CAPÍTULO 34

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Abro los ojos y todo está oscuro. Noto un peso muerto en la cintura y por un segundo mi mente me lleva a varios meses atrás, cuando todavía vivía con Pablo. Creyendo que es él, respiro tranquila y justo en el momento en que me doy la vuelta recuerdo que aquello terminó hace tiempo y nerviosa me pongo de pie para apartarme rápidamente de la cama.

—Tranquila, Ruth. Soy yo. —Enciende la luz—. Debo haberme quedado dormido —ver a Jaime vestido sobre mi cama, despierta todo lo que hasta ahora aún seguía adormilado conmigo y mis ojos quedan fijos en un punto de las sábanas. Al darse cuenta, viene hasta mí y cuando me abraza, el pelo de mi nuca se eriza y reprimo una nausea. Huele igual que él. Anoche estaba tan aturdida que ni siquiera lo noté. Odiaré ese maldito perfume el resto de mi vida.

—Sí. Estoy bien —miento y me aparto con disimulo para no hacerlo sentir mal mientras coloco mi albornoz. Me consuela saber que, sin la luz, no ha podido verme nada durante la noche.

—Yo... —Rasca su cabeza como cada vez que no sabe qué decir—. No me atreví a dejarte sola. Siento mucho haberte asustado... No podía irme...

—No te preocupes —Trago saliva—. Te agradezco el gesto. —digo con los ojos fijos ahora en el suelo. Soy incapaz de mirarlo a la cara. Tengo miedo de que pueda leer en mi rostro lo que ocurrió anoche. ¿Qué pensaría de mí? Seguro que lo mismo que piensa la policía si se lo cuento y no les faltarían razones. Yo lo incité al comportarme como una cualquiera. De nuevo el sentimiento de culpa me golpea y tengo que hacer un esfuerzo para no llorar. No quiero que Jaime me vea así—. ¿Y el grupo? —Cambio de tema al recordar que vino corriendo.

—Les escribí un mensaje y hemos quedado para vernos en otro momento. —Se encoge de hombros—. No te preocupes por eso. Además, fue un acierto contratar un día más al chico. Se encargó de cerrar el bar y todo lo demás—. Asiento, sintiéndome todavía más culpable si cabe y noto que me mira.

—Ruth —Cambia el peso de su cuerpo de un pie a otro—, sé que no debería preguntar —«pues no preguntes, por favor...» repito en mi cabeza—, pero anoche no pude evitar fijarme en tus muñecas. —Cierro los ojos con fuerza—. Creo que algo muy grave pasó y no estamos actuando con la rapidez que deberíamos. Necesito que confíes en mí y si es necesario, yo moveré los hilos por ti.

—Ya... te lo dije —Mantengo la calma—. Sufro de ansiedad y mis crisis son muy aparatosas, pero después se me pasan. —Finjo una sonrisa para hacerle creer que todo está bien, pero como imaginaba, no funciona.

—¿Y cómo te hiciste eso? —Señala mis manos y las cubro con disimulo.

—Cuando me pongo así —Busco una excusa rápida—, enrollo la tira de mi bolso en ellas y creo que esta vez se me fue la mano. —De nuevo le lanzo una falsa sonrisa y niega con la cabeza.

—¿Te hizo algo ese tipo? —Decide ir directo al grano viendo que solo lanzo evasivas.

—¿Te refieres al borracho al que echaste a patadas? —Asiente y veo como se tensa mientras espera mi respuesta—. No. No volví a verlo en toda la noche. Ni a él ni a otro que me miraba desde la pista. Así que cálmate porque nadie del bar me ha hecho nada— Lanzar esa verdad a medias me da algo más de credibilidad y veo como sus hombros se relajan.

—¡Ufff! —Cubre su cara con las manos y resopla más calmado—. Me estaba matando la idea de que por mi culpa ese desgraciado te hubiese... —Se sienta a los pies de la cama, con la mano ahora en el pecho y sigue hablándome desde ahí—. ¿Entonces es cierto lo que dices? ¿Esas marcas te las has hecho tú? —No es capaz de imaginar lo que ha ocurrido de verdad al no tener más pruebas y me aprovecho de ello.

—No me gusta hablar del tema. —Me niego a seguir mintiendo y uso la primera excusa que viene a mi cabeza. Jaime no merece algo así.

—Pero, ¿ya estás mejor? —Muevo la cabeza para confirmárselo y aliviado, expulsa el aire de su pecho lentamente.

¡DÉJAME VERTE! (COMPLETA POR TIEMPO LIMITADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora