Capitulo 21

242 20 0
                                    

Carlos se paró en otra esquina, se aseguró que no había nadie y buscó la cámara. A pesar de que llevaba muchos meses encerrado, no se le había olvidado como actuar. Otro pasillo, las escaleras, otro pasillo. Todas las luces de la planta de abajo estaban apagadas. Solo se veía la tenue luz de emergencias. Y ahora el dilema, ¿por qué puerta salir? Era muy arriesgado salir por la puerta principal, pero en el momento que estuviera fuera, ya estaría envuelto de personas ajenas a lo que pasaba allí. Si salía por la de atrás, se metería en un callejón casi sin salida, porque sabía que las dos entradas estaban llenas de cámaras. Eso sí, se fuera para la que se fuese, estaría muerto si la puerta estaba cerrada.

Se acercó a la mesa de la secretaria de tapadera de abogados y abrió los cajones, buscando algo que lo ayudara a salir de allí. Una tarjeta con el nombre de los abogados y el número de la secretaría, un par de clip y un bolígrafo que desmontó, cogiendo la tinta.
Era muy arriesgado, pero pensaba que tenía más posibilidades por la puerta trasera. Seguramente era más fácil de abrir, aunque luego tuviera que correr todo lo que no había corrido esos meses.
Se giró decidido, pero un fuerte golpe en el pecho lo hizo caer al suelo. Lo habían cogido. Intentó reaccionar, pero su atacante se tiró sobre él, inmovilizándolo. Lo único que le permitió fue girar la cabeza y encontrarse esos ojos azules que conocía tan bien. No le dio tiempo de decir nada porque sintió un pinchazo y luego todo se volvió negro.

Los novios ya habían llegado. Todos habían hecho un coro al rededor para felicitarlos, mientras ellos agradecían a amigos y familiares.

Camila y Benjamín se quedaron al margen. Ya tendrían tiempo de felicitarlos en condiciones. Ahora preferían estar un rato solo, que desde que empezó la boda no habían podido. Estaban sentados en un banco de madera, de cara al coro.

-¿Te he dicho alguna vez que te amo? -le preguntó Benja-.

-Muchas, pero me encanta oírtelo decir -sonrió-.

-Nunca dejaré de decírtelo -haciendo con la punta de su nariz un camino por el cuello de Camila-.

-Luego no podrás parar -se rió Cami-.

-Si podré.

-No me voy a meter en los baños, te advierto.

-No me gustan los baños de aquí, pero sí que he visto a la entrada una cabaña de madera.

-Ni loca -retirándose de él-.

-Es broma, mi amor -la abrazó-. Prefiero la comodidad de la cama -la besó-.

Marcos se fue a retirar del grupo, pero viendo a la parejita como estaba, le dijo a los otros dos que se quedaran mejor allí. Sebastián rió, pero en seguida pensó en lo complicado que se estaba poniendo aquello.

En una furgoneta de la O.A.S. iba Carlos con su agresor. Su atacante miró por el espejo retrovisor, para verlo aún tirado y atado sobre los asientos traseros. Sabía que se estaba jugando la vida llevándose a Carlos, pero no podía dejar que se escapara. No después de lo que le hizo. Y no podía dejarlo tampoco en manos de Rojas otra vez. Había escuchado muchas historias sobre la tortura que el gran Rojas le daba a Carlos. Nunca vio a Rojas, como la mayoría de sus compañeros. Solo unos pocos lo conocían. Pero sí conocía a Carlos y no iba a permitir que lo torturaran. Para eso, estaba ella.

La anestesia que le había puesto a Carlos tendría dos horas de efecto. Tenía que darse prisa porque no podía pedirle ayuda a nadie.

Aparcó la furgoneta al lado de su coche y se aseguró que no hubiera nadie cerca. Cuando la calle estuvo desierta, cogió a Carlos. Si por lo menos aguantara de pie, sería una ayuda, pero Carlos en ese momento tenía menos aguante que un bebé. Lo tiró en los asientos traseros y lo sujetó con los cinturones de seguridad. Se montó en el asiento del conductor y dejó allí la furgoneta. No valía de nada esconderla. Seguramente sabían que ella se había llevado a Carlos por las cámaras, así que daba igual que la furgoneta estuviera por donde le habían indicado que aparcara el coche.
Sabía que ya no podría volver, pero se había llevado una gran desilusión con la organización. No le gustaba el hecho de que no podía conocer al jefe supremo, por ejemplo. Sabía que no sería como en las películas, pero tampoco esperaba algo así. Eran más estrictos que en el ejercito y trataban a los espías base a veces como si fueran niños de cinco años. ¿Esa era la confianza que tenían sobre ellos? Y sin hablar del machismo, claro está.
Pronto dejó la ciudad atrás. Ahora le esperaba una hora aproximadamente conduciendo. Sintió un escalofrío. Si llegaba a su destino con su propio coche, posiblemente la rastrearían. Cogió el móvil y suspiró. Si pretendía meterse en casa de sus padres, tendría que contarles la verdad, así que ¿qué más daba si les pedía ayuda?
Buscó en número de su hermano. Este cogió el teléfono malhumorado.

• El plan imperfecto || Benjamila •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora