CAPÍTULO 23

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Al día siguiente regreso a mi puesto de trabajo, y como todos los lunes, parte de la mañana la dedico a responder los emails que los clientes me han enviado durante el fin de semana. Lo único bueno es que el idiota de Otto no ha aparecido por la oficina en todo el día. Cuando casi he acabado, mi jefe sale de su despacho y noto que me busca con la mirada.

—Ruth —Retengo el aire con disimulo. Siempre que me llama es para reñirme por algo—. Ven un momento... —Parece desconcertado y eso me preocupa aún más. ¿Qué habrá pasado?

Al retirar la silla para ponerme en pie, hago demasiado ruido y mis compañeros se me quedan mirando. Camino todo lo rápido que puedo por el estrecho pasillo y entro hasta donde está él.

—Dígame señor —hablo desde la puerta.

—Acércate —Obedezco y cuando estoy frente a su mesa, estira el brazo hacia mí y me ofrece su teléfono—. Tienes una llamada —Arruga su frente y yo también. Lo tomo entre mis dedos, extrañada, y contesto.

—¿Sí? —Algún cliente debe haber pedido hablar conmigo, si no, no le encuentro otra explicación. ¿Quién llamaría al teléfono personal de mi jefe si no fuera así? Espero y nadie responde al otro lado. Creyendo que no me han oído, lo intento de nuevo. —Al habla Ruth, ¿dígame? —La cosa no cambia—. ¿Hola? —Miro hacia mi jefe y éste me está mirando atento, como si no supiera lo que está pasando—. ¿Hola? —Lejos de contestar, oigo perfectamente como cuelgan—. Creo que se ha cortado... ¿Quién era?

—Dímelo tú. El número que ha llamado no está en mi agenda.

—¿Cómo? —No sé qué está queriendo decir.

—Alguien ha llamado preguntando por ti y dado que este es mi número personal, y que ni siquiera lo tienen nuestros clientes, a excepción de vosotros por si ocurre alguna emergencia... ya me dirás.

—Señor, yo jamás daría su número a nadie.

Empiezo a sentirme ofendida. ¿Qué está insinuando?

—La persona que ha llamado, ha preguntado únicamente por ti. Además, me ha asegurado que no es por una cuestión de trabajo.

—¿Cómo? ¿Le ha dicho al menos quién era?

No me cabe en la cabeza que algo así haya podido pasar. No lo entiendo.

—No. Simplemente ha pedido hablar contigo y espero que esto no vuelva a ocurrir.

—Yo también lo espero... pero de verdad que no entiendo nada —Bajo la mirada al suelo y espero un par de segundos más. Al ver que ha dado la conversación por terminada y que no vuelve a dirigirse a mí, me despido y vuelvo a mi lugar para continuar con el trabajo.

Dos horas después no dejo de mirar hacia la puerta de mi jefe con miedo por si vuelve a salir para buscarme, y a la vez, no paro de darle vueltas al asunto. ¿Quién puede haber sido? ¿Por qué alguien me iba a querer localizar en su teléfono personal? Barajo varias hipótesis y ninguna me parece viable. Como él bien ha dicho, ni siquiera los clientes tienen ese número. Es muy meticuloso con su vida privada y sobre todo con su tiempo libre. No dejaría que nadie lo interrumpiera.

Cuando llega la hora de volver a casa, recojo todo y mientras espero a que el ascensor llegue para bajar hasta el aparcamiento, noto el teléfono vibrar, pero son tantas las ganas que tengo de salir ya de la oficina, que lo ignoro. Apoyo las carpetas en mi cadera y en cuanto el elevador abre las puertas y veo a Otto dentro, mi estómago se comprime. «Mierda» susurro aprovechando que tiene la mirada fija en su carísimo iPhone y me aparto para que salga. Sin embargo, y ante mi sorpresa, se hace a un lado y no puedo evitar sentir nauseas. Es asqueroso. Miro hacia atrás valorando regresar a mi oficina unos minutos más hasta que Otto se vaya, pero decido que es mejor continuar para no demorarme más y entro en el pequeño habitáculo aun sabiendo qué si continúa en él, es solo porque estoy yo. Siempre nos hace lo mismo y es algo de lo que nos solemos quejar entre nosotras, pero somos tan idiotas que nunca hacemos nada por miedo a ser despedidas.
Me hago a un lado para mantenerme todo lo lejos que pueda de él y me sonríe con malicia.

¡DÉJAME VERTE! (COMPLETA POR TIEMPO LIMITADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora