—¿Cuál? —pregunto aun sabiendo por la experiencia de otras veces, que no me lo va a decir, y por supuesto, me da largas. Entiendo que están haciendo su trabajo, pero la forma tan hermética en que lo están tratando, me ata de pies y manos. Quizás si me dejasen saber un poco más, les podría ayudar.
Me citan a la mañana siguiente para que hable con la persona que está llevando más de cerca el caso y tras despedirnos, se marchan. Jaime y yo atendemos finalmente las indicaciones del doctor y unos minutos después, hacemos lo mismo.
De camino a casa y mientras coloco en mi mejilla el hielo que las enfermeras me han entregado antes, comienzo a pensar en lo ocurrido y todo me lleva a lo mismo. Cuando Jaime estaba golpeando al Seductor y por un momento quedaron frente a frente, me fijé en que el Seductor es algo más bajo que él, cosa que no ocurre con mi vecino. Ambos son casi del mismo tamaño.
—¿Estás bien? —Jaime preocupado, coloca su mano en mi pierna y asiento.
—¿Sabes? Creo que estamos equivocados.
—¿Equivocados en qué? —Me mira por un segundo antes de volver la atención a la carretera. Le explico lo que creo haber descubierto y por un momento, se queda callado—. Eso sería una putada... —dice sin que lo espere y capta toda mi atención—. Si no es quien pensamos, la policía estaría malgastando un tiempo valiosísimo investigando donde no es y eso es peligroso. Todos tus frentes siguen abiertos y podría entrarte por cualquiera de ellos.
—Lo sé... —digo preocupada.
—Mañana debemos contarles esto... —Muevo la cabeza para confirmarle que lo haremos y cuando mi teléfono vibra dentro del bolso para indicarme que tengo un mensaje, nos miramos.
—¿Es él? —Me pregunta sabiendo lo que estoy pensando y no dudo en leerlo en alto.
*La próxima vez te aseguro que no tendrás tanta suerte. Por cierto, tu amiguito el camarero, se va a arrepentir de lo que ha hecho.
—¡No...!
Cubro mi boca asustada y un fuerte sentimiento de culpabilidad contrae mi estómago.
—Tranquila —indica—. Todo está bien, ¿de acuerdo?
—No, no está bien. Si te hace algo, me muero. Sabía que si me ayudabas acabarías en su punto de mira —lloro—. Todo esto es por mi culpa, no debí dejarte hacerlo. —Cubro mi cara y noto que, aunque todavía no hemos llegado, se detiene.
—Vamos, preciosa —Pasa una mano por mi espalda—. No te agobies así, todo saldrá bien. —Me abraza y con ansia, le devuelvo el abrazo. Necesito saber que al menos él no correrá peligro. Me preocupa lo que el Seductor tenga intención de hacerle.
Cuando llegamos a la casa, Jaime me prepara más hielo y aunque insiste en que coma algo antes de irme a la cama, no puedo. Mi estómago está tan cerrado que sería imposible. Vemos un par de capítulos de una serie que empezamos hace unos días, con intención de relajarnos un poco, pero estoy tan cansada por la tensión que he sufrido, que me pierdo el final del segundo.
—Ruth, vamos a dormir. —Acaricia mi rostro para no sobresaltarme, pero de igual forma lo hago. Me dormí demasiado tensa y mi cuerpo está a la defensiva.
Para tranquilizarme, roza sus labios con los míos y logra provocarme una agradable sensación que contrarresta todo lo anterior. Si hay algo que me reconforta, es la confianza que se ha forjado entre nosotros. Podría decir que últimamente ya la había, pero tras haber mantenido relaciones, ha terminado de fraguarse. Es extraño, pero cuando estoy con él, me olvido de todo lo vivido y me siento como si siempre hubiese formado parte de mi vida.
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¡DÉJAME VERTE! (COMPLETA POR TIEMPO LIMITADO)
RomanceAVISO: Esta historia NO ES APTA PARA TODOS LOS PÚBLICOS. Puede herir la sensibilidad del lector (fuerte y explícita). La autoestima de Ruth roza niveles mínimos después de la dura traición de dos personas a las que quería. Creyendo que la ayudaría a...