Capítulo 13: Visitas

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Estaba muy preocupada por Raquel, y el tiempo que pasaba mientras yo seguía sola en aquella habitación se me hacía eterno. Poco a poco, fui notando cómo el cansancio se iba apoderando de mí, hasta tal punto que me dormí. Me vendría bien descansar, para que mi estado de ánimo mejorara y mi pie sanase más rápido.

Debían de ser las once de la mañana cuando me desperté. Miré por la ventana y pude observar que hacía un excelente día. La bola de fuego que se encontraba en medio del cielo brillaba como nunca, mientras que los árboles parecían ser de un color verde esmeralda más vivo. Los pájaros piában dulcemente.
Para ser invierno, hacía un día de primavera. Y aquello me alegró mucho, sinceramente. Sentí que todo no era tan horrible y me sentí contenta con la sencillez de la delicada naturaleza. Seguro que algo bueno ocurriría.

La enfermera entró al cuarto, abriendo la puerta lentamente.

-Anda, María, ¡si estás ya despierta! -anunció alegre- ¿Cómo te encuentras, corazón?

-Mejor, gracias.

Sinceramente, tenía ganas de hablar con alguien y liberarme de las pesadumbres que rondaban por mi cabeza, pero siempre me costaba expresarlo, y la gente no es adivina.

-¿Quieres hablar? Seguro que te sientes muy solica aquí… -dijo compasiva y comprensiva-. Además, el hospital es un sitio deprimente, seguro que quieres evadirte de eso y charlar de algo más animado, ¿no?

Asentí. Esa señora me caía bien. Para ser tan comprensiva conmigo, no mostraba esa mirada de pena y compasión que tanto odio. Mucha gente mira así, como si estuvieras peor de lo que estás en realidad. Esa mirada pasa a ser de sentir pena a ser despreciable, con un desdén odioso. Y eso sólo provoca que te enfades más y te sientas peor. A mí me gusta que me miren como a alguien igual a ellos, aunque esté convaleciente. No hay ninguna situación en la que uno deba sentirse superior a los demás.

-Hoy hace buen día, ¿no crees? -comentó sonriente.

-Sí, sin duda.

Debería preguntarle lo que quiero, no callarme las cosas. Muchas personas hablan dicen lo que piensan y de hecho, algunas hablan de más, y nadie las juzga ni las odia. ¿Por qué habría de ser diferente conmigo la cosa?

-Por cierto… ¿Cómo está Raquel? -espeté de repente.

-Ah, está bastante mejor. Ayer simplemente le bajó la presión, es normal.

-¿Pero qué le pasa? ¿Está enferma?

-Pues de hecho, tiene algo que aún no conseguimos averiguar. Ya han venido los mejores médicos y todo… Pero nada, no saben qué tiene… -su cara estaba más seria y preocupada.

-Pero… ¿Qué síntomas tiene?

-Pues se siente mal; dolor de cabeza, tripa, garganta; vomita; se desmaya… ¿Os conocéis?

-Ah, es que íbamos al mismo orfanato cuando éramos pequeñas.

-¿Al de aquí? ¿El Aurora Juvenil?

Asentí de nuevo.

-Pues no sabía… Quiero decir, sí me parecía raro que no vinieran los padres a verla… pero no había visto su ficha de datos, así que no sabía que era huérfana… Pero qué lástima, ¡sois tan jóvenes…!

-Ya, pero son cosas que pasan. Nada es eterno y hay que aceptarlo. Hay que subsistir, o si no te mueres también; no hay opción.

-Pues sí, hija… Yo sufrí mucho cuando se murió mi abuela Eugenia. Era pequeñica todavía, y ella era con la que más tiempo pasaba, más incluso que con mis padres. Ella me educó, al final -respondió un poco alicaída, aunque su voz sonaba un tanto esperanzadora y risueña, como si tuviera buenos recuerdos de su infancia y su difunta abuela-. Pero supongo que no es equiparable la muerte de un abuelo a la de un padre.

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora