Capítulo 34: Castañas asadas

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Abrí los ojos y me encontraba tumbada en una cafetería que conocía, mirando hacia el techo. Se oía bullicio, y entre él percibí las voces de unas personas conocidas.
─Creo que se ha despertado… ─dijo en un susurro la dulce aunque algo rasposa voz de un chico.
─¡María!
Vi la cabeza de Raquel encima de mí. Estaba contenta, muy sonriente. Ver su alegría siempre me animaba.
─Pero, Raquel, no la sobresaltes…
─Cállate, Adrián ─soltó de forma infantil, como de costumbre, mirando hacia su derecha.
En ese momento en el que se giró a responderle al chico, pude ver su cabello. Ahora lo llevaba suelto, no recogido en una trenza. Se veía sedoso y brillaba.
─¿Qué tal estás? ─preguntó, volviendo a mirarme.
─Hm. ¿Bien?
No sabía qué responder. Me dolía la cabeza, pero me encontraba sorprendentemente tranquila.
Raquel sonrió de oreja a oreja.
─Hombre, ¿qué esperabas que te contestara? ─comentó la voz de otro chico que conocía.
La jovencita le sacó la lengua.
─¿Te sientes bien? ¿Te duele algo? ¿Quieres agua? ─me interrogó preocupada.
─Ehh… ─me lo pensé unos segundos─. Estoy bien. Me duele un poco la cabeza, pero no es importante. Sí me gustaría tomar un vaso de agua, si no te importa.
─Perdona, ¿me traes un vaso de agua, porfa? ─oí que le preguntaba a una camarera.
Tras unos segundos, Raquel me iba a dar mi vaso de agua.
─¡Espera! ─la chica dejó el vaso en la mesa, supongo─. Mejor te sientas normal en una silla, ¿no? ¿O quieres quedarte tumbada un rato más?
También me pensé un par de segundos qué responder.
─Estoy bien, mejor me siento.
Decidí intentar levantarme de la posición en la que me encontraba.
─¿Te puedes reincorporar bien? ─preguntó amable.
─Sí, sí…
Me senté como una persona normal en el sillón y vi que enfrente de mí estaban Adrián, Javi y Raquel expectantes, mirándome como si fuera alguna especie de pájaro exótico que no habían visto en su vida.
Me puse nerviosa.
─¿Qué pasa? ─pregunté, tímida.
─Nada ─respondió Adrián─. ¿Cómo estás?
¿Qué pintaba ahí Adrián? ¿En qué momento se había reconciliado con Raquel?
─Bien, gracias ─de pronto sentí mucho calor y me puse más nerviosa─. Qué calor hace aquí, ¿no?
─Sí, sí, tienen la calefacción a tope ─dijo Raquel, abanicándose con la mano.
─Es que hace un frío fuera… ─añadió Javi.
Cogí mi vaso de agua y bebí un poco. Estaba templada; me agradaba bastante.
«¡Ah, demonios! Amaia estará buscándome fuera, preocupada», pensé.
Sentí un escalofrío que me recorrió toda la espalda.
Me empecé a angustiar con la idea de que Amaia pudiera estar fuera, con el frío que hacía, buscándome, nerviosa, sin saber qué había sido de mí, sin saber si yo me encontraba bien o no.
No pude evitar sollozar, llorar y empezar a temblar ligeramente.
─¿Qué te pasa, María? ─quiso saber Raquel, apenada.
─Es que… Es que… ─no podía ni terminar una frase.
─A ver, relájate ─sugirió la chica, sentándose a mi lado y poniendo un brazo sobre mi hombro.
─Es que… ─me tranquilicé un poco y entonces continué─. Amaia me estará buscando, preocupada…
─Bueno, pues ahora la vamos a buscar ─dijo Adrián.
─Tú tranquila, no llores.
Seguí llorando, aunque bastante menos. Pero esta vez estaba triste por lo de Juan, Maribel y mi madre.
─¿Crees que esté en casa? ─preguntó el chico de cabello castaño.
─No creo, Javi… ─negué.
─¿Probamos a llamar a casa? ─preguntó el joven de ojos azules.
Me encogí de hombros.
─No hace falta… ─dije.
Hicieron caso omiso a mi opinión y preguntaron si en esa cafetería había teléfono.
Ay, me empezaba a doler mucho el pie. ¡Cómo no…! Había recorrido medio casco viejo corriendo, sin muletas.
─Ahí tenéis ─un camarero señaló la esquina donde estaba el teléfono.
Javi se levantó, lo cogió y lo trajo hasta nuestra mesa; el cable era muy largo.
Marqué el número de casa, pero nada, no hubo respuesta. Por lo menos había dejado de llorar.
─Tranquila, luego volvemos a llamar a ver si hay suerte ─dijo Raquel.
─Voy a buscarla ─improvisó Adrián.
Me quedé mirándolo un rato. ¿A qué se debía ese acto de heroicismo? ¿Quería compensar lo que había sucedido entre nosotros?
─De acuerdo, pero vuelve en media hora como mucho ─ordenó seria mi amiga─; hace mucho frío y dan avisos de nieve para más tarde.
Se fue, y, mientras, Raquel, Javi y yo seguimos conversando. Hablamos sobre por qué estaba Adrián con ellos; al parecer, se había llevado bien con Javi, una vez que se cruzaron en el hospital, y entonces Raquel decidió darle una oportunidad y ahora medio se llevan bien. Me dijo Raquel que se sentía mal por lo que había pasado conmigo y quería disculparse pero tenía miedo de que yo no quisiera ni verlo. Bueno, más o menos había acertado; no me apetecía verlo. Pero no por ello lo iba a tratar mal.
Entre charla y charla, empecé a sentir un dolor agudo, blanco, en el pie. Intenté olvidarme de él distrayéndome con otras cosas.
Al cabo de un rato, Adrián volvió. Nos trajo unas castañas asadas del puesto de la calle de enfrente y luego nos contó que no había visto a Amaia.
En un inicio pensé en si sería capaz de ser tan mala persona de no haberse esforzado en buscarla, pero rápido descarté esa idea. No tenía que juzgarlo tanto, cuando igual ni lo conocía del todo.
Hubo un silencio incómodo, porque yo no sabía de qué hablar ahora que Adrián estaba con nosotros.
─Por cierto, ¿por qué no estabas con Amaia? De normal estáis siempre juntas ─comentó Javi.
─Pues…
Miré a Adrián unos segundos. No podía portarme de forma extraña porque estuviera él ahí, ni dejar de hacer cosas que deseaba realizar por su mera presencia.
Fijó sus ojos azules en mí, por lo que desvié la mirada hacia el suelo durante unos segundos.
Y empecé a hablar. Comencé a contar todo. Todo, todo, todo. Ni tan siquiera me importó el hecho de que estuviera Adrián enfrente.
Era extraño lo rápido que pasaba de sentirme incómoda en un lugar a sentirme muy a gusto. Necesitaba contar lo sucedido, desahogarme; cuando estoy estresada o triste y necesito cariño y amor, cuento demasiadas cosas; cuento toda mi vida, todos mis problemas. Soy desconfiada de normal, porque sé que si le cuento a la gente mi información privada, me pueden hacer daño o traicionar, y no quiero eso. Pero desconfío, y, a veces, hasta me alejo de las personas que comienzan a ser cercanas a mí porque sé que a nada que me encariñe voy a contar mi vida. Y temo hacerlo y que la gente que quiero me haga algo. A veces pareceré desconfiada y fuerte, pero soy verdaderamente frágil, ingenua y delicada, en realidad.
En fin, conté lo de las cartas, lo de Capitán y los tréboles, lo de Juan… Y sólo terminé mi monólogo cuando dieron las nueve y media y mis tripas rugieron ferozmente.
Raquel y Javi no se podían creer lo que había sucedido, y Adrián parecía ni saber cómo asimilarlo. Maribel era su madre adoptiva y la tenía en alta estima ─era por eso mismo que habíamos discutido anteriormente─, así que era lógico que le fuera difícil afrontar que su madre no era tan perfecta, que hacía daño, que era cruel.
Mi amiga de la infancia y su primo me dieron un cálido abrazo que no me esperaba; fue una agradable sorpresa. Raquel estaba a mi derecha, y Javi se encontraba a mi izquierda.
Mientras me abrazaban, vi a Adrian, que estaba sentado en una silla frente a la mesa que estaba enfrente de mí. Estaba mirando al suelo, con un aire alicaído y triste. Supuse que se encontraría de esta forma debido a que no había creído que su madre me hubiese querido pegar cuando era pequeña y en realidad había hecho más cosas malas ─como estar, seguramente a sabiendas, con un hombre que le era infiel a mi madre─. Por culpa de su tozudez e ignorancia yo había dejado de hablarle. Y apenas ahora se estaba dando cuenta.
Me dieron ganas de abrazar a Adrián ─pero había una mesa de por medio que me impedía acercarme a él, entre otras─, porque se veía que no era tan malo. También era culpa de lo apegado que estaba a su madre, seguramente porque ella sería muy tóxica y manipuladora. No es excusa, pero es más o menos una explicación de la forma de actuar de Adrián.
Dejaron de abrazarme y sugirieron que pidiéramos algo, pues todos nos moríamos de hambre. Pedimos un pintxo de tortilla de patata para cada uno, ya que era la especialidad del lugar.
La tortilla estaba riquísima; no me extrañó que hubiera ganado un premio a la mejor tortilla. Se veía firme, pero jugosa aunque no fuera cruda. Tenía un tono amarillo perfecto y apetecible. Y esa cebolla ─que me perdonen los que sean el equipo de tortilla sin cebolla─ le daba un toque cremosos y dulce muy rico. La patata estaba perfectamente cocida y suave, y hasat se deshacía en la boca.
Tras disfrutar nuestra cena, Raquel sugirió que llamara a Amaia nuevamente.
Lo hice, pero nadie respondió. Me quedé mirando el teléfono, preocupada nuevamente por mi amiga.
─Bueno, no se hable más ─espetó Raquel─; Javi y yo nos vamos a buscar a Amaia a tu casa, e igual nos la encontramos por la calle.
─¿Qué? ─esa noticia me pillaba por sorpresa.
─Venga, Javi ─le dijo a su primo, levantándose del sillón.
─¿Eh?
Javier estaba confuso.
Raquel le dirigió una mirada, que intentaba ser sutil, de: “Hazme caso o si no…”. Y los dos se fueron.
No tenía muchas ganas de quedarme a solas con Adrián, y no me dio tiempo ni a reprochar nada o suplicar que se quedasen.
Tras varios segundos, o hasta minutos, en silencio, Adrián decidió hablar.
─Lo siento ─dijo, aparentemente arrepentido.
─Lo sé ─confesé.
No sé qué forma de responder a un “lo siento” era esa. Era rara, sí, pero bueno, daba a entender que lo comprendía, ¿no?
─Al final ha sido todo un poco consecuencia de un montón de circunstancias y… ─pensé en si iba bien encaminada─. Supongo que no tienes la culpa del todo.
─¿Y qué no es una consecuencia de las circunstancias?
Me había pillado, y no entiendo por qué yo estaba justificándolo a él en vez de que lo hiceira él mismo.
─No es excusa… ─continuó─. Me porté mal contigo, te pedí más de lo que era adecuado, no te tuve en cuenta y fui bastante cabezota. Lo siento.
Creo que realmente lo sentía; merecía una segunda… Quiero decir, tercera oportunidad. Ahora por lo menos sabía que yo no mentía con respecto a su madre.
─Está bien, tranquilo ─lo consolé─. ¿Ahora me crees lo que digo sobre tu madre?
─Sí… Y la verdad es que estoy bastante enfadado con ella… No… No me lo esperaba, no lo quise ver. Pero en algún momento tenía que darme cuenta de las cosas, supongo.
─Normal. Uno muchas veces cree que la gente va a ser bondadosa, aunque haga algo mal. Y resulta que hacen esas cosas a sabiendas y no son tan buenas como en un inicio pensabas. Lo digo por experiencia.
─Ya. Lo siento de todas formas. No actué bien.
─No hace falta que te flageles. Con pedir perdón una vez, basta. Pedir disculpas más veces porque el otro no te perdona a la primera es humillarse y arrodillarse. Con pedir perdón una vez, la persona, si es buena, te dirá que te perdona o que te vayas a freír espárragos, pero no te hará disculparte más y dejar tu dignidad por los suelos.
Me miró confuso.
─Ah, perdona, no venía a cuento, jajaja. Es que me he acordado de esa lección de vida de repente.
─¿Entonces me perdonas?
─Que síii, chico. Qué pesado eres a veces ─y nos reímos.
─Me alegro ─finalizó.
Me estaba mirando a los ojos fijamente. Se estaba poniendo muy romántico todo.
─Eh, pero quedamos como amigos, ¿eh? ─aclaré seria.
─Vale, vale, me parece bien.

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