que aquella había sido una buena decisión, una que le había salvado la vida. Pero, ¿Podría haber hecho otra cosa? Tal vez, pero no dejaba de ser una niña. Con ocho años de edad, y con un entrenamiento basado en cazar dos conejos a la semana, no es que tuviera demasiadas oportunidades contra un soldado como lo era Somber.

—No. —Su voz grave y seca, fue todo lo que Vanora necesitó para suspirar con agotamiento.

—¿Vais a decirme porque habéis matado al otro chico?

—No.

—Pero dijisteis que era un traidor. ¿Traidor a quién? ¿A vos?

No hubo respuesta, pero Vanora no estaba dispuesta a rendirse aún mientras las preguntas salían dispersas entre los bostezos que escapaban de sus labios. En cualquier momento sus temblorosas rodillas fallarían y caería al suelo. No le importaba, y sabía que a él tampoco.

Su único alivio lo era el viento fresco que se colaba entre los árboles muertos del fondo. Se acercaban al páramo, a la frontera de la corte sur. Una vez pasado el cuello, solo unos kilómetros lo separaban de lo que era conocido como el Bosque Muerto. Un lugar donde la naturaleza había sido arrasada hacía años, pero que parecía luchar por volver a ganarse su lugar.

—Al menos podríais decirme porque secuestráis a los niños, ¿no?

Tras un silencio muy largo, Dullahan giró sus talones con una lentitud que provocó un escalofrío en lo más profundo de su ser. Como si un viento helado le hubiera calado los huesos, Vanora se vio obligada a frotarse las manos en busca de calor. Sus dedos se estaban durmiendo del frío, y la humedad no ayudaba en absoluto.

—No. —Contestó de nuevo el soldado con su característica voz calmada y sosegada. —Y ya basta con las preguntas.

—No hasta que me digáis como sabéis quien soy si no podéis verme. —Dullahan sonrió con aquella sonrisa torcida que tanto le aterraba, una sonrisa cargada de maldad y malas intenciones. Vanora a sabiendas de la respuesta que le diría se adelantó—. Y no me digáis que es por mi olor, o por mi voz porque no me creo que identifiquéis a la gente así.

Sus ojos plateados se posaron en el hombre y en el caballo que relinchaba en la lejanía. La postura de Dullahan era relajada, y con aquella sonrisa en el rostro se arregló el cabello blanco hacia atrás como si le molestase a la vista. Pues, aunque tuviera sus ojos tapados, su cuerpo entero estaba mirándola a ella.

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora