Esa noche soñé con el campo. Tuve un sueño muy parecido al que había tenido cuando era pequeña y todavía me encontraba en el orfanato. Ese de que vivía en medio de la naturaleza, tenía unos padres que me querían mucho y me encantaba salir a acariciar las plantas y disfrutar del sol. No sé ni cómo me pude acordar de ese sueño, si ya hace mucho tiempo de eso. Pero en fin. Era prácticamente el mismo sueño, salvo por la parte del final donde Juan aparecía, montado en la Vespa con mi madre, mientras mi padre los miraba en silencio, con aire triste, a mi lado, mientras estábamos los dos sentados en un banco. De repente miré a mi izquierda, donde estaba mi padre, y vi que cogía la mano de Maribel y le daba el pésame. De pronto estábamos en otro escenario; en el hospital, y aparecía Adrián diciéndome que lo perdonase, que no se lo había contado con malas intenciones y nunca imaginó que acabaría así la cosa.
No tengo la menor idea de a qué se refería. Claro que simplemente es un sueño, lo sé… Pero a veces los sueños significan cosas, ¿no? Quizás son preocupaciones mías, como la del tema con Juan, Maribel, mi madre y así.
Fui al baño y, después, bajé a desayunar. Eran casi las once y Amaia y Raquel estaban tomando un café.
─¡Hola, María! ─exclamó la niña que ahora no llevaba trenza.
─Hola ─respondí, uniéndome a ellas en la silla de la mesa de la cocina.
─Colibrí, guapaa ─espetó Amaia─. ¿Quieres un café?
─Sí, gracias.
Me levanté, corrí la cortina de la ventana del salón, y me asomé por la ventana. Estaba todo nevado. Habría por lo menos veinte centímetros de nieve.
─¡Hala! ¡Sí que ha nevado mucho! ─admitió Amaia, asomándose a la ventana también─. ¡Nunca había visto tanta nieve aquí…!
─¡Ay, qué bonita la nieve! ─chilló Raquel─ Me da una felicidad rara de esas que no me explico, me da como, no sé, ¡alegría!
─Qué mona, como los niños pequeños, jajaja ─comentó Amaia.
Mientras ellas hablaban, me quedé mirando la blanca nieve. A mí también me daba una felicidad y paz única, desde pequeña. Me invadía la alegría y serenidad. Sentí cómo me relajaba cuando miraba la nieve. Ojalá nevara siempre y la serenidad en mí perdurara. Pero no, nada de mis deseos nunca se cumpliría. Además, las cosas que quería cuando era pequeña no eran factibles; no iba a haber nieve siempre, y probablemente tampoco nunca conseguiría vivir en el campo. Este último deseo ya se me había olvidado, prácticamente. Ahora me encontraba muy a gusto con Amaia, en Pamplona; no veía necesidad de cambiar mi rutina.
─¡Colibrí, tu café! ─gritó la chica que acababa de mencionar en mi mente.
No tardé en dirigirme a la cocina y comenzar mi desayuno junto a las chicas.
─Mawww ─el tímido maullido de un gato interrumpió el mordisco que le había dado al brownie que estaba deseando probar.
Miré hacia abajo. Vi lo que ya varias veces me había encontrado a mis pies.
Gato, trébol, maullidos. Parecía ya una rutina que había cogido el gato.
Pero, esta vez, el trébol no tenía un color verde brillante; estaba en peor estado, con un color verde oscuro como el de las lechugas lacias y viejas.
A todo esto, yo ya me estaba olvidando por completo del significado de los tréboles. Había pasado de un enigma a otro. Pero, la verdad es que ya casi ni recordaba cuál había sido mi última conclusión… Lo de los tréboles de cuatro hojas debía de ser una coincidencia, solamente. Antes pensaba que tenía un significado, pero simplemente serían cosas que tenían en común mi madre y toda esa gente.
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El Sueño De Colibrí
Novela JuvenilMaría es una niña huérfana muy curiosa y con mucha imaginación, que siempre sueña con un mundo mejor. En su camino para encontrar la felicidad vive muchas aventuras surrealistas. ¿Dónde termina un sueño y empieza la realidad? Esta joven narra todas...