AVISO: Esta historia NO ES APTA PARA TODOS LOS PÚBLICOS. Puede herir la sensibilidad del lector (fuerte y explícita).
La autoestima de Ruth roza niveles mínimos después de la dura traición de dos personas a las que quería. Creyendo que la ayudaría a...
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CAPÍTULO 27
De camino a mi trabajo voy ensayando diálogos, sin embargo, no logro encontrar ni uno solo que no suene como una excusa y me vengo abajo. De hoy no pasa que me echen.
Al entrar, hay un silencio sepulcral y Teresa, desde su mesa me hace un gesto con la mano para avisarme de que la cosa está bastante mal. Levanta sus cejas en dirección a la zona donde está mi jefe y sopla. Entendiendo todo lo que me quiere decir, bajo la mirada y camino hasta mi mesa, como si de esa forma pudiese evitar que me viera.
—Señorita Ruth Acosta, entre inmediatamente a mi despacho. Usted y yo tenemos una conversación pendiente.
Oír que me llama por mi nombre completo hace que suene peor que cuando lo hace mi madre y aunque en un principio me quedo paralizada, reacciono y camino al tiempo que contengo la respiración.
—Yo..., verá... —Cuando llego hasta él, todo lo que venía inventando por el camino se me olvida y decido dejar de intentarlo. Sé que todo lo que salga de mi boca sonará únicamente a excusas, así que opto por mantenerme callada.
—Antes de tomar una decisión, voy a darle una oportunidad. —Su tono suena más severo que otras veces y aunque en ningún momento levanto la cabeza, puedo notar su mirada en mi cuerpo—. Explíqueme usted, si no es molestia —Trago saliva en su pausa—, por qué ayer y sin razón aparente, decidió no acudir a su puesto de trabajo aun sabiendo lo que podría ocurrir. —Hace un silencio esperando a que responda y solo aprieto los ojos para que duela menos lo que viene—. ¡Por su culpa he perdido a varios clientes! —Golpea la mesa—. ¡Por su culpa, todos ayer tuvieron que hacer horas extra! ¿Se las pagará usted, señorita Ruth?
—Yo... lo lamento —Intento hablar, pero no me deja.
—¿Le parece normal algo así?
Tentada a salir corriendo y no volver, sé que debo intentarlo de nuevo. No puedo permitirme un despido ahora. Eso implicaría tener que volver con mis padres y darles la razón a mis parientes, empeñados en que jamás una mujer podrá mantenerse sola. Desde que lo dejé con Pablo no paran de repetírmelo en cada reunión familiar.
—No señor, por supuesto que no es normal y soy consciente de ello. —Inspiro profundamente para continuar—. Está usted en su derecho de despedirme si así lo desea, pero si me da una nueva oportunidad... le demostraré que no volverá a pasar...
—¡He perdido totalmente la confianza en usted!
Esa frase me toca la fibra y algo se enciende dentro de mí. Me he esforzado muchísimo durante años para ganármela y me duele infinitamente oírselo decir.