Los siguientes cinco días, Amaia casi no salió de su cuarto. Y yo tampoco lo hice. Apenas nos veíamos para comer, y las conversaciones eran triviales y ella estaba cortante. Era normal que no tuviera ganas de hablar.
Era mejor hacer un duelo de verdad y abrazar nuestras emociones ahora y no después. De esta forma sería más “sencillo” volver a la normalidad cuanto antes. Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón, como dijo Cervantes.
Yo pasaba la mayor parte del tiempo tumbada en la cama mirando al techo o mirando por la ventana, sentada en el escritorio de mi cuarto. No pensaba en gran cosa. Trataba de dejar la mente en blanco. También escribía en mi diario. Y empecé a leer un libro escrito por una de las hermanas Brönte.
Amaia no sé qué hizo durante ese tiempo. Imagino que se desahogaría dibujando o pensando en cosas.
Un día, pensé que no podíamos estar así, cada una en su cuarto, tan… tristes. Me daba imaginarme a Amaia así. ¿Podría yo hacer algo para ayudar?
─Amaia ─toqué a la puerta de su cuarto─. Amaia. ¿Te apetece tomar una infusión de frutos rojos abajo y hablamos?
Me quedé unos segundos en su puerta, esperando respuesta.
Abrió la puerta, y ahí estaba ella. No tenía aspecto de haber llorado. Sin embargo, su mirada se veía alicaída, apagada.
─De acuerdo ─aceptó ella.
Le di un abrazo y le sonreí. Estaba contenta de que ella hubiera aceptado mi invitación. La cogí del brazo y bajamos juntas las escaleras.
Normalmente era ella quien me animaba; ahora me tocaba a mí subirle el ánimo.
En la cocina, preparé la infusión mientras ella esperaba sentada. Infusión de frutos rojos, su favorita. A mí también me gustaba mucho, sólo que con una cantidad generosa de azúcar, pero prefería la de frutos del bosque. Y la infusión de regaliz me agradaba bastante también.
Una vez que las infusiones estaban listas, nos fuimos al salón, y nos sentamos en el sofá.
Tras las lágrimas de los últimos días, me vino un poco la sensación de rabia e impotencia por lo ocurrido, las ganas de buscar culpables y hacer justicia.
─Tenemos que hablar ─le dije a Amaia, seria.
Hubo un silencio intrigante.
─Tenemos claro que esto no ha sido fortuito. No ha sido ningún accidente ─dijo Amaia, con aire de detective.
Pensé que hablaríamos de cómo nos sentíamos y cómo debíamos afrontar emocionalmente la situación. Creo que Amaia quería hablar de lo objetivo del tema. Sin embargo, no me pareció mal lo que creí que pretendía contar.
Negué con la cabeza, apoyando su aseveración, pues era cierto que seguramente no se trataba de ningún accidente.
─No es justo esto que ha pasado ─continuó diciendo.
Se me ocurrió una cosa, una idea. No creí que fuese a servir de algo, pero mejor intentarlo por si acaso.
─Amaia… ─empecé a decir─. Dicen que en la retina queda la última imagen de lo que viste.
─Colibrí ─apoyó la espalda en el sofá y suspiró─, ni pienses en eso. Nadie va a investigar la retina de un gato para ver quién lo mató. A nadie le importa nuestro gato. Sólo a nosotras.
─Pero, los bomberos salvan gatos de los árboles… ─objeté, intentando conseguir esperanzas de algún lado.
─María ─me miró fijamente, apoyando su mano en mi hombro─. A nadie le importa nuestro gato.
No supe qué decir. Bajé la mirada. Amaia a veces era muy directa, y no terminaba de acostumbrarme a ello. Pero, aunque era duro de asimilar, lo más probable era que Amaia estuviese en lo correcto; nadie destinaría recursos a investigar la muerte de un gato. Igual y argumentaban que habría sido un pájaro el causante de su despiadada matanza, y no merecía ser investigada. ¿A dónde nos llevaría querer averiguar la causa de su muerte? Siempre quería llegar a la raíz de todo y nunca me había llevado a ninguna parte. Sólo causaba sufrimiento.
─¿Entonces qué pretendes hacer? ─pregunté cruzándome de brazos.
Si ella no pretendía buscar ninguna solución, no tenía sentido hablar de semejante tema tan doloroso y desagradable.
Frunció el ceño, pensativa. De pronto, se mostró decidida a decir algo.
─Primero, averiguar quién ha sido el culpable.
─Pero… ─no sabía cómo decirlo sin culpar directamente a alguien─. Tenemos sospechas, ¿no?
─Sin duda. No tenemos pruebas. Pero hay antecedentes ─precisó, con una mirada de detective que parecía decir que era astuta, y estaba maquinando algo─. Hay un historial.
─¿Tú crees que Raquel sepa algo?
─Hm. No lo sé. Sinceramente no creo que haya ayudado a matar a Capitán.
─No, no. Digo que si crees que sepa algo. Igual hay algún rumor sobre algo que nos incumba.
─¿Le llamamos? ─sugirió.
─No sé. Igual es un poco pronto.
─Tienes razón. Seguramente se aparezca por aquí pronto.
Había un tema que me preocupaba más que eso.
─¿Cómo estás? ─quise saber.
Se sorprendió de mi pregunta. Pero seguro que sabía que en algún momento me tocaría a mí hacerle de psicóloga a ella y escuchar cómo se sentía.
─Bueno… Sabes que no me gusta hablar de mis emociones. Pero es lo que toca. Suelo ser yo quien anima a los demás, porque es cierto que no todo es tan negativo como en ocasiones parece; simplemente a veces uno lo olvida. Y a veces lo olvido yo también, porque soy una persona, igual que los demás.
─Ya sabes que me tienes a mí para recordártelo.
─Lo sé ─respondió.Amaia se veía más tranquila ahora. Probablemente ella había usado el tiempo en soledad para reflexionar. Yo también lo había hecho, pero no me sentía tan triste. Y podría parecer que era porque había pasado página. Pero no; ni tan siquiera era capaz de ver que nuestro gato nunca más se acurrucaría en nuestro regazo ni traería sospechosos tréboles como regalos.
No me daba cuenta. Podría parecer infantil, pero la verdad era que me costaba asimilar la muerte de Capitán y decidía evadirme de ello mirando la calle a través de la ventana de mi cuarto o haciendo otras cosas sin importancia. Porque seguía teniendo miedo a enfrentarme a la muerte de mis seres queridos. La muerte cada vez estaba más presente en mi vida, y no podía evitarlo.
Había sufrido tantas pérdidas a lo largo de mi corta vida, que la tristeza a veces amenazaba con quedarse a mi vera para siempre. Pero he decidido mirar a los ojos al dolor y desafiarlo, para que se controle y vuelva a su casa. Porque en mi hogar nunca será bien recibido.
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El Sueño De Colibrí
Teen FictionMaría es una niña huérfana muy curiosa y con mucha imaginación, que siempre sueña con un mundo mejor. En su camino para encontrar la felicidad vive muchas aventuras surrealistas. ¿Dónde termina un sueño y empieza la realidad? Esta joven narra todas...