Ocho meses después...
—Ruth, querida, a ti lo que te hace falta es un poco de acción. —Mis compañeras ríen, mientras Teresa hace un gesto obsceno con sus manos.
Llevan varias semanas así y la verdad es que ya empiezan a estar un poquito insoportables.
—No estoy preparada aún... —les repito por enésima vez. Estoy empezando a perder la paciencia.
Quedé tan afectada con mi ruptura que, desde que abandoné a Pablo, no he querido volver a saber nada de hombres. Es más, cada vez que alguien se me acerca con alguna intención clara, o me hablan sobre ello, me pica todo. Comienzo a creer que estoy desarrollando alguna alergia extraña.
—Deberías darte una nueva oportunidad —insiste Teresa.
—Estoy muy bien así, gracias. —Fuerzo una sonrisa, buscando mantener las formas.
Me agota fingir para evitar que se ofendan, sé de sobra que no lo hacen con mala intención, pero empiezo a estar muy harta.
—¿Sabes? —ahora quien habla es Lucía—, Carlota, la chica de la planta de abajo, me envió una página de encuentros bastante interesante. Ella también lo pasó muy mal cuando descubrió a su pareja en la cama con otra y dice que desde que entra ahí su vida ha dado un cambio radical. Luego busco el enlace y te lo paso.
—No te molestes. Te lo agradezco de veras, pero no me van ese tipo de prácticas.
—Miro el reloj y, aliviada, comienzo a recoger mis cosas—. Debo marcharme. Como siempre, un placer chicas. —Hoy precisamente no lo ha sido, sin embargo, eso es algo que ellas no van a saber—. Nos vemos mañana —me despido tan rápido como puedo y camino hasta el ascensor. Necesito aire fresco o, de tanto como me pica el cuerpo, me saldrá urticaria.
Cuando las puertas se abren y veo que en el interior hay al menos doce personas, apretadas como si estuvieran enlatadas, resoplo. Otra vez viene completo y tengo que hacer maniobras para encontrar un hueco... No sé cuántos kilos aguantan estos trastos, pero estoy segura de que algún día nos vamos a llevar un buen susto. Se hacen a un lado y con esfuerzo logro entrar. La puerta tarda en cerrarse y al percatarme de que es por culpa de mis pechos, que prácticamente están rozando el sensor, meto la barriga hasta que cierra. Otto, el más asqueroso de mis compañeros, aprovecha para presionar su paquete contra mis nalgas y cuando me vuelvo, dispuesta a decirle cuatro cosas, se encoge de hombros.
—No es mi culpa —replica fingiendo apartarse—. Me están empujando. Lo fulmino con la mirada y, como siempre, me ignora.
No es la primera vez que me hace algo así y si piensa que me lo voy a creer, lo lleva claro. Todas las chicas de la oficina se quejan de que siempre les hace lo mismo, no en vano lo llaman Otto el Tocaculos. No es más que un jodido acosador al que nunca nadie se ha atrevido a poner freno, por el simple hecho de que es amigo íntimo del jefe. No entiendo cómo puede estar a punto de casarse, con una novia con la que lleva saliendo más de diez años. ¿Acaso todavía no se ha dado cuenta de lo cerdo que es?
Cuando por fin logro salir a la calle, tomo una gran bocanada de aire y camino lo más rápido que puedo hasta el aparcamiento. Dejo las carpetas en el asiento del coche y trato de calmarme antes de ponerme en marcha. El día ha sido horrible y, para colmo, no me ha dado tiempo a terminarlo todo en la oficina, así que me toca llevarme gran parte del trabajo a casa y acabarlo mientras ceno.
Definitivamente, necesito unas vacaciones con urgencia. El estrés se está apoderando de mí a pasos agigantados y tengo todos los músculos de la espalda y el cuello rígidos. Incluso si vuelvo la cabeza, puedo sentir un horrible mareo. Debería pedirle una cita a mi fisioterapeuta, pero no tengo ni un solo hueco en la agenda para poder acudir a su consulta. Como esto no cambie, acabaré sin poder moverme.
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¡DÉJAME VERTE! (COMPLETA POR TIEMPO LIMITADO)
RomanceAVISO: Esta historia NO ES APTA PARA TODOS LOS PÚBLICOS. Puede herir la sensibilidad del lector (fuerte y explícita). La autoestima de Ruth roza niveles mínimos después de la dura traición de dos personas a las que quería. Creyendo que la ayudaría a...