Capitulo 35

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Carlos encendió el proyector y el mapa de la ciudad salió en la pizarra. Con un rotulador rodeó el suroeste de la ciudad.

-El grupo de investigaciones cree que el cuartel puede encontrarse situado por aquí.

-De acuerdo -dijo Felipe-, ¿avisaste a los informáticos?

-No, en cuanto terminemos la reunión lo hago.

-¿Y en qué se basan para decir que es esa zona? -preguntó Benjamín-.

-Aún en nada sólido.

-No pueden ir suponiendo -se quejó Benjamín-.

-Pero por algo deben empezar -le explicó Carlos-. Los informáticos buscaran el rastro de A.S.G. y, si lo hay, lo encontrarán.

-Yo encontré varios datos interesantes -les dijo Camila-. Estuve investigando cuentas bancarias y encontré algunas cuentas que no estaba claramente especificado de donde o hacia donde iba el dinero -repartió a cada uno lo que imprimió-. Figuran algunos nombres.

-Esta cuenta es nuestra -dijo Jorge-. La que está en la hoja dos.

-Sí -concordó Benjamín-. Pero hay otras que no están aquí.

-Que se encarguen los informáticos de buscar más -dijo Felipe- y que investiguen lo que Camila encontró.

Siguieron aportando más información y al cabo de varias horas de debate, la reunión acabó.

La primera que salió, como era de esperar, fue Camila. Enseguida se perdió de la vista de Benjamín, el cual se levantó y salió detrás de Carlos. Ya Camila ni se veía en el pasillo, por lo que suspiró inconscientemente.

De vuelta a su despacho, con nuevos documentos con los que trabajar, Benjamín iba observando a todos los miembros de la A.N.E. con los que se cruzaba. También a los de su grupo, que parecían cada vez más integrados. Era bastante extraño, casi aterrador, que pudieran convivir las dos organizaciones.

Abrió la puerta de su despacho y, mientras cambiada los papeles de un brazo a otro, se quedó inmovilizado. Una cabecita pequeña sobresalía por la mesa de su escritorio. Carlitos levantó la mirada y le sonrió. Enseguida volvió a mirar para abajo y continuó dibujando.

Asombrado, Benjamín entró en el despacho y puso los documentos en la mesa.

-Hola -le dijo al pequeño-.

-¡Hola! -le contestó, volviendo a mirarlo, sonreír y continuar su dibujo-. ¿Te gusta?

-Sí.

Carlitos dibujaba a cuatro personas: dos mujeres, un hombre y un niño. Era él con sus padres, reconoció, y con Camila.

-¿Y qué haces aquí?

-Es mi despacho -dijo el niño sin siquiera mirarlo-.

-¿Ah, sí? -le sonrió Benjamín-.

-Sí, mi padre me dijo cuando nos vinimos a vivir aquí que este sería mi despacho.

-Pues tenemos un serio problema, porque a mí me dijo lo mismo.

-Pero a mí me lo dijo antes -replicó el niño volviendo a mirarlo-, así que es mío.

Benjamín suspiró y volvió a salir del despacho. Cuando volvió, Carlitos ni se inmutó. Dejó la silla que traía delante del escritorio.

-Siéntate al menos aquí.

-¿Por qué? Mi silla es esta.

-Pero esta es más alta -intentó convencerlo-. Y el jefe está siempre sentado en la silla más alta, pero si no quieres no pasa nada. Yo me sentaré.

• El plan imperfecto || Benjamila •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora