Capítulo 3: El bosque oculto

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Tras mucho rato persiguiendo a aquel minino, el animal se paró en seco frente a un callejón muy sombrío y sórdido; nada animado. No se veía ningún alma en ese lugar, y yo ya estaba pensando en retirarme de tal sitio.

-Oye, gato, ya vale; ¿a dónde me quieres llevar?- dije un tanto cansada de tanto misterio.

-¡Miauu…!

El felino echó a correr hacia el fondo de ese callejón.

Mientras lo seguía, me pregunté hacia dónde me querría dirigir ese misterioso ser. ¿Qué podría tener de interesante una calle desierta y aburrida?

Paró frente a una especie de jardín bastante boscoso, como invitándome a pasar a su hogar. 

Un bosque oculto.

Había muchos árboles y plantas. Era un lugar bastante extraño; muy amplio y frondoso, en medio de edificios antiguos. La tierra del suelo estaba cubierta por hierba y plantas. Ese terreno ocupaba lo que un edificio normal del centro de cualquier ciudad, pero, aunque era medianamente estrecho, era muy, muy grande a lo largo, hacia el fondo. 

El lindo minino empezó a caminar más despacio por aquel mágico bosquecillo, sugiriéndome que nuestro destino estaba cerca.

Tuve que apartarme las hojas y plantas de la cara y el cuerpo mientras caminaba, porque realmente, la vegetación era muy abundante.

Mientras despejaba mi vista de hojas, empecé a apreciar una casa medio antigua, rodeada por persistentes enredaderas. 

El adorable gatito se detuvo a la entrada de esa casa.
La puerta parecía vieja y era de madera. Tenía un desgastado pomo dorado y un plateado picaporte con la imagen de un león rugiendo. La verdad es que todo se veía muy viejo y descuidado. ¿Viviría alguien en aquel lugar? 

En cuanto me agaché para acariciar el suave pelaje del amistoso animal, vi que frente a sus patas se hallaba un trébol de cuatro hojas.

-Ah. ¿Es para mí?- pregunté sorprendida de que un gato pudiera ser tan cariñoso y dadivoso.

-Miau.

-Gracias, supongo…- contesté confusa e indecisa.

Acto seguido de recoger la planta, me planteé la idea de que aquel felino quizás quisiera indicarme algo más que generosidad por su parte. Pero todavía no sabría qué…

Lentamente, la puerta se abrió, crujiendo y casi gruñendo, como si le disgustase mi presencia. ¿La puerta se había abierto sola o había alguien detrás? Decidí entrar a aquella misteriosa propiedad en compañía del gato, que sujetaba entre mis brazos como si fuese un delicado bebé.

Entré. La casa estaba totalmente a oscuras.

Desde luego que no era muy prudente por mi parte el hecho de entrar a una extraña morada ajena, pero ni siquiera tenía dónde dormir o comer.
Mi plan anterior era dar una vuelta por mi ciudad y volver pronto a mi sórdido hogar: el orfanato. Pero la reprimenda que recibiría sería horrible y, ahora, en aquella vivienda oculta; con suerte encontraría techo y alimento, con buena compañía.

Lo primero que vi fue una especie de habitación en donde al parecer se hallaba alguien; se oía la dulce melodía de un piano que estaba siendo tocado con delicadeza y precisión. El bello sonido que se podía escuchar era tranquilo y seguro que estaba siendo producto del talento de alguien maravilloso. Atraída por tal belleza, me sentía obligada a acceder a la sala de dónde venía la magnífica música.
Cuando me di cuenta de que allanar una morada era muy poco ético y podría conocer a un asesino psicópata, ya me encontraba dentro de esa habitación.
La parte reconfortante era que los buenos músicos son siempre sensibles y decentes personas, ¿no?

Me llamó la atención que había muy poca iluminación en aquella estancia -y en todo el lugar en general-, por lo que a duras penas se conseguía apreciar la cara de aquel misterioso artista. Pero, aún así, pude ver que se trataba de una joven, de no más de doce años por aquel entonces, verdaderamente bella; que estaba sentada en un asiento bajito de piano de terciopelo rojo. No tenía ojos azules, ni cabello rubio; pero seguía siendo igual de atractiva.
Era delgada. Tenía la cara totalmente simétrica y bien proporcionada, la cara redonda, las mejillas abundantes (lo que la hacía parecer más adorable e inocente, como niña que era), los labios gruesos, la nariz fina, pequeña y respingona; los ojos grandes y expresivos, muchas pestañas y muy rizadas, y las cejas finas y delineadas. Tenía ojos castaños miel, con un toque verdoso; y el cabello negro como la pez.

Mientras que yo tenía la cara menos proporcionada: La boca ligeramente pequeña y con labios finos, y ojos enormes (pero por suerte, no saltones). Mis cejas eran demasiado pronunciadas (pero eso ya se arreglaría cuando fuera mayor, depilándomelas). Mi nariz era decente. También era delgada.
Yo tenía los ojos más claros: verdes, concretamente; y cabello castaño oscuro.

La primera reacción de la niña fue quedarse en silencio y observarme con intriga durante unos segundos. Yo, por el contrario, me mostraba tranquila e inexpresiva. Supongo que aquello desconcertaba aún más a la muchacha.

Yo fui la primera en hablar, sorprendente.

-Perdona… Vi esta casa tan bonita y pensé en echar un vistazo. Me llamo María- dije tímida pero directa.- ¿Vives aquí sola?

-Eso a ti no te incumbe.- entendí que su mirada de desprecio me invitaba a irme.

-Ah. Es verdad. Lo siento. Ahora me marcho.- mi mirada infundía un ligero brillo difícil de detectar, de esperanza que se había convertido en tristeza y decepción.

Creo que la chica percibió que me sentía triste. Eso era complicado de ver, porque yo me había hecho muy inexpresiva a raíz de la muerte de mis padres.  Seguro que se trataba de una niña muy empática y sensible, lo cual claramente se veía reflejado en su forma de tocar el piano.
Me di la vuelta, planeando irme, cuando oí como la niña se levantó de su mullido asiento.

-¡Espera!- exclamó mientras tiraba de la manga de la sudadera que llevaba puesta. -Seguro que tienes más razones por las que estás aquí. Suelo ser fría con las personas que no conozco, pero me vuelvo cálida cuando veo que están en apuros. Encantada de conocerte, María. Yo me llamo Amaia. Y sí, vivo sola aquí. Nunca he sabido cómo se siente tener una familia y ser querida realmente, pero no me interesa; ya me he acostumbrado a esta vida, y está bien. Hay que conformarse con lo que uno tiene, ¿no crees?

Ella era muy habladora y se veía que tenía facilidad para intimar con la gente, todo lo contrario a mí. Yo solía responder con monosílabos, mientras me quedaba con la espina clavada de querer preguntar mil curiosidades que rondaban por mi cerebro. ¡Para una vez que preguntaba algo por mera intriga y me responden que no me incumbe…!

Decidí tímidamente bajar la mirada y observar mis zapatos negros de cordones del mismo color. Estaban algo sucios.

-Ya veo que no hablas mucho. Seguramente sea mi culpa, por ser tan borde hace rato. Disculpa- dijo con naturalidad. -Cuando quieras hablar, habla. Puedes escucharme tocar el piano. Toco muy bien, ya habrás oído.

Me quedé en silencio oyendo cómo acariciaba las teclas del instrumento emitiendo una melodía más melancólica que la anterior. Esa melodía la había escuchado antes… ¿Dónde?
De repente, sentí unas profundas ganas de llorar.
La última vez que había llorado, fue cuando mis padres murieron; después estuve un año sin llorar, hasta ese momento.
Mis ojos estaban desbordantes de lágrimas que no podía reprimir. El sentimiento de tristeza y nostalgia estaba invadiéndome. ¿Por qué?

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora