Capitulo 41

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Algo le estaba aporreando la cabeza. Sí, por detrás. Un martillo tal vez, pero debía ser el martillo más grande que existiera. No sentía nada más que no fuera la cabeza.

¡Qué dolor!

Benjamín se despertó al sentir un leve apretón de Camila. Estaba seguro que ella se había movido y no tardó en ver como ella fruncía el ceño sin ni siquiera abrir los ojos. Él le devolvió el apretón y ella relajó el entrecejo. Volvió a quedarse dormida.
Miró, desde su ubicación, toda la sala, pero no vio a nadie además de ellos dos. Parecía que hasta Lourdes había decidido dejarlos solos. Pero no tardó en escuchar un ruido en una esquina que no alcanzaba a ver y Blanca apareció en su campo de visión.

-Hola -le susurró ella-.

-Hola.

Blanca miró a Camila y se acercó a la pequeña pantalla que estaba al otro lado de la cama para mirar las constantes vitales de su amiga. Debía estar bien, pensó Benja, porque Blanca sonrió y se fue a otra parte de la sala, tal vez para darle intimidad.

Benjamín dejó de mirarla y se centró de nuevo en Camila. Por el filo del camisón que le habían puesto podía verse sobre su pecho parte de un colgante. Enseguida lo reconoció. Tenía forma de estrella y había pertenecido a la madre de ella. Era también la llave de una caja que su padre había tenido tanto tiempo en su despacho y que luego él había heredado.

Aún no sabía que había en esa dichosa caja, pero tal vez ahora le podría pedir a ella que se la abriera.
Su corazón se encogió cuando recordó que Camila y él tenían una casa juntos, llena de cosas personales de ambos, incluida dicha caja. Quizás debían volver.

Tres horas y media más tarde Camila volvió a moverse pero Benjamín dormía a su lado y no se percató. Cuando ella abrió los ojos, lo primero que vio fue los suaves mechones del rubio que la acompañaba. Volvió a cerrar los ojos. El martillo no paraba de aporrearla.

Pero no era un martillo, comprendió al final, era dentro de su cabeza. Volvió a abrir los ojos y vio que estaba en el hospital.

¿Qué le había pasado? No recordaba nada.

Benjamín le sujetaba la mano fuertemente, sin intención de soltarla. Se incorporó un poco en la cama, con la intención de no despertarlo, pero Benjamín abrió los ojos rápidamente y la miró. Después de unos segundos sin saber si abalanzarse sobre ella y abrazarla o ir corriendo a avisar a alguien, le sonrió.

-¿Cómo estás?

-Bien. Bueno, me duele muchísimo la cabeza. ¿Qué me ha pasado?

Camila dudó entre preguntarle que hacía él allí o no. Pero fuera la causa la que fuese, se alegró enormemente encontrárselo a él, aunque se regañó por ello.

-No lo sé, no me acuerdo.

-Te golpeaste la cabeza, creo -le comentó él. Era lo único que había escuchado-. Pero no sé cómo ni con qué.

Blanca se acercó rápidamente a su amiga.

-¡Por fin despertaste! ¿Cómo te encuentras?

-Me duele bastante la cabeza. Necesito una pastilla.

-Ya la tienes -y le señaló el porta sueros que tenía al lado-.

-Pero me duele -se quejó Camila-.

-No puedo darte más, lo siento.

-¿Qué me ha pasado?

-¿No te acuerdas?

Camila permaneció en silencio con el ceño fruncido. Blanca la miró y tanteó si era grave que no se acordara. Entonces se percató de las manos unidas de Camila y Benjamín. Él se aferraba a ella fuertemente, igual que ella a él.

• El plan imperfecto || Benjamila •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora