Capítulo 16: Cartas con tréboles

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Capitán ronroneó acariciando nuestras pantorrillas y pies, mientras nosotras lo saludábamos animadamente.
Maulló y se echó a correr, como invitándonos a seguirlo.
─¡Capitán, espera, no vayas tan rápido! ¡Que María va en silla de ruedas!
El animal se paró y se dio la vuelta, y soltó un maullido de estar confundido.
Empezó a caminar más despacio, y de vez en cuando se giraba para asegurarse de que veníamos detrás de él.
Ya estábamos bastante alejadas del hospital y sí, habíamos cruzado bastantes calles.
─Hemos cruzado calles ─comenté─. A pesar de que Carmen nos dijo que no lo hiciéramos…
─Es un decir, Colibrí. No hace falta seguir todo lo que te dicen al pie de la letra.
─Pero la enfermera y el doctor saben mejor lo que me conviene que yo, ¿no? Al menos en este estado de tener un pie roto ─puntualicé convencida.
─Ya, ¿pero en serio crees que te va a atropellar algún coche? Si en general la gente conduce bien aquí.
─No generalices; puede haber accidentes de tráfico. De hecho, los hay. Y voy en silla de ruedas; no me puedo echar a correr de repente.
─Bueno, eso sí, pero no te preocupes, que conmigo al lado no te va a pasar nada.
─Ya. Si me atropellan me llevas tú al hospital.
─Trato hecho.
Tras cruzar otra calle, llegamos a una zona un poco arbolada y con hierba entre tantos edificios.
Me percaté de que no había un alma en la calle.
«Será por el frío» pensé. Pero la verdad es que en invierno suele haber temperaturas bajas, y la gente se acostumbra. Siete grados no era todo el frío que podía hacer.
─No me gusta nada el frío ─protestó mi compañera de paseos─. ¿Qué sentido tiene? Sólo me gusta si hay nieve. Si no, es un horror. Amarga los días a la gente y nadie quiere salir a pasear ni quedar con sus amigos.
─Qué optimista.
Nuestro minino favorito frenó en seco a mitad del caminito de cemento entre hierba y árboles.
─Mauuu…
─¿Qué te pasa, gato? Dinos qué quieres y déjanos en paz ─ordenó la joven─. Hace frío.
─Ya lo sabemos, bonita; llevas todo el camino hablando de eso ─puntualicé con retintín y señalé mi reloj blanco con azul─. Veinticinco minutos, guapa.
─Gracias, tú también eres muy mona ─espetó también con retintín, con una sonrisa cínica de que estaba disfrutando el hecho de intentar molestarme, pero en sí esos son nuestros juegos, son bromas, comentarios para ver si nos molestamos la una a la otra. Es divertido.
Le saqué la lengua, de broma, burla, imitando a Raquel.
─Pareces Raquel.
─Era justo lo que pretendía.
Dejó de mirarme y se concentró en fijar su mirada en Capitán.
─Bueno, a ver, gato, que llevamos cinco minutos paradas aquí como pasmarotes ─replicó─. Explícanos qué pasa.
El felino la miró con una mirada seria.
─Por favor ─pidió con una cara que mostraba cansancio y desesperación, a la par que frustración, rabia y risa.
El animal maulló y señaló el suelo con su pata.
Había un papel. Una carta. Con un trébol de cuatro hojas plasmado en el sello que se hallaba adherido al papel.
─María… ─dijo perpleja─. Este gato sí que nos quiere decir algo…
─Hablando de eso… ─añadí mientras ella recogía la carta─. El otro día… Cuando te dije que me encontraba mal y te pedí que te fueras, ¿sabes…?
─Sí.
Miré a Capitán, pidiéndole permiso con la mirada para explicar lo sucedido. No pareció estar enfadado. No vi el odio en su mirada que vi aquella vez. Podría contárselo a Amaia tranquilamente.
─Pues vi a Capitán por la ventana, que estaba en el jardín interior del hospital. Te lo iba a decir, pero sentí algo inexplicable por parte de este gato… Un odio y amenaza profunda que me impedía contártelo, y ni yo sabía qué estaba ocurriendo. De repente, Capitán ya no estaba. Te fuiste, me dormí, o eso creo yo, y volví a ver al animal en el sueño. Desperté y no había ningún gato en el jardín, pero había un trébol de cuatro hojas en mi balcón.
Amaia estaba atónita.
─No sé… Digo… ─articulé yo─. Sé que me dormí y vi al gato y luego desapareció, y eso fue también lo que vi en la vida real, despierta. En ambos llovía. Sé lo que fue un sueño y lo que no; puedo diferenciarlo… Pero al fin y al cabo, en este caso… ¿Cuál fue la diferencia entre un sueño y la realidad?
─Pues… No sé qué decir… ─observó al gato y prosiguió─ No cabe duda de que este animal es muy listo, y algo nos quiere decir, aunque pueda sonar absurdo. ¿Sabes? Un gato se supone que no es capaz de hacer eso. Quizás nos lo estamos imaginando.
─Por favor, no me hagas gaslighting, que es lo que me faltaba; yo no dudo de mis capacidades mentales o intelectuales y sé que no estamos locas.
─Ya, ya. No lo digo en broma, pero aún así yo también sé que no estamos mal de la cabeza ─aclaró ella─. Digo que el mayor dilema de los filósofos desde la Antigua Grecia hasta hoy ha sido y es descubrir cómo es posible demostrar que algo es real. Hay muchísimas teorías, pero cada una tiene algún punto débil. Es imposible demostrar que algo es real.
─Deja este tema que estoy entrando en una crisis existencial y de ahí no salgo ─pedí, porque era un tema que me estresaba bastante, y estaba demasiado cansada como para ponerme a reflexionar sobre la existencia humana, el conocimiento, la realidad o cuestiones similares─. Vamos a leer esta carta.
Tenía el papel en cuestión en mis manos.
Como ya he mencionado, portaba un sello con un trébol de cuatro hojas. Aparte, venía escrita una dirección postal. También venía el remitente y el destinatario. Pero éste último estaba borrado por suciedad y lluvia y no se podía leer.
Remitente: Juan Albéniz
Abrí la carta y la leí en alto para que Amaia lo oyera también. Esto era lo que decía:

Martes 26 de enero
Querida Ana:
¿Cómo estás? Te escribo porque te echo de menos y desearía saber qué es de ti. Me ha costado bastante encontrar tu dirección, pues entre tanto amor que había entre nosotros y la llegada de la repentina noticia de que debía partir a París, no hemos tenido tiempo de hablar de direcciones de domicilio; he tenido que preguntar a todos mis conocidos hasta que uno supo tu morada.
Los días van pasando sin ti a mi lado. Miro por la ventana y veo nubes, y sé que contigo a mi vera habría un sol resplandeciente y brillante, pero de momento no puede ser. Afortunadamente, debo comunicarte que volveremos a estar juntos dentro de tres semanas y no cuatro meses, como mi jefe había previsto anteriormente.
Escribiría una carta más larga, pero ya está todo dicho. El amor vale más que mil palabras. Y como una imagen también lo hace, te adjunto una en el sobre que creo que no tienes. Somos tú y yo en Milán, hace tres meses.

Espero tu respuesta.
Te quiere,
Juan.

Me pareció curioso. Mi madre se llamaba Ana, pero nunca me había mencionado que hubiera tenido pareja, más allá de mi padre. Quizás su relación terminó mal y ella no quería ni acordarse de ello contándomelo. Nunca lo podría averiguar.
O quizás sí, porque Capitán maulló y vimos que había un rastro de cartas que nos dirigiría hacia algún sitio. Pero antes debíamos de leerlas todas.
Saqué la fotografía del sobre. Se veía bastante antigua, por lo menos de hacía unos treinta años.
La bella jovencita de la fotografía, que estaba cogida de la mano con un señorito bastante atractivo y bien cuidado, era en efecto mi madre, Ana. No había mencionado su nombre últimamente, porque para mí era mi madre y sólo mi madre, irremplazable; en cambio Anas hay muchas.
La pareja estaba en la plaza Duomo de Milán, y se podía ver la preciosa galería Vittorio Emmanuele II y la Catedral. Parecía mágico; se veía todo tan blanco, que daba una sensación especial de pureza y luminosidad increíble. Nunca había visto algo igual. Me pareció precioso, una obra de arte. La propia galería parecía sacada de un museo. Se intuía en la fotografía que por dentro abundaría el detalle en las paredes.
Sujetaban un helado cada uno. De esos helados que ves y se te hace la boca agua de tan grandes y coloridos que son. Y con toppings que no añaden mucho sabor, pero son el toque perfecto para hacer que te mueras de hambre al verlos.
Me quedé impresionada. Era hermoso lo que se podía apreciar de aquella ciudad en aquella imagen. Sobretodo mi madre; creo que nunca la había visto tan sonriente y feliz, su sonrisa era enorme y sus ojos brillaban de alegría y amor. Estaría realmente enamorada.
¿Qué habría pasado después?
─Colibría
─¿Colibría? ¿Qué demonios se supone que es ese apodo? ─pregunté riendo con cara de confusión.
─Pues María + Colibrí = Colibría. Qué poco imaginativa eres si no te habías percatado de ello.
─Imaginación no me falta; aún así me ha resultado extraño que me llamases así. Por eso pregunto ─precisé mientras pensaba que probablemente Amaia me habría llamado para decirme algo más que mi nuevo y espantoso apodo─. ¿Por qué me llamabas?
─Ah, sí, ¿qué hora es?
─Es la una menos veinte.
─En veinte minutos tenemos que estar de vuelta en el hospital ─avisó ella pensativa─. Date prisa, que tenemos que averiguar de dónde vienen estar cartas, cuándo, cómo y esas cosas. La intriga puede conmigo, ¿a ti no te interesa?
─Creo que el pasado que nunca supe sobre mi madre es lo que más me interesa en este momento.
Amaia cogió la siguiente carta, situada en el suelo a dos metros de la que yo ya había abierto.
La letra era diferente; era como la de mi madre, muy bonita, como el típico tipo de letra de las cartas algo antiguas que a día de hoy poca gente es capaz de hacer.
Venía una dirección diferente.
─Eso no está lejos de aquí ─comentó mi amiga─. Si tiene algo que ver con tu madre, podremos ir.
Yo sentía ilusión, esperanza de conocer más sobre mi madre, completar el vacío de mi corazón del que nunca me había percatado, caminar hacia el objetivo de ser feliz y dar el tema de la muerte de mi madre por zanjado.
Últimamente estaba siendo feliz. No me sentía en una montaña rusa de emociones como antes; ahora estaba más estable emocionalmente. Todo eso se debía a que contaba con buenas personas a mi lado que no pretendían hacerme daño, al contrario de otras, que por fin había hecho desaparecer de mi vida.
¿Para siempre?

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