Epílogo

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Camila observaba aquella pequeña de pelo rubio y ojos azules jugando con las manzanas. Sonrió. La pequeña se acercó a su padre, en cual se encargaba este año de la recolección del huerto.

Lo amaba tanto que todavía se le oprimía el pecho al pensar en lo cerca que habían estado de no darse una oportunidad.

Cada día amaba más a Benjamín, pero su hija no se queda atrás. Amaba como nunca creyó posible a aquella pequeña de tres años. Ni siquiera el amor que tenía por su sobrino Carlitos se podía igualar a lo que sintió al convertirse en madre.

Todavía recordaba la cara de Benjamín cuando le confesó, dos meses después de rendirse ambos al amor, que estaba embarazada. No habían usado ni una sola vez protección, ambos habían pensado en eso, más nunca lo hablaron, pues en el fondo ambos querían una familia, y el fruto de su amor no había tardado en llegar. Bueno... Había tardado en realidad, pensó Camila tocándose la barriga de siete meses que la acompañaba.

El pequeño también había tardado en llegar y lo esperaban impacientes. Incluida su hermana, que había cogido la costumbre de hablarle. Ellos se derretían cuando la pequeña de la casa hacía eso. Le contaba que tenía muchos juguetes, que quería mucho a sus papis y que quería que saliera de la barriga de mami.

Benjamín cogió a su hija en brazos, para que ella pudiera volver a coger otra manzana. La cara de felicidad de la pequeña era una de las muchas razones por las que agradecía cada día la suerte que había tenido en la vida. Habían sido duros los años en el cuartel, habían sido dolorosos los años que pasó enamorada de Benjamín sin poder estar con él, pero un solo día de su vida actual hacía que mereciera la pena tantos años de sufrimiento.

La cancela se abrió y entró Carlitos. A pesar de las protestas del niño para que lo llamaran Carlos, alegando que ya tenía ocho años y, por tanto, ya era mayor, nadie parecía escucharlo. Él se hacía el enojado, pero enseguida se olvidaba del tema y volvía a jugar a la consola. Saludó a Camila a la distancia y se fue corriendo hacia Benjamín.

Benjamín, que tenía a la pequeña cogida en brazos, señaló a Camila, le dijo algo a su hija y la dejó en el suelo, después de darle un beso en la mejilla. La niña correteó hacia su madre, sonriendo y riendo. Camila solo podía contemplarla, maravillada.

¿De verdad Benjamín y ella habían podido crear esa personita?

—Toma, mami —le dijo la niña, poniendo delante de ella una gran manzana—. Dice papi que es bueno para el hermanito.

Camila cogió la manzana, abrazó a su hija y la besó en la mejilla.

—Gracias, cariño. ¿Quieres un poquito?

La niña sonrió y asintió rápidamente. Camila cogió el cuchillo que tenía preparado en el bolso y peló la manzana. Luego le dio un cacho a su hija, que esperaba impaciente revoloteándola.

Se levantó de la tumbona que Benjamín había llevado expresamente para ella y se acercó a su esposo.

Sí, su esposo.

A pesar de que ninguno de los dos quería casarse debido a los malos recuerdos que ese festejo les proporcionaba, habían ido al juzgado para casarse. Era firmar solo un papel, se decían mutuamente, intentado olvidar la gran cantidad de personas que habían muerto por querer dar un paso más en su relación hacía ya algunos años. Decidieron hacerlo al menos de esa forma cuando empezaron a ponerles pegas por no estar legalmente juntos. Por mucho que se quisieran, parecía que para algunas cosas, solo contaba un dichoso papel.

Afortunadamente, el acto no fue nada traumático. La diferencia entre una boda y otra hizo que en casi ningún momento los recuerdos volvieran a la mente de ambos. No había ceremonia, ni celebración. Solo era firmar ellos dos y los dos testigos, que fueron Jorge y Luisana.

Para sorpresa de ambos, esa noche sus amigos prepararon una barbacoa en casa de Felipe y Luisana debido al nuevo enlace. Fueron todos vestidos de blanco y la tarta casera de Blanca estuvo realmente buena. Brindaron y rieron gustosamente. Fue, sin lugar a dudas, la mejor boda que podrían tener.

Benjamín observó cómo su mujer se acercaba a él, con su hija cogida de la mano y llevando en su vientre a su hijo. Le llenaba de orgullo la familia que había creado.
Mordió la manzana que tenía en la mano, mientras se agachaba para estar a la misma altura que su hija.

—Cariño, tu primo Carlitos está preparando las bolsas de chuches que repartiremos a los niños cuando vengan luego. ¿Por qué no vas a ayudarlo?

Cuando la pequeña escuchó "chuches" sus grandes ojos celestes se le hicieron bolitas. Se tragó lo poco que le quedaba de manzana y salió corriendo a ayudar a su primo.

Benjamín volvió a ponerse recto, con una sonrisa pícara en la cara.

—Eso es jugar sucio —sonrió Camila.

No le importaba. Abrazó a su mujer como pudo debido a su gran vientre y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Ella se rio mientras intentaba zafarse.

—Tengo una cosa para ti —ronroneó sin apartarse de su lado.

—No podrás comprarme con chucherías. Sabes que prefiero la fruta —le contestó burlonamente, mientras le quitaba la manzana mordisqueada que él tenía. La mordió lo más sensualmente que pudo.

—Y yo te prefiero a ti —le dijo él.

Le tendió una rosa roja. Ella no se había dado ni cuenta de cuándo y cómo la había cogido. La cogió, la olió y acarició el tallo carente de pinches.

—Amor —susurró ella, acostumbrada ya al lenguaje de las flores que a él tanto le gustaba.

—El día que desaparezcan todas las rosas rojas del planeta, ese día dejaré de amarte.

Camila lo miró. Siempre conseguía conmoverla y enamorarla más todavía, aunque creyera que no fuera posible amarlo más. Se apuntó mentalmente coger todos los sobres de semillas de rosas rojas que encontrara en la tienda, todos los rosales que tuvieran para vender y eliminar aquel huerto de hortalizas para plantar su propio huerto de rosas rojas.

Benjamín, que observaba cada gesto de su cara, sonrió y la cogió de la mano. La condujo hasta un rincón del terreno. Enseguida el rosal captó su atención. Las grandes rosas rojas estaban reclamando ser admiradas.

—¿Desde cuándo... —empezó ella a preguntar, mientras notaba como los brazos de Benjamín se aferraban a su cintura, situado atrás suya.

—Desde el día que decidimos darnos una oportunidad. Bueno, desde el día siguiente, después de ir a casa de Jorge para disculparme por la paliza que le di —confesó riendo. La abrazó más fuerte, aferrándola contra su cuerpo—. Me he encargado de cuidarlo todos los días y él, a cambio, me proporciona todas las rosas rojas que te he regalado desde entonces. Pienso seguir regalándote rosas rojas durante toda mi vida.

—Y yo pienso seguir amándote siempre.

—Siempre —le prometió él, besándole muy suave...

+++

Holaaaaaa!! No se que decir jaja 😿

Emm, si soy honesta me duele esta historia, es una de las primeras que empecé, y no se me da sentimiento que se acabe,  os agradezco a todos por tomarse el tiempo de leer esta historia por cada voto y comentario, que sinceramente era de gran ayuda, como un tipo animó que me daban para seguir con la historia. Fue difícil darle un fin a la historia, pero bueno, en algún momento tenia que ser...

(Estoy así como que con una risa nerviosa jajaja, ay dios).

Y nada eso, de nuevo os agradezco muuuuucho 🫶🏽🫶🏽🫶🏽

Atte: Mefi.

• El plan imperfecto || Benjamila •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora