Tras unos segundos que se me hicieron eternos, un hombre abrió la puerta de par en par. Era un hombre gordo, al borde de la calvicie, de corta y grisácea barba, ojos castaños, labios finos, cejas grises, y nariz aguileña. Tenía aspecto de ser muy desagradable, o de ser majísimo; no creía que pudiese haber término medio. ¿Qué sería él?
Se quedó mirándonos con un aire cansado, pero que intentaba parecer interesado y vivaz; no lo conseguía del todo. Esperó a que dijésemos algo, ya que por alguna razón habíamos tocado a la puerta.
Amaia sonrió mucho, pero con una sonrisa nerviosa de que no sabía muy bien qué decir.
─Eh… ─se rio nerviosa─. Buenos días, señor…
─Buenas ─saludó sin sonreír, con aspecto de querer acabar con ese tema lo más rápido posible; pero al final era normal, pues acababan de aparecer unas niñas desconocidas, sin previo aviso, y seguramente tenía cosas que hacer.
─¿Es usted Juan Albéniz? ─preguntó vocalizando mucho más de lo normal; estaba nerviosa.
─Ehh, sí, ¿por qué preguntan, si se puede saber?
Cuánta formalidad. Nunca nadie me había tratado de usted; tenía catorce años solamente.
─Pues, verá, eh… ─tartamudeó mi amiga.
─El caso es que creo que usted conoció a mi madre, Ana.
─¿Ana? Conozco muchas Anas. ¿Sabes su apellido?
Pasó de tratarme de usted a tutearme, directamente. Este señor probablemente cambiaba mucho de opinión y no le gustaba hacer todo el rato lo mismo; tenía aspecto de aburrirse rápido.
Tenía la mano izquierda en el bolsillo del abrigo. De pronto, sentí algo como un papel. Lo saqué y resultó ser la foto de Milán de mi madre y Juan que había junto con una de las cartas que habíamos leído.
«Pero… Pero si esta carta salió volando… ¿Cómo es que…?», dije en mi mente.
En ese instante recordé que justamente esa foto yo la había guardado en el bolsillo de mi abrigo cuando volvíamos al hospital después de pasear y encontrar esas cartas. Se me había olvidado por completo que se encontraba allí.
Opté por enseñarle la foto al hombre, en vez de dar datos innecesarios de mi madre. Quería ahorrar saliva y ser lo más rapida posible.
─Mire… ─ordené dubitativa; ¿debía de tratarlo de usted?─. Esta es mi madre, Ana. Y éste es usted, creo.
Le mostré la fotografía en cuestión. El hombre se puso las gafas de fino armazón metálico de color dorado que colgaban del bolsillo de su camisa azul a cuadros y se acercó interesado a la imagen.
─Pues… ─dijo sorprendido, aunque con cara de estar algo amargado─. Es Ana. ¿Dices que es tu madre?
─Sí ─afirmé─. Soy María.
Le ofrecí mi mano, invitándole a que la estrechara a modo de saludo. La estrechó con una leve sonrisa. No sé si es que no quería darme la mano o por qué tenía cara de estar algo a disgusto y aún así tratar de sonreír.
─¿Y ella es…? ─preguntó fijándose en la muchacha que estaba a mi lado, ahora más intrigado que serio y amargado..
─Amaia ─dijo sonriente y más tranquila, a pesar de que el señor no parecía contento de habernos conocido─, amiga suya. Encantada.
─Igualmente, supongo… ─afirmó con poca convicción y estrechó su mano con cara de asco─. ¿Y qué pasa con vuestra madre, que habéis venido a buscarme cuando yo estaba tan tranquilo en casa?
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El Sueño De Colibrí
Teen FictionMaría es una niña huérfana muy curiosa y con mucha imaginación, que siempre sueña con un mundo mejor. En su camino para encontrar la felicidad vive muchas aventuras surrealistas. ¿Dónde termina un sueño y empieza la realidad? Esta joven narra todas...