El humo y la ceniza se impregnaron en su piel como una capa más. Los huesos le ardían, los músculos se sentían como si hubieran vertido veneno sobre ellos y Novara Ganodac gritó durante aquella noche como si el propio Umbrak le estuviera clavando sus largas fauces por todo el cuerpo. Como si el mismísimo Iferyn le estuviera lanzando su fuego sobre ella.
Sudor, lágrimas y sangre fue todo lo que alcanzó a ver en las horas posteriores a la muerte de Zelik. En las que su visión completamente borrosa pudo observar a duras penas como dos figuras de dos hombres entraban en la sala, en como uno de ellos se paraba a varios metros de distancia visualizando lo que era la escena, mientras el otro corría hasta ella para cargarla en brazos.
"¿Arterys?"
La pregunta resonó vagamente en su mente, rebotando contra todos lados, pero sin recibir respuesta alguna. Sus oídos aún pitaban por la reciente explosión que ella misma había causado, el dolor por todo su cuerpo le impedía moverse para acomodarse en aquellos brazos.
Hubiera deseado poder alzar una mano para acariciar aquel rostro del que estaba segura en un principio que era Arty, que habría visto lo que acababa de suceder y la pérdida que ambos habían sufrido. Pero Novara conocía a la perfección la respiración de Arterys, alterado o calmado conocía el ritmo en el que su pecho se sacudía y aquel que la sostenía no era su amigo.
Pasos rápidos, acelerados, carreras de un lado a otro y su mente volvió a perderse en la oscuridad cuando sintió el aire fresco de las montañas acariciarla tras los muros del castillo derruido. Como si el mismísimo norte le hubiera tocado con cierto mimo después de su lucha, premiándola y calmándola.
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No sabía dónde se encontraba, ni quien era el misterioso hombre que la estaba sanando. Sus ojos permanecían vendados con una tela empapada en un líquido caliente que relajaba su vista y su cuerpo.
Los días posteriores a la batalla del castillo norteño fueron como si el mundo hubiera acabado. Ni una voz, ni una mano amiga fue a parar al cuerpo de la chica, pues la única ayuda que recibía era la de aquel curandero del campamento, el líder de ellos. Dullahan había estado junto a ella desde que aquellos brazos la habían dejado en una pequeña cabaña alejada del mundo, en la que al parecer no debía de estar cerca del campamento. ¿Por qué? Simple, nadie la había venido a ver. No se escuchaba ni el más mínimo ruido cuando el campamento era el lugar más ruidoso del mundo.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas cada vez se hicieron más largas. Cuando sus heridas comenzaron a sanar, Dullahan le permitió ponerse en pie y examinar a su alrededor la cabaña de madera podrida en la que se encontraban. Un lugar simple con un par de camas de madera, viejos colchones y algunos muebles sucios.
No le había contado gran cosa, no después del reciente acontecimiento. Pero... ¿Qué había pasado en el campamento? ¿Y Hara? ¿Le habrían llevado el cuerpo de Zelik para llorarlo? ¿Y que había sido de Arterys...?
Demasiadas preguntas se atascaron en su garganta el día en el que Dullahan se sentó frente a ella con su espada aun manchada de sangre, ya seca, sobre las piernas. Una señal de respeto hacia ella en muestra de la batalla que habían vivido y en la que él había participado.
—Tus heridas están sanando bien, nuestro maestre cree que ya puedes montar rumbo al campamento. Pero...
—No habéis dicho ni una palabra sobre el campamento desde que desperté hace semanas, ni de qué está sucediendo, ni de qué ha pasado con mis amigos. —Le cortó Novara al tiempo que se cubría la mano aun vendada en la que había habido el veneno. Sus ojos no se alzaron para ver a su mentor, pues estaban puestos en la piel de su antebrazo algo quemada y en cómo la piel caía cómo si se tratase de una serpiente cambiando de piel—. ¿Por qué ahora sí?
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Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘
Fantasy|Novela COMPLETA| Vanora Cadogan y Argel Gallander no tienen nada en común. Ella es la princesa de la Corte Norte, un lugar frio y desolado y él un príncipe pirata de la Corte Sur. Es entonces cuando sus destinos se ven unidos y todo cambia. Argel...