—¡Dios mío! Dios mío... —balbuceo mientras caminamos hasta el aparcamiento. —No sé cómo hemos podido llegar a esto—. Ha sido todo tan irreal que estoy totalmente desconcertada.
Jaime se coloca frente a mí sujetándome por los brazos y viendo mi estado de nervios, me habla.
—¿Estás bien?
—Sí, sí. Estoy bien. Es solo que... de verdad que no comprendo nada. —Niego con la cabeza, angustiada—. Yo solo vine a comprar algo de comer. Solo quería llenar mi nevera... y mira cómo ha terminado todo.
—Si algo he aprendido con el tiempo, es que esto te lo puedes encontrar en todas partes, no solo en un bar. No le des más vueltas.
—Pero... le has golpeado, y él, y él quería golpearme a mí. ¡Yo no le hice nada! ¡Solo me defendí! —Comienzo a llorar.
—Lo sé, tranquila.
Me abraza y cuando noto el calor de su cuerpo, mis ojos se agrandan. Lo último que esperaba era esa forma de contacto. Aunque es una persona muy amable y cariñosa, Jaime no suele mostrar este tipo de afecto. He llegado a notar tensión en su cuerpo cada vez que un cliente se le acerca más de la cuenta e invade su espacio.
Pasamos varios segundos así y cuando se asegura de que ya estoy algo más calmada, se aparta.
—Gracias por defenderme —digo finalmente.
Con todo el jaleo me había olvidado de lo más importante. Agradecerle el que evitara que ese idiota me pegara. Si no llega a ser por sus reflejos, posiblemente ahora mismo estaría en el hospital con la nariz partida.
—De eso nada. Nada de gracias. Recuerda que me debes un café —bromea para hacerme sentir mejor.
—Me parece justo —sonrío—. ¿Dónde lo tomamos? —Miro hacia el interior del edificio y volver a entrar no lo considero oportuno. Jaime hace lo mismo y por su expresión, parece pensar lo mismo que yo.
—Conozco un lugar tranquilo cerca de aquí. ¿Te apetece que vayamos? El dueño es amigo mío y estaremos como en casa.
—Sí, claro. Donde tú quieras —indico.
Lo que sea que proponga me vendrá bien. Todo sea por quitarme esta angustia de encima.
—Vamos en mi coche. Lo tengo aquí mismo. —Cuando aprieta el mando, las luces me indican el lugar exacto y camino hasta él—. Después volvemos a por el tuyo.
—Me parece bien —dibujo una tímida sonrisa en mi boca y no tardamos en ponernos en marcha.
Mientras conduce hasta la cafetería, apenas me muevo del asiento. Recojo las piernas hacia la derecha todo lo que puedo para evitar rozarle y me mantengo en esa posición hasta que llegamos. Estar a solas y tan cerca de su cuerpo me pone tan nerviosa como sus clientes a él, aunque seguro que de una forma muy diferente. Ya hemos estado alguna vez así en el bar, pero nunca me he sentido tan vulnerable. Imagino que la amplitud del local y el alcohol ayudaron bastante. Sobre todo, eso último.
Tardamos poco en llegar y apenas nos da tiempo a cruzar un par de frases. Si el trayecto hubiese sido más largo, no sé qué hubiera pasado. Me he sentido tan cortada, que ni siquiera he logrado sacar un tema para conversar. Hoy Jaime me impone demasiado. Cuando aparca y aún con el motor en marcha, desabrocho mi cinturón y abro la puerta como si viniese conteniendo el aire. ¿Qué coño me pasa?Espero a que baje él, y nada más hacerlo, con una amplia y lustrosa sonrisa me señala el lugar a donde vamos.
—Es una cafetería muy antigua. Dicen que Salvador Dalí desayunó varias veces aquí. —Sus ojos parecen mucho más brillantes y no se me escapa el detalle. Llevo rato notando algo diferente en él, pero no sabría decir qué. Incluso se ve mucho más atractivo que otras veces.
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¡DÉJAME VERTE! (COMPLETA POR TIEMPO LIMITADO)
RomanceAVISO: Esta historia NO ES APTA PARA TODOS LOS PÚBLICOS. Puede herir la sensibilidad del lector (fuerte y explícita). La autoestima de Ruth roza niveles mínimos después de la dura traición de dos personas a las que quería. Creyendo que la ayudaría a...