Capítulo 6: La puerta

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Un día, cuando Amaia y yo estábamos desayunando en la cocina unas deliciosas galletas de chocolate que había preparado mi amiga junto con leche, Capitán se dirigió hacia nosotras.
Nos encontrábamos sentadas en una mesa amplia de madera de buena calidad, sobre la que se hallaba un mantel blanco con bordaduras muy recargadas en los bordes. Debía de pertenecer a la difunta abuela de Amaia, a juzgar por su aspecto.

El gato sostenía algo en su boca. ¿Qué sería?
Rápido lo descubrí, porque lo dejó a mis pies.
Era un trébol de cuatro hojas como el que me había regalado la primera vez que llegué a esa misteriosa casa que ahora se había convertido en mi hogar.
¿Qué me quería decir el animal? ¿Era algo importante o sólo un juego del gatito?
Al fin y al cabo, era un felino, no podría tratarse de nada trascendental.

Levanté la mirada del suelo y la dirigí hacia mi amiga, que se encontraba a mi derecha en otra silla como la mía, de madera negra con terciopelo rojo rubí.
Su mirada estaba intrigada e interesada por pensar si había algo que nos quería comunicar el Capitán, al igual que la mía.

En ese instante en el que intercambiábamos confusas miradas, sonó el picaporte. Alguien estaba llamando a la puerta.
Nos volvimos a mirar.
Se volvió a oír cómo llamaban a la puerta. Qué persona tan insistente, sólo habían pasado cinco segundos…

-Ah… Vamos a abrir la puerta, María.

Amaia rara vez me llamaba María, que era mi nombre real. Sólo me llamaba de esta forma cuando se trataba de algo serio o preocupante.
Me estaba poniendo nerviosa. Nunca recibíamos visitas.

Fuimos las dos a la puerta.
Le di dos vueltas a la llave que se encontraba introducida en la cerradura para que la puerta se pudiera abrir.

-Maldita sea… ¿Dónde están mis llaves…? Juraría haberlas dejado en la mesita de la entrada…- dijo angustiada.

En efecto, las llaves que estaban metidas en el cerrojo de la puerta eran las mías. Venían en un llavero con una torre Eiffel azul.
La miré preocupada, pero no podía hacer nada al respecto ahora.

Tiré del pomo dorado de la puerta del lado de dentro, provocando que la puerta crujiera al abrirse, como siempre.

La abrí de par en par.

Al otro lado se encontraba un muchacho, aproximadamente de mi edad. Como mucho un año mayor, de quince años.
Era realmente atractivo. Tenía los ojos azules y el cabello negro. Su cara parecía perfecta; totalmente simétrica y proporcionada.
Sin duda parecía sacado de un cuadro bellísimo.

Me quedé observándolo con mi cara de sorpresa, pues no sabía quién se iba a encontrar al otro lado de la puerta de nuestra casa.
Él parecía también sorprendido. O más bien asustado, porque no se esperaba que fuéramos a abrir la puerta en ese instante.
Me miró fijamente con sus ojos, mientras Amaia se encontraba detrás de mí.

Decidí hablar, para ver si nos contaba por qué había llamado a nuestra puerta.

-Buenas.

Miré su sudadera azul oscura con un conocido logotipo, tan casual. Miré su muñeca izquierda. Portaba una pulsera de hilo como de cuero, con una cuenta verde esperanza con forma de una planta que me resultaba familiar… Un trébol de cuatro hojas.
Creo que Amaia también lo percibió, porque intercambiamos miradas de sorpresa. ¿Sería casualidad?

-Ehh… Hola. Me he encontrado este llavero con dos llaves y una torre Eiffel morada… He visto que en una llave viene grabada la dirección de esta casa… ¿Es vuestro?

Su voz sonaba algo rasposa, pero un tanto dulce y educada. Era agradable.
Mi voz era muy dulce, tanto, que la odiaba; me hacía parecer una niña pequeña. Amaia me decía que no era infantil; sino adorable. Amaia tenía la voz agradable y suave, pero más adulta, ya que me llevaba dos años.

-¡¡Ah, sí!!- exclamó muy contenta y aliviada mi compañera de casa -¡Es mío! Muchísimas gracias por devolverlo, en serio. ¿Cómo te podemos compensar? ¿Hay algo que te apetezca tomar…? ¡Tenemos ricas galletas y bizcochos…!

Ella era muy extrovertida, y no le costaba nada entablar una conversación, pero como no llevábamos a cabo ninguna actividad como extraescolares o colegio, no conocíamos a nadie. Pero éramos felices así.

-Pues… La verdad es que me encantaría…

En la cara de Amaia y la mía se iluminaba una amable y amistosa sonrisa.

-Muchas gracias, pero tengo un poco de prisa, la verdad…- comentó apenado. -Quizás otro día.

En su faz mostraba una leve sonrisa.

-Vaya… Pues sí, qué mal.- repondió mi amiga -Pásate por aquí cuando quieras. ¿Cómo te llamas?

A Amaia siempre le era tan fácil expresar sus sentimientos e ideas… La admiro, sinceramente.

-¡Eso ya os lo diré cuando vuelva…!- excalmó juguetón el chico, causando misterio e intriga, mientras se iba corriendo con sus labios formando una enorme y divertida sonrisa.

-Vaya. ¿Tú crees que vuelva?- pregunté intrigada.

-No lo sé. ¿Por qué todos son tan misteriosos como tú? A veces me saca de mis casillas, pero me hace interesarme más por esas personas.

Me sonrió alegre, mientras nos reíamos.

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora