Vanora Cadogan no era consciente del esfuerzo que hacían sus piernas al caminar. El bosque era frondoso, y la neblina que cubría sus pies impedía saber si había serpientes o algún animal peligroso cerca. De todas formas, con el cansancio que arrastraba no podría impedir que cualquier cosa le ataca se. Estaba completamente indefensa, y aquello le aterraba.
Sus piernas flaqueaban, y sus manos se encontraban dormidas por la pérdida de sangre, que goteaba de sus dedos como la lluvia perezosa que caía en otoño. Y su cabeza totalmente embotada parecía ser una bomba que iba a explotar. No recordaba cuánto tiempo llevaba caminando, tal vez horas, o días...
No.
Llevaba más de un mes sin detenerse, cazando lo poco que estaba a su alcance y ahora manteniéndose a base de bayas que encontraba en el camino. Sus reservas estaban al límite. Y aunque siempre había presumido de ser capaz de cuidarse sola, y ser una mujer independiente, no dejaba de ser apenas una niña.
Fue entonces cuando unas voces se hicieron eco entre los árboles, acompañados por el silbido del viento que cruzaba las hojas con suavidad, Vanora permaneció oculta en los matorrales más cercanos. No sabía si serían de fiar, ya se había cruzado con algunos guardias que no dejaban de murmurar sobre la nueva asesina del continente. Así que lo más prudente era mantenerse oculta.
La campaña de su padre parecía ir en serio, y aunque le odiase por ello no podía evitar pensar que aun así era de su familia. ¿Cómo podía tratarla así? ¿Tanto temía su padre a que una mujer pudiera reinar o ser importante en su corte? El norte no era lugar para mujeres. O aquella frase era la que sus maestros, y familia siempre le habían recordado. Incluida su propia madre, que aterrada siempre miraba más allá de las ventanas en busca de una salida de aquel infierno helado.
Escondida entre las hojas y las púas de los diferentes arbustos que la rodeaban las voces de dos campesinos que cabalgaban sobre sus caballos llegaron a sus oídos.
—¿En serio creéis que la princesa norteña ha matado al heredero del sur?
—Si os soy sincero dudo mucho que una niña sea capaz de blandir una espada y acabar con la vida de Zalnar Gallander. Era un gran guerrero, precavido y valiente. No se habría dejado amedrentar por una chiquilla. — La voz del otro hombre sonaba segura, como si diera por hecho que Vanora no pudiera levantar siquiera su propio vestido—. Al fin y al cabo, es una norteña, ellas no tienen ninguna instrucción.
—¿Y qué pensáis de los rumores? Dicen que tal vez fuera una Invocadora. —Ante las palabras de su compañero, Vanora vio entre las hojas como ambos se miraban algo aterrorizados. Sin aliento y limpiándose el sudor, ambos acomodaron sobre el caballo las bolsas que cargaban—. Una Invocadora de fuego. Si su magia explotó cuando el heredero estaba cerca...Podría haber acabado con él.
—Eso es improbable, para ello están las pruebas de la Unión. Según me contaron ella no demostró ninguna habilidad especial, ningún tipo de magia....
—¿Entonces está loca?
—¡Claro que sí! Según cuentan los príncipes, afirmaron ver Espectrals. —Tras una pausa para beber agua, el hombre de densa barba retomo la conversación—. Los Espectrals no han sido avistados en la corte desde hace años, nuestras guardias son impenetrables. Esos chicos perecieron al miedo al ver a la norteña volverse loca.
—Sí, tenéis razón. Esperemos que la guardia de la reina de caza a la asesina.
—Lo harán. No saldrá viva de la corte.
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Con un puñado de bayas en las manos, y un viejo odre que yacía algo desgastado aún contenía el agua suficiente para no desfallecer. Su pequeño cuerpo descansaba sobre las hojas y el barro, mientras se alimentaba con pesar de las bayas.
Con el estómago rugiendo bajo su barbilla, y con la vista fija en las heridas que ahora adornaban su cuerpo, se percató entonces de los arañazos que había sufrido al internarse en el bosque. La sangre yacía seca en sus brazos, y cubriendo su ropa.
Arrancándose un trozo de la capa que llevaba decidió reemplazar el torniquete empapado de su sangre, por uno nuevo. Arrancando la tela mugrienta que se encontraba en su muslo y evitaba que el corte siguiera sangrando, colocó rápidamente la siguiente antes de ver como la sangre brotaba de nuevo. Su piel morada y verdosa alrededor de la herida no auguraba nada bueno, pero no podía hacer nada más por su pierna.
Con la mano igual de herida, y supurando sangre a través del vendaje, Vanora miró una vez más al cielo que parecía encarcelado entre las ramas de los árboles que se alzaban sobre su cabeza. Lo había intentado.
Había logrado sobrevivir más de un mes en aquellas circunstancias. Pero ya era demasiado tarde, y sabía que su lecho de muerte sería aquel bosque que le habría las puertas al Bosque Muerto. ¿Sinceramente? Preferiría morir en aquel lugar, rodeada de árboles y la más pura de las naturalezas que no a manos de aquellas bestias sombrías.
Cerró los ojos, y junto a un suspiro dejó caer sus brazos al lado de su cuerpo. Aún recostada en el tronco de un viejo árbol, las palabras que decoraban el emblema de su corte le vinieron a la cabeza.
—Eternos como las montañas... —Comenzó a murmurar en un último intento de buscar paz en lema que los soldados repetían en busca de coraje y fuerzas para enfrentarse a sus enemigos—. Implacables como el hielo.
El viento le revolvió el pelo antes de que pudiera terminar la frase completa. Con la cara cubierta de barro la sacudió ligeramente percatándose de que su vista se volvía borrosa, de que todo aquello que antes lucía a pleno color ahora se fundía lentamente en negro.
—Despiadados como el invierno. Oh, Iferyn, dragón del norte...Ayúdame, si es que existes y os serviré eternamente.
Entonces su cabeza cayó lentamente hacia delante, inclinada junto a su cuerpo quedando así inconsciente por la pérdida de sangre.
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Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘
Fantasy|Novela COMPLETA| Vanora Cadogan y Argel Gallander no tienen nada en común. Ella es la princesa de la Corte Norte, un lugar frio y desolado y él un príncipe pirata de la Corte Sur. Es entonces cuando sus destinos se ven unidos y todo cambia. Argel...