Los días eran largos, y las noches demasiado cortas para el grupo de niños que aguardaba cada atardecer con esperanza. Sus pequeñas camas que no eran más que un conjunto de heno y hojas húmedas, habían acabado pareciéndose de lo más reconfortantes.
La gran mayoría de los niños y las niñas habían sido asignados en pequeños pelotones a diferentes soldados, los que les mostraban disciplina, y métodos de supervivencia. Trucos, habilidades, y tretas que no habían hecho otra cosa que hacerles sentir mejor. Aquello enfureció a la pequeña princesa, pues no lograba comprender cómo en apenas dos semanas los niños que días atrás habían temblado y mirado a todos lados deseando ver una salida, ahora se acurrucaban al lado de sus nuevos maestros.
Habían cambiado su hogar por otro con demasiada facilidad. Ellos, que probablemente si tuvieran familias que les estuviera esperando, que los quisieran y aún aguardaran en la entrada a sus hogares con esperanza de volver a verlos.
—He vuelto de la reunión con Dullahan. —La voz de Hara la alcanzó mientras la princesa permanecía en lo alto de un grupo de rocas observando a Zelik ser apaleado por un soldado.
—¿Y bien? ¿No te obligará a que aprendas con la espada?
—Yo no sirvo para eso...El otro día casi me matan por no mirar donde debía y... —En aquel instante los ojos de Hara se posaron sobre los de su reciente compañera, y sentándose a su lado zarandeó los pies con nerviosismo—. Dullahan cree que puedo unirme a los curanderos.
—¿Qué? ¡Pero entonces me quedaré sola en las lecciones con ese monstruo!
—No tiene por qué...
—¡Claro que sí! Aquí todo el mundo se siente como en casa, han dejado de intentar escaparse, de ver más allá de estos bosques. No entiendo porque todo el mundo se ha amoldado tan rápido a este lugar. Porque todos hacen lo que ellos quieren.
—Porque nos matarían, y porque no nos queda nada más.
—Eso no es cierto...Muchos de ellos deben tener familia esperándolos más allá de todo esto.
—Sea así o no, ahora estamos aquí. —La mano de piel aceitunada de Hara, agarró los puños de la princesa que aún temblaba de frustración y rabia—. Solo tenemos que sobrevivir. Solo hay que esforzarse un poco, después de todo, Dullahan no es como Hedas. Tenemos suerte.
Aquellas palabras hicieron eco en su cabeza como si se tratase de un zumbido horroroso del que no podía librarse. ¿En serio debían contentarse con aquello? Seguían siendo esclavos de dos de los hombres más horribles del continente, de aquellos que tenían leyendas propias.
Los dedos de Hara trataron de calmarla, fortaleciendo aquel vínculo que habían formado el primer día en la hoguera, pero no hizo efecto. Vanora no estaba dispuesta a encariñarse de nadie de vuelta, pues sabía cómo acababa, y aunque tenía la certeza de que no podría evitarlo con Hara, quería asegurarse de ello. Alejarla antes de que también acabase muerta, por su culpa. Era lo mejor.
Vanora no dijo nada más, segundos más tarde se puso en pie ante los ojos dorados de su compañera y sin decir una palabra, se marchó.
Porque aquella idea, alejar a las personas que quería antes de que acabasen heridas o muertas, era sobrevivir.
Tanto para ellos como para ella misma.
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Sobre la tierra, y con la cara cubierta de polvo, sus ojos se posaron sobre Zelik Omenak, que sonriente y zarandeando su espada de madera observó a la niña con arrogancia. En medio de aquel círculo de pelea donde se encontraban, algunos soldados hablaban viendo con atención a los nuevos reclutas. Entre ellos se encontraba Dullahan que negaba con la cabeza ante la derrota de su pupila.
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Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘
Fantastik|Novela COMPLETA| Vanora Cadogan y Argel Gallander no tienen nada en común. Ella es la princesa de la Corte Norte, un lugar frio y desolado y él un príncipe pirata de la Corte Sur. Es entonces cuando sus destinos se ven unidos y todo cambia. Argel...