Capítulo 8 ❆

96 29 64
                                    

Salir escoltada era algo completamente habitual si pertenecías a la Corte Norte. A ninguna mujer le estaba consentido salir de su hogar sola. Siempre debía ser acompañada por su marido, su hermano o sus hijos. Por ello, Vanora no podía creer que le permitieran salir de su residencia en la Corte Sur.

Su madre caminaba a su lado, ambas encadenadas, las muñecas de las mujeres se encontraban marcadas y enrojecidas por las constantes esposas que debían llevar. La pequeña no podía evitar mirar a su madre, en como alzaba la cabeza tratando de mostrar orgullo y resistencia, dos valores que la casa Cadogan debía lucir.

Pasearon por las diferentes calles de la Corte, desde los barrios más lujosos en los que sus huéspedes las invitaban a pasar, la gran mayoría nobles afines a la corona. Lo más probable era que la reina Saelen-Lir Gallander hubiera ordenado a todos sus cortesanos, de más alto o bajo nivel social que debían mostrarse agradables y corteses con los miembros de las cortes restantes. Era una mujer inteligente, astuta, y perspicaz, o esa impresión fue la que tuvo Vanora al verla de lejos presentando sus respetos a los demás lores y ladys. No se dejaría engañar por las manipulaciones de su padre.

—¿Has visto esas joyas? —Preguntó su madre examinando un puesto de la calle. Vanora no tardó en aproximarse, tratando de ver a través de los soldados que las rodeaban—. Están hechas de plata y sus colores azules son gracias a los pigmentos sacados de la piedra azurita, un mineral extraído de Solandis.

—¿Cómo lo sabéis madre?

—Antes de casarme con tu padre, traté de dedicarme a la joyería. Los talleres norteños quedaban fascinados con las lujosas piezas que era capaz de crear...

—¿Y por qué no seguís haciéndolo?

—Ya sabéis como es vuestro padre, si me viera ensuciándome las manos podría castigarme.

—Entiendo. —Murmuró la princesa bajando la cabeza.

Al continuar caminando por las calles y disfrutando de la cálida temperatura, la princesa no podía seguir aguardando a que el sol cayera sobre la playa, en ver aquel espectáculo que la reina había prometido para dar comienzo a las fiestas y a las pruebas de la Unión. Lo poco que había llegado a sus oídos era algo sobre el gran y único lago que se encontraba en la corte.

De pronto el suelo tembló ligeramente, y un grupo de jinetes pasó por el lugar obligando a los viandantes a situarse a cada lado de las calles. Los soldados de la reina y la princesa se vieron forzados a apartarse de su lado.

Aquel era su momento.

Vanora giró sobre sus talones y echó a correr en la misma dirección por donde habían venido, chocándose sutilmente contra uno de los guardias, y haciéndose con un manojo de llaves. Sin apenas saber hacia dónde se dirigía, apartó a las personas que, sorprendidas, observaban a la princesa huir de los guardias que iban tras ella.

Su madre no gritaba, no la avisaba de que aquello fuera una mala idea, pues la princesa ya sabía cuál serían las consecuencias si la atrapaban, y lo harían. En cierta manera, la reina alzó más la barbilla, con orgullo de que su pequeña decidiera luchar por su libertad, aunque fuera mínima y temporal.

No comprendió como llegó hasta los muelles, pero robar una de las capas de un viejo puesto, le propició pasar inadvertida ante los ojos del resto. Las grandes mangas ocultaban las esposas que llevaba, por lo que logró llegar hasta uno de los muelles más alejados de todos.

Un gran barco de madera negra reinaba sobre el mar esmeralda. En sus grandes velas podía verse la calavera de un pirata, atravesada por un tridente. Por la rampa que unía al barco al envejecido muelle, subía un joven de cabello negro. Su piel era morena debido al sol, y un hombre pelirrojo parecía regañarle por alejarse tanto del barco.

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora