Capítulo 1: El inicio

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Todo empezó cuando yo tenía cinco años, en un día deprimente y gris, en el que el amplio cielo sobre mí se encontraba totalmente cubierto por una densa capa de negras y enfadadas nubes cuando mis padres murieron.

Yo siempre había sido muy curiosa. Había crecido sola y, gracias al aislamiento, había desarrollado mi creatividad e imaginación todo lo posible. En el orfanato donde vivía, tras un largo día de estudio, lo único que quería hacer era tumbarme en mi cama boca arriba e imaginar un mundo ideal. Un sábado de primavera, cuando tenía seis años, llegué exhausta de mis clases, como siempre, y me tumbé en mi cama. Me imaginé una vida en la que tenía padres que se querían mucho, y siempre, siempre me cuidaban y querían. Viviendo en una casa enorme y simple en el campo, donde yo pudiera salir a tumbarme en la hierba color verde esmeralda y ser acariciada por dulces pétalos de flores como margaritas. Mientras miraba el cielo azul con las nubes, que aparecían y desaparecían; y el sol brillante que iluminaba mi mundo. Oyendo a dóciles pájaros trinar.
Pero pronto me deshice de esa surrealista idea. Abrí los ojos, miré por la ventana y vi que empezaba a llover. La contaminación cubría el cielo y se oía tráfico. ¿Se cumpliría algún día mi vida de ensueño?

Mi amiga Raquel me llamó desde abajo de la litera en donde me encontraba.
-¿Sabes qué habrá de cenar hoy?- preguntó mi curiosa y glotona amiga.
-No tengo ni idea- respondí.
-Vaya... Si te enteras, me dices, ¿vale?- comentó con la esperanza de que hubiera algo delicioso para que saboreáramos en el amplio comedor.
-Vale- dije honestamente.
-¿Me lo prometes?- la miré confusa. ¿Acaso no confiaba en mí? Y, al fin y al cabo, sólo se trataba de comida. ¿No era capaz de ver las cosas trascendentales que ocurrían en nuestras vidas de niñas huérfanas y tristes?
-Sí.- mi mirada seguía decepcionada de no tener alguien que realmente me entendiera. Mi mente de seis años parecía la de alguien de cincuenta. Ojalá hubiera alguien como yo con quien pudiera hablar de cosas serias e interesantes.
-¡Júramelo! ¡Y prométeme también que vamos a ser amigas para toda la vida!- su mirada expresaba un amor incondicional y una esperanza de ser comprendida y amada, y en su faz se hallaba una inmensa sonrisa, de oreja a oreja.

Ella me había acompañado en momentos difíciles. Aunque sólo me abrazara y no dijera nada más cuando estaba triste, eso ya era espectacular para mí. Yo había llegado totalmente sola hacía un año, y realmente necesitaba alguien a mi lado después de tanto sufrimiento.
Aquella niña, aunque fuera muy normal, simple, ingenua e inocente; tenía algo especial que no conseguía identificar todavía.

-Claro.- dije mientras juntábamos nuestros meñiques.
Nunca pensé que esa promesa se pudiera cumplir. ¿Qué amistades duran toda la vida? Y además, nuestras personalidades eran muy distintas y no me parecía que termináramos de congeniar.
-¿Por qué siempre respondes con una sola palabra?- dijo mientras me miraba curiosa y juguetona- Eres rara.
Bajé la mirada, rehuyendo de la suya. Yo no era extraña, solamente nadie me comprendía. No quería que nadie viera cómo era mi yo de verdad y no quería que me conocieran. Nadie merecía la pena, y no quería que me hicieran daño a posteriori.
Estaba a punto de soltar una lágrima en medio de ese silencio tan profundo, pero la amistosa y dulce voz de mi compañera rompió ese silencio.
-Pero aunque seas rara, me caes bien.- dijo con una sonrisa de lo más adorable e inocente. Era como un angelito.- Eres muy maja. Eres una buena amiga.

Mis ojos que estaban al borde de desatar a llorar, pararon y rápido me sentí mejor.
-Gracias.
La abracé.

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora