Capítulo 40: El horror

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Amaia y yo dimos por hecho que todo aquello que nos había contado Raquel no tendría ninguna repercusión en nuestras vidas. Sin embargo, la tuvo días después.
Ojalá no la hubiese tenido.

Se oyó un grito agudo. El horror me susurraba al oído malos augurios.
─¡¡María!! ─era un grito destemplado de Amaia.
La taza de café que sostenía yo cayó al suelo en un segundo, provocando un sonido agudo y ensordecedor. El pulso de mi corazón iba a una velocidad que nunca había visto.
Me levanté corriendo.
Temblando, mis manos buscaban la cerradura de la puerta con las llaves, para abrirla y salir.
Amaia debía de estar en el jardín. Había salido para podar las plantas.
Las llaves habían conseguido entrar en la cerradura, y rápido di las dos vueltas de llave que eran necesarias.
Abrí la puerta. Y, por un momento, me quedé paralizada. No tenía ni idea de qué me esperaría al cruzar la puerta, y tampoco quería saberlo, pero era lo que tenía que hacer.
Una ráfaga de viento entró por la puerta y me hizo reaccionar. El viento trajo consigo un trébol de cuatro hojas marrón, sucio y seco, que traté de ignorar por completo.
─¿Amaia? ─grité esperando encontrarla rápidamente, corriendo por el lado derecho de nuestro jardín.
Se oía un desgarrador y desconsolado llanto viniendo del otro lado del jardín. Corrí.
─¡Amaia!
Ahí estaba ella, llorando, sentada en la tierra del jardín, con la espalda apoyada en la pared exterior de la casa. Frente a ella, el horror.
Me quedé mirando esa figura, y una cascada de lágrimas comenzó a emerger de mis ojos. Me senté junto a Amaia sin mediar palabra. Me bajaba la presión y no podía permitirme estar de pie. Me había tropezado con una piedra y mi pie derecho ardía de una forma que escocía fuertemente y no podía controlar.
Pero eso era lo de menos.
Lo que teníamos frente a nosotras era el cuerpo inerte de Capitán. La cabeza separada del cuerpo de forma inhumana y cruel, y la hierba recién cortada de nuestro jardín, teñida de un rojo vivo y, a la vez, apagado. Su cuerpo ensangrentado era difícil de mirar. Tenía los ojos abiertos, en blanco, y en ellos se veía el horror. Se veía la más terrible e inimaginable crueldad.
Aquello no había sido natural.
Alguien lo había hecho. Y con saña. Con sangre fría. Alguien sin corazón nos quería hacer daño.
Tras observar fugazmente el cadáver de nuestro Capitán, cerré los ojos para intentar borrar esa imagen de mi mente. No pude. Le di un fuerte abrazo a mi mejor amiga, y permanecimos abrazadas durante largo tiempo.
Ambas teníamos muchas heridas que habíamos creído insanables. Sin embargo, juntas habíamos logrado curarlas. Y ahora estaban de nuevo abiertas. Y se sentía como si alguien nos estuviera apuñalando el corazón, atravesando nuestras entrañas y emociones, causándonos dolor, mucho dolor. El dolor emocional era inmenso. Y el dolor físico de mi pie parecía extenderse. Me dolía todo; no tenía ganas de moverme. Pero mi pie no era el causante de mi dolor; era el asesinato de mi gato lo que me provocaba una tristeza, y una rabia, y un miedo incontrolables. No era un gato cualquiera. Era un gato que nos había acompañado en los momentos más difíciles y siempre parecía entendernos mejor que cualquier humano. Nos ayudaba de alguna forma. Siempre sabía animarnos con sus maullidos y ronroneos.
Amaia y yo seguíamos abrazadas. Podía oír el llanto desconsolado de ella, y ella también debía de oír el mío perfectamente. Tanto dolor cabía en nosotras, que nuestros llantos no cesaban. Más tarde, el llanto se fue convirtiendo en sollozos. Pero la fuerza con la que nos abrazábamos no disminuía. Allí no sólo lloramos por nuestro Capitán; lloramos por todos los problemas y cosas tristes que habíamos ido acumulando y guardando en silencio, pensando que desaparecerían por sí solas.
Ver a Amaia tan triste era algo que realmente me partía el corazón. Resultaba desolador ver tan triste a aquella simpática muchacha de preciosos ojos verdes y sedoso cabello negro; ella estaba siempre tan optimista, feliz, animada… Quizás su optimismo era una careta para no preocupar a los demás pero por dentro no estaba bien. Quién sabe. Las personas son muy complejas. En ellas caben tantas emociones y sentimientos, conocimiento y secretos… Pero, bueno, Amaia era una chica fuerte. Solía afrontar los problemas con seguridad y astucia. Estaba bien que llorase y externase lo que sentía, abrazando sus emociones. Ese era el primer paso para resolver las heridas.
Por mi parte… Sabía más o menos cómo debía afrontar los problemas, pero en ocasiones no era consciente de esos pasos a seguir que guardaba en algún rincón de mi cerebro. Ahora mismo me estaba escondiendo en las reflexiones para huir de mis emociones, de lo que sentía en ese momento. Quería llorar y estaba llorando. Ya habría tiempo de reflexionar y darle vueltas a las cosas más tarde.

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