Capítulo 23 ❆

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Las imágenes de lo sucedido en la Corte Sur aún la golpeaban como las tormentas de nieve a su gran ventanal en palacio. ¿No debería haber muerto? ¿No se suponía que funcionaba de aquella forma? Varias heridas mortales, desangrarse, y sufrir eran la pauta que su padre siempre contaba en las historias de sus batallas.

Pero parecía ser que Iferyn tenía otros planes para ella. O al menos, eso quería creer.

¿Quién sabía si al final el Emental y protector del Norte había escuchado sus súplicas? A pesar de estar tan lejos, se decía que cuando venerabas a uno de los Cinco siempre eras escuchado. Tal vez después de todo sus súplicas no habían quedado en oídos sordos.

Allí sentada al pie de aquel inmenso árbol, Vanora Cadogan se encontraba inconsciente aguardando la muerte. Esperándola. Deseando que su sufrimiento al fin cesase. Una parte de ella añoraba la sensación de sentirse en paz de nuevo, de no tener que demostrarse a sí misma, ni al resto del mundo que podía luchar.

Pero Iferyn parecía haberla escuchado, o tal vez fuera el destino. Quizás los Cinco Ementales habían decidido que aquel no era su final.

Fue en aquel instante en el que el ruido de unas ramas partiéndose despertaron a la pequeña que, alzando su cuchillo, observó como una criatura aguardaba enfrente suya. ¿Qué se suponía que era? Tenía un cuerpo humanoide, del tamaño de un niño. Vanora juraba que incluso ella podía ser algo más alta que esa extraña bestia que tenía delante.

Su piel verdosa era pálida, y su cuerpo extremadamente delgado iba cubierto por unos harapos en los que habían crecido algunas flores y moho. Su cabello parecía ser lo mismo, una extensión del propio moho que era adornado por extrañas luciérnagas que brillaban aun, a plena luz del día. Una criatura de cara ancha y labios finos que adornaban con una larga línea su rostro, una nariz ancha y carnosa que era coronada por unas ojeras y unos ojos entristecidos.

—Bugul... —Murmuró la bestia frente a ella. Su voz era un mar de dudas, calmado y aun así acompañado de cierto nerviosismo al ver a la muchacha—. Bugul...

—¿Qué...? ¿Qué se supone que eres tú?

Con el hacha en alto, su mano temblaba debido a las pocas fuerzas que le quedaban. Vanora sabía que si la quisiera matar podría hacerlo, que ni tan solo tendría la oportunidad de pronunciar las palabras que ahora aguardaban en su garganta.

La criatura se acercó hasta ella caminando de cuclillas, como si el suelo que pisase fuera cristal que pudiera romperse por su peso. Pero con lo delgado que estaba, ni el cristal más fino podría romperse si se pusiera sobre él.

Atacar le parecía la forma más rápida de deshacerse del problema, un movimiento veloz y la amenaza se disiparía en cuestión de segundos. Pero, ni tenía la habilidad para hacerlo, ni la energía para intentarlo. Era una cría, una niña estúpida que se creía mejor que el resto por haber sobrevivido en una de las peores Cortes de Alstaen.

Una estúpida muchacha que moriría a manos de una bestia en el bosque.

—No te acerques más o te juro que te clavaré el hacha.

A pesar de que su voz trató de sonar amenazante el arma no dejaba de temblar en sus manos, y como si la bestia lo supiera siguió acercándose a ella en silencio ladeando la cabeza de un lado a otro con lentitud, como si quisiera comprenderla.

Como si el brillo de la hoja, que resplandecía gracias a los últimos rayos de sol que aún iluminaban el cielo, llamaban la atención de la criatura. Sus largos dedos verdes, huesudos y algo retorcidos llegaron hasta el hacha. Vanora trataba de rodear con fuerza el mango de cuero, de aferrarse a su única arma con toda la energía que le quedaba, pero ésta se resbaló de sus dedos ante el toque de la bestia.

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora