Capítulo 36: Bondad

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A la mañana siguiente, a las nueve de la mañana, me desperté algo sobresaltada. Acababa de tener una pesadilla con Juan, aunque no recordaba de qué trataba.
Fui al baño y, a continuación, me dirigí a la cocina con la intención de encontrarme con Amaia, como solía hacer todas las mañanas.
Allí estaba ella, preparando un café para cada una.
─¡Hombre, Colibrí! ─exclamó alegre─. ¡Hoy te has levantado pronto!
─Holaa ─la saludé, sentándome en la mesa de la cocina─. Ya, ya lo sé. Es que he dormido regular.
─¿Sí? Pues qué mal.
─He tenido una pesadilla con el Juan.
Suspiró.
─Normal… Viendo la cara que tenía el hombre, ¡cómo no tener pesadillas! ─bromeó, provocando risa en mi persona─. ¿De qué iba el sueño?
─No sé, no me acuerdo.
Decidí abrir la bolsa de croissants de mi panadería favorita. Esos bollos sin relleno ni gran ciencia no me solían gustar especialmente, pero los de aquella tienda eran un manjar; estaban hechos con un hojaldre muy rico y dulce, de color amarillo, que difícilmente en otro sitio se podrían encontrar. Encima estaban cubiertos por una fina pincelada de caramelo o algo parecido.
Puse un croissant en mi plato y esperé a mi café.
Intenté recordar qué había ocurrido en el sueño, pero fue en vano. Sólo recordaba con nitidez lo ocurrido el día anterior con Juan.
Sentí cómo subía un calor por todo mi cuerpo, asociado a la rabia e impotencia que sentía pero quería rechazar.
Ese hombre me había hecho daño. Demonios. No tenía que hacerlo. Pero quiso. Por pura maldad. ¿Se podía ser más ruin?
Mi amiga se sentó en la mesa y trajo los cafés. Ella empezó a beberse el suyo, y yo opté por esperar a que el mío se enfriara un poco.
─No sé por qué le dimos tantas oportunidades a ese señor ─procedí a quejarme.
Dejó de beber su café y sostuvo su taza entre las manos, con aire sabio y serio.
─Porque crees en la bondad de la gente, Colibrí. No todos tenemos la suerte de ser de esa forma ─se veía un cierto brillo en sus ojos que me pareció que era de admiración, curiosamente─. Llega un punto en la vida en el que te hacen tanto daño que empiezas a ser desconfiada, y a veces no hay vuelta atrás.
Miré mi café. Se veía mi reflejo en esa bebida. ¿Era realmente tan poco desconfiada como Amaia me daba a entender?
De pequeña, no hablaba mucho, porque estaba en constante tristeza, y yo intentaba abstraerme de ella con mi imaginación; podía confundirse con desconfianza, pero no lo era. De hecho, antes estaba en silencio siempre porque, para mí, era una forma de evadir mis sentimientos. Luego los intentaba tener en cuenta y estar mejor, pero caía en el error de olvidar.
De todas formas, Amaia tenía razón en que yo siempre esperaba bondad por parte de las personas de mi alrededor. Más que mero positivismo, era esperanza y fe en la humanidad, en que todos actuarían con buenas intenciones.
Pero era una cosa inocente hasta el punto de resultar estúpida, en cierta forma. Porque no era realista; hay gente mala en el mundo. Y lo peor es que lo sé bien, y lo analizo… Pero luego sigo creyendo en la bondad de todos y cada uno de los seres humanos.
En fin, Amaia acababa de decir que eso era algo bueno, ¿no? No debía preocuparme.
─Yo soy un poco más desconfiada que tú, por las circunstancias de la vida y porque soy dos años mayor. Pero no creas que por ser un pelín desconfiada voy a ser mala persona. Porque ya sabes cómo soy, y que, en mi vida, intento actuar bien y no hacer daño a nadie.
─Lo sé, Amaia.
Era verdad lo que decía. Yo la conocía bien, y sabía que era muy buena persona. Además, tenía la maravillosa habilidad de escuchar activamente, y sus consejos siempre eran lo que necesitaba oír. Amaia es de las personas que más valoro en mi vida. Por cómo me ayuda y se deja ayudar, y por su forma de afrontar las adversidades. No sé, siempre me ha parecido sencillamente admirable.
─Y ese hombre despreciable llamado Juan es lo contrario a ti y, seguramente, a tu madre también. Os tiene envidia.
─Lo hizo por envidia. Y por maldad ─espeté, dándole un mordisco a mi delicioso bollo.
─Hm. ¿Sabes qué? Justamente, el otro día leí un artículo de psicología que explicaba que la maldad es meramente instrumental, porque siempre es un medio para conseguir algo. Se usa con un fin ─explicó convencida, recordando lo que decía el artículo─. Pero, ¿cuál es el fin de la maldad de ese hombre? Pues no lo sé.
─¿No será simple sadismo? Hay gente que disfruta haciendo sufrir a los demás.
─Puede ser ─reflexionó, cogiendo un donut de chocolate de la bolsa de dulces y bollos─. Pero, ¿de verdad queremos saberlo?
─Tienes razón ─admití decidida y convencida─. Olvidémonos de ese señor.
Mientras seguía comiéndome mi croissant, dirigí mi mirada hacia el calendario de la nevera. El día en el que nos encontrábamos decía: “MÉDICO COLIBRÍ”.
─¡Ah! ─exclamé sorprendida─. ¿Hoy tengo médico?
─¿Hm? ─preguntó Amaia confundida, masticando su donut y ahora mirando el calendario. Tragó saliva y explicó:─. ¡Ah, sí! A las doce y media. Una revisión para ver qué tal va tu pie.
Miré mi pie derecho. Ahora que me ponía a pensarlo, había sido una verdadera salvajada correr con el pie mal. No sabía ni cómo podía haber sido capaz de hacerlo.
─El doctor me va a matar… No debería haber corrido sin muletas de ninguna forma.
─Ya... A ver qué nos dice. ¿Te duele mucho?
─No, la verdad es que no. ¿Debería dolerme?
Sonrió.
─Mejor que no te duela ─puntualizó.
Me fui a vestir y rápido nos dieron las once y media. Era hora de dirigirnos hacia el hospital. Con suerte, nos atenderían un poco antes de la hora que nos tocaba y podríamos quitarnos todo de encima antes.
─¡María! ─apareció la enfermera Carmen, quien parecía estar contenta de verme.
─¡Hola! ─saludamos mi amiga y yo al unísono.
─Ven por aquí, bonita, que el médico te tiene que hacer una revisión ─explicó guiándome por los pasillos del hospital, que olían a gel hidroalcólico y desesesperación, con cierta serenidad extrañamente.
Recuerdo poca cosa sobre la revisión, pero de lo que me acuerdo es de que me dijeron que tendría que reposar dos semanas.
Al salir de la corta sesión, vi que Carmen, quien había estado esperándome, tenía algo que decirnos.
─María, Amaia, veréis ─comenzó a explicar─. Dentro de un mes y medio, a mediados de abril, me voy a casar con el doctor que te dije que me gustaba, Antonio.
─¿En serio? ¡Qué bien! ─no pude evitar exclamar, sonriente.
─Sí, sí, yo también estoy muy contenta ─afirmó, esbozando una tonta y tímida sonrisa de oreja a oreja.
Le brillaban los ojos al pensar en ese señor y se veía en ella una mirada un tanto perdida y embobada, pero feliz. Yo estaba contenta de que ese hombre le hiciera feliz y se fuera a casar con él.
─El caso es que me encantaría que pudierais venir, ¿sabéis? Porque sois muy buenas chicas y os he cogido cariño y todo.
─¡Nosotras encantadas! ─anunció Amaia.
─¿Sí? ¡Ay, qué bien! Qué majicas sois. La boda es en Milán. ¿Podréis ir?
Amaia y yo nos miramos. Ella seguía sonriente, si es que no lo estaba ahora aún más. Yo ya no estaba tan alegre; no sabía si nosotras podríamos reunir tanto dinero como para viajar a Italia. Teníamos dinero, sí, pero ninguna de nosotras trabajaba, y yo no sabía cuánto dinero tenía Amaia de lo que se llevó de sus padres. De hecho, los mil euros que había cogido de pequeña ya se habrían agotado, ¿no? Yo no estaba muy al corriente de la situación económica de Amaia. De la mía, sí; era nula, inexistente, cero euros.
─¡Sí, claro! Creo que no tendremos nada que hacer para ese entonces ─dijo la jovencita de ojos verdes.
─¡Perfecto! Os mandaré la información por correo, ¿os parece?
Hm, teníamos un ordenador en casa, pero era de la época de los dinosaurios.
─Si nos la pudieras mandar por correo ordinario, lo agradeceríamos, la verdad… ─respondió Amaia.
─Sí, sí, claro. Yo misma tengo un ordenador en casa, pero va muy lento y al final apenas lo he usado ─explicó amable la señora de pelo corto, castaño y ondulado─. Decidme vuestra dirección, porfa.
Por un momento se me quedó en blanco la mente y no recordaba dónde estaba ubicada nuestra casa. Por suerte, Amaia sí lo recordaba y se la pudo dar a Carmen.
─Muy bien, bonitas, pues ya os mandaré la información completica. Durará tres días. ¡Será una boda a lo grande! ─anunció emocionada─. No os preocupéis por el hospedaje, porque eso lo pagamos Antonio y yo y ya está todo listo.
─Ah, bueno… ─intervine─. Muchas gracias, entonces.
─No, chicas; ¡no hay de qué! Gracias a vosotras por querer venir.
Sonreímos y nos despedimos, porque seguramente estaría muy ocupada, y no era plan distraerla de sus menesteres.
─Por cierto, qué raro que hayas estado tanto tiempo en el hospital cuando te rompiste el pie, ¿no? ─dijo la chica de tez blanca y cabello negro y sedoso─. Ni que fuera un hotel…
─Ya. Pero, bueno, ellos sabrán, digo yo… Tampoco soy quién para juzgar ni criticar sus métodos.
─Hm, tienes razón. Además que, después de tantas cosas “raras”, ya no sé ni qué es normal y qué no ─de pronto, Amaia se sobresaltó ligeramente, como si acabara de acordarse de algo importante─. Oye. ¿Al final qué crees que significara lo de los tréboles de Capitán?
─No sé. Pero es curioso… ─me pensé qué responder durante un par de segundos.
Amaia me miraba expectante, arqueando una ceja y a la vez frunciendo el ceño, pensativa.
─Como que cada cosa relacionada con tréboles ha sido mala, ¿no?
─¿En qué sentido? ─quiso saber.
─No sé. Pero me da que cuando nos ha enseñado un trébol de cuatro hojas, justo después ha sucedido algo negativo relacionado con ello, ¿sabes? ─traté de explicar de forma clara─. Al punto que, ahora, cuando nos enseña un trébol, me dan escalofríos.
─Ya, a mí también. Ya ves que a veces me enfado con Capitán y todo. No quiero saber nada de tréboles, por esa misma razón. Fíjate que no lo había pensado… Sólo había sentido mi intuición.
─Pero, en cierta forma, no todo lo relacionado con tréboles ha sido o es malo; a mi madre le encantaban.
─Pero los tréboles, curiosamente, le han hecho daño, por así decir; Juan. Y a ti te hizo daño Adrián. Todo tréboles de cuatro hojas ─ahora Amaia hacía elucubraciones con aire de sentirse detective.
─Ya. Pero, ¿y si son casualidades? Digo, tienen que serlo, ¿no? Es un gato. No es vidente.
Lo que yo pensaba me parecía lógico. Pero quizás demasiado lógico como para averiguar qué sucedía con respecto a algo tan ilógico como era lo de Capitán y su obsesión por los tréboles.
─No todo tiene por qué ser… ─reflexioné un rato─. Bueno o malo, ¿no?
Me miró sorprendida, confusa.
─¿En qué sentido?
─Pues que… Aunque sea algo susceptible de moralidad, no todo es blanco o negro. Puede ser gris. O no ser nada.
─Entiendo ─Amaia, nada tonta, quería que explicase a fondo mi teoría.
─Igual no deberíamos comernos la cabeza con buscar el significado de todo, ver si está bien o mal o qué consecuencias acarrea. Podríamos… Disfrutar un poco del presente. Carpe diem, ¿sabes?
Esbozó una misteriosa sonrisa que me dejó muy confusa. Sentí que mi rostro fruncía el ceño sin querer, en señal de curiosidad y confusión.
─Lo has descubierto tú sola ─aclaró aparentemente orgullosa de mí por algún motivo que desconocía en aquel momento.
Y entonces me di cuenta de eso. Que yo siempre era la que le buscaba tres pies al gato y se olvidaba de vivir el presente, pensando en no sé qué cosas a veces hasta irrelevantes. Mi curiosidad me llevaba a pensar demasiado en las cosas a veces.
─Pero no dejes de lado tu curiosidad, Colibrí ─puntualizó─. Sólo utilízala en lo que sea bueno para ti.
Me quedé pensativa. Tenía razón; a veces pecaba de tener en cuenta muchas cosas y no tenerme en cuenta a mí. Cierto egoísmo era necesario tener para sobrevivir. Tendría que encontrar la balanza entre el cuidado y amor personal y el altruismo.
¿Cómo siempre acabábamos hablando de semejantes profundas cuestiones casi filosofales? Era curioso lo nuestro. Teníamos tanta confianza que siempre acabábamos confesándonos nuestros sentimientos e imperfecciones.
Amistades como ella son las que merece realmente la pena mantener.

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