De nuevo la espera se convierte en un suplicio y por momentos creo que me volveré loca. Si nada lo impide y como esto dure más, me veo atravesando la maldita puerta para preguntar. ¿Por qué nadie sale a informarnos? ¿Acaso no entienden lo desesperados que estamos?
Un hombre de unos cincuenta años viene hasta nosotros de esa misma dirección y corremos a preguntarle, pero resulta que es solo un celador y no tiene ni idea. Viendo que la puerta ha quedado medio abierta, me asomo por la estrecha rendija y al no ver a nadie al otro lado, me adentro al interior ante la atenta y sorprendida mirada de Jaime, que me llama varias veces para que vuelva, pero lo ignoro para seguir mi camino. A ambos lados del nuevo pasillo, hay tres indicadores en los que se puede leer: quirófanos, salas de partos y neonatología. Me guio por la flecha que busco y cuando apenas he logrado dar dos pasos, alguien empujando una especie de carrito pasa por mi lado y al mirar, puedo ver que dentro de él hay un minúsculo y precioso bebé. «Seguro que la niña de Elisa es como él», me digo y cuando todavía estoy babeando mentalmente, la mujer con la que me crucé antes, viene detrás y me descubre.
—Oye, ¿qué haces aquí? ¿Quién te ha dado permiso para entrar?
—Yo..., yo... —Sin encontrar una excusa convincente, decido ser honesta y contarle la verdad. Con suerte, hasta me entiende—. Mire...yo ya no puedo más. Estoy desesperadita por saber cómo está mi amiga y su hija, y nadie sale a decirme nada —hipeo—. Llevo varias horas aquí y hace por lo menos una que entraron al paritorio y todavía no tenemos noticias. Y lo peor de todo, es que la pequeña será prematura y ni siquiera sabemos si podrá sobrevivir a esto.
—Ha sobrevivido —dice sin más y me mira—. Acabas de cruzarte con ella.
—¿¿¡QUÉ!?? —Mi vello se eriza tanto que duele—. ¿Ese bebé era...? —Mi garganta se inunda de lágrimas y me cuesta hablar—. ¿Era... la niña? ¿¿Es la hija de Elisa?? —Mi barbilla comienza a temblar a la vez que mis pulsaciones se disparan.
—La misma —sonríe y cubro mi boca para intentar contenerme—. Saldrá de esta, así que tranquila porque las dos están perfectamente. Te vi antes tan afligida, que iba a avisarte ahora mismo.
—¡Oh, Dios mío! ¡OH DIOS MÍO!
Un fuerte cosquilleo me recorre todo el cuerpo y tengo una gran necesidad de gritar para celebrarlo, pero viendo dónde estoy, no me queda más remedio que sujetarme.
—Sus pulmones funcionan y sus otros órganos también, pero como ya sabes, ha sido prematura, así que tendrá que pasar algunos días en la cámara.
—¿Cuándo podré verlas?
—La mamá tendrá que pasar al menos un par de horas en observación antes que la suban a la habitación, y la bebé, después os dirán. Ahora va directa a la incubadora, así que hasta que no la tengan preparada, no os permitirán entrar.
—Gracias, gracias... muchas gracias.
Seco mis lágrimas y cuando se despide, regreso con Jaime para contarle la noticia.
Sobre las cuatro de la tarde nos avisan de que a Elisa ya la están subiendo a su planta y cuando llegamos a la habitación, ella ya está allí.
—¡Elisa! —grito emocionada.
—¡RUTH! ¡Ruth! —Abre sus manos hacia mí y sin pensarlo, corro hasta ella para fundirnos en un gran abrazo.
—¡La tenemos, Elisa! ¡La tenemos con nosotros por fin! Es muy pequeñita, pero ha salido tan luchadora como su madre.
Lloramos juntas, como si fuésemos dos niñas pequeñas y no vemos el momento de soltarnos.
Cuando pasados varios minutos, ya estamos un poco más relajadas, descubrimos que Jaime y Fran hace rato que se marcharon. Desde que se conocieron en el hospital, han congeniado muy bien y se llevan mejor de lo que podríamos esperar, pero si hay algo que me gusta de ellos, es que ambos sean siempre tan atentos y considerados. Hemos tenido mucha suerte al dar con dos hombres como ellos.
ESTÁS LEYENDO
¡DÉJAME VERTE! (COMPLETA POR TIEMPO LIMITADO)
RomanceAVISO: Esta historia NO ES APTA PARA TODOS LOS PÚBLICOS. Puede herir la sensibilidad del lector (fuerte y explícita). La autoestima de Ruth roza niveles mínimos después de la dura traición de dos personas a las que quería. Creyendo que la ayudaría a...