Capítulo 35: Amigos
Ahora no me apetecían dramas y romances extraños. Ya tenía suficientes problemas y montañas rusas de emociones.
No sabía si seguía enamorada de Adrián. Me parecía guapo y todo, pero no acababa de ser lo mismo. Y mejor, porque ya ves cómo acabó la historia de amor de dos días entre él y yo. Yo ya lo había perdonado, pero de ahí a volver a enamorarse hay un gran paso, porque la relación aún no es como la de antes. Dentro de mucho tiempo, ya veríamos si surge algo más que una amistad. Precipitarse era lo que él había hecho, y había salido mal.
De momento, seríamos amigos como mucho.
─¡Colibrí!
Levanté la mirada y vi a Amaia corriendo hacia mí, alegre.
Lo primero que hizo fue darme un abrazo de oso de minutos.
─No me vuelvas a hacer algo así ─dijo emocionada, entre abrazo y abrazo.
«Tranquila, no volveré a hacerlo», le prometí a ella y también a mí, en silencio.
A unos metros, Javi y Raquel sonreían. El primo de la muchacha que había sido amiga mía durante mi estadía en el orfanato sostenía una muleta; la mía.
─¡Mira! No te vas a creer qué he encontrado… ─exclamó ilusionada, causando sorpresa en todos, y separándose de mí.
─¿Qué? ─pregunté.
Sacó de su bolsillo un papel. Una carta con un sello en forma de trébol de cuatro hojas y color del mismo
─¿Otra? ¿Pero de dónde la has sacado? ─interrogué.
─Cuando salí corriendo, vi una carta con un trébol dentro de un cajón medio abierto de un mueble de la entrada de la casa y lo cogí.
─Pero… ¿Y si nota que falta la carta?
Yo todavía me preocupaba por la moralidad de las acciones de Amaia independientemente de lo que había hecho el hombre.
─María ─y me miró fijamente, con mirada de “Venga ya, chica”─, las cartas pertenecen también a tu madre, y tu eres su hija. Segundo, ese hombre se ha portado mal contigo. Y encima nos ocultó que aún conservaba algunas cartas, cuando tú, triste y desesperada, le dijiste que la mayoría se nos había perdido.
Reflexioné un tiempo lo que me había dicho Amaia. Tenía razón; Ana era mi madre y yo tenía derecho a saber su pasado ─aunque fuera robando una carta─, e inclusive cuando Juan había sido irrespetuoso con nosotras.
Como siempre suelo decir ─es una de mis muchas filosofías de vida─, creo que el fin sólo justifica los medios cuando el fin es salvar o beneficiar a alguien en el sentido de necesidades como salud, educación, y los medios son algo material. Por ejemplo, en el célebre dilema de Heinz, yo escogería robar el medicamento y salvar a mi mujer. Quizás nos falta información y, por decir algo, al robar eso alguien no tiene acceso a ello o pierde mucho dinero y muere por mala salud. Entonces no estaría contenta con mi elección, pues la dignidad de una persona vale lo mismo que la de otra, y no sería quién para decidir quién muere y quién no y encima ya estaría escogiendo, de voluntad propia, matar directa o indirectamente a alguien. Pero no tenemos todos los datos, y de momento escojo en mi imaginación lo que veo mejor éticamente.
En fin, le respondí a Amaia.
─Tienes razón. Somos ladronas, pero buenas, jajaja ─bromeé, intentando aliviar la tensión del ambiente.
Amaia se puso seria de repente.
─María, mírame ─ordenó con un tono de voz severo─. ¿Sabes qué es un ladrón?
La miré expectante, prestando atención, con los ojos muy abiertos. Sí que se había puesto seria; me había llamado por mi nombre.
─Un ladrón es quien te arrebata algo que tienes y aprecias. A él tu madre le da igual, María. Robarle la carta es casi un favor que le hacemos.
Hm. Era una curiosa y válida forma de ver la definición de “ladrón”.
─Nosotras no somos las malas del cuento ─puntualizó, apoyando una mano en mi pierna, en son de consolarme o tranquilizarme sabiamente. Juraría que pude ver una ligera sed de venganza y algo de odio en sus ojos, dirigidos, claro, a Juan.
Me quedé pensativa. Por muchas cosas malas que haga una persona, no debe de ser categorizada como mala, creo yo. Porque todos nos equivocamos. Pero… Era cierto que nosotras actuábamos desde la bondad. Algunos otros, no, seguramente.
Yo a veces me criticaba de más, viendo mis defectos, haciéndome verlos como algo más terrible de lo que eran; pero minimizaba o justificaba los errores o travesuras de los demás, aunque me hubieran hecho algo grave. No obstante, yo era muy decidida y ponía límites muy firmes cuando creía que era ocasión de hacerlo. Siempre he sido una persona de valores y ética muy claros y marcados. Y con tolerancia; pero no estupidez.
Los demás estaban ahí, mirando solamente, sin hablar (era un tema delicado). Vi en el rostro de Raquel una extraña mezcla de desesperación, ansiedad, emoción y curiosidad.
«Ah, la carta», recordé.
Yo también quería abrirla y ver qué se contaba dentro del viejo sobre, aunque no pareciera estar nerviosa o emocionada.
Amaia vio que había captado su mensaje y entendió qué quería hacer yo sin que fuera necesario articular ni una palabra. Abrió la carta, que se veía que en su momento había sido abierta y seguramente leída pero estaba ligeramente cerrada debido a suciedad y antigüedad.
La fecha estaba borrosa y sólo se veía más o menos el número que indicaba el día; 19.
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El Sueño De Colibrí
Teen FictionMaría es una niña huérfana muy curiosa y con mucha imaginación, que siempre sueña con un mundo mejor. En su camino para encontrar la felicidad vive muchas aventuras surrealistas. ¿Dónde termina un sueño y empieza la realidad? Esta joven narra todas...