Capítulo 17 ❆

49 25 19
                                    

Apenas podía abrir los ojos, sentía todo el cuerpo entumecido, pero sobre todo dolorido por los recientes acontecimientos. Vanora se encontraba tumbada en la cama de su alcoba admirando las cortinas sacudidas por el viento.

—Muy bien...Ya hemos terminado princesa.

Al alzar la cabeza de la almohada para así limpiarse las lágrimas que caían por sus mejillas, observó con atención como el maestre terminaba de limpiar la herida. Había terminado de coser y desinfectar el corte a la perfección, asegurándose así de que no hubiera riesgo de infección.

—Gracias maestre...

Vanora observó con atención cómo el hombre de barba canosa y calvo, ya entrado en años, terminaba de cubrir su muslo izquierdo con una venda. No podía dejar de admirar la habilidad que aquel desconocido poseía con todos y cada uno de los utensilios que utilizaba para ayudar y sanar a las personas.

—Aquí tiene.

—¿Qué...? —Vanora, desconcertada, lo miró con sorpresa, agarrando el pañuelo que le tendía para limpiarse la cara del sudor y de las lágrimas que había derramado por el sufrimiento.

—Ha aguantado muy bien el dolor. Muchos otros gritan hasta ensordecerme cuando comienzo a coser.

—Durante las últimas horas he experimentado mucho dolor, y este no ha sido el peor.

—Una frase digna del norte y, aun así, muy cierta, princesa. — El hombre que tenía la cara arrugada, le sonrió con ternura antes de observar las cicatrices que decoraban las muñecas de la joven. — Debo suponer que no es la primera vez que os curan de esta manera, ¿cierto?

Vanora no podía admitir aquello que el maestre le pedía. No podía pronunciar aquellas palabras que de su garganta morían por salir, pero que supondrían una reprimenda mayor de lo que deseaba. ¿Aunque, qué podía ser peor? Su padre había saboteado su prueba y había intentado matarla. Aun así, siempre era mejor mantenerlo tranquilo.

Sus ojos se desviaron hasta las cortinas que, perezosas, se zarandeaban de un lugar a otro dejando entrar la brisa marina, junto a ese característico olor a salitre que solo poseía la Corte Sur.

—Princesa Cadogan...

—No debería preocuparse por mí maestre.

—¿Cómo no hacerlo? Está herida, rota, y no hablo solo de su cuerpo.

Sus ojos escocían. Sabía que aquel anciano estaba viendo más allá de su piel, de sus cicatrices y de sus sonrisas falsas acompañadas de gestos indiferentes. De algún modo, el maestre sabía lo mucho que había sufrido antes de llegar aquí, y lo que probablemente le esperaba.

—Nadie más se había dado cuenta de ello...—Murmuró la princesa con la mirada perdida.

—Solo han de mirar con atención para ver como una niña está jugando a ser adulta, a sostener una espada y a armarse con una armadura de plata. Una joven que no quiere ser princesa, ni esclava.

—¿Cómo...?

Vanora no podía hallarse más desconcertada, en como un hombre que no la conocía de nada y con el que no había cruzado hasta ahora más que un par de saludos, la había calado de aquella manera tan profunda.

—Los maestres sabemos muchas cosas jovencita...

En aquel instante, las puertas de sus aposentos se abrieron lentamente y esperando encontrarse con alguno de sus familiares, se llevó una más que grata sorpresa al comprobar que no fue así. Vallan Gallander entraba en la sala junto a sus muletas avanzando por el mármol blanco hasta la princesa y el maestre.

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora