Capítulo 7: Adrián

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Días más tarde, Amaia y yo decidimos salir a tomar chocolate con churros al café Iruña. Desde luego, disfrutar de algo caliente en un día frío de invierno como ese era espectacular.

Aquel lugar me encantaba. Era antiguo, pero nunca nadie se cansaba; todos los turistas iban a verlo por su curiosa decoración y la gente local iba regularmente a por su chocolate con churros.
Los churros estaban tan crujientes y tiernos por dentro, que pensé que era un sueño. Me llamó la atención que estaban perfectos de fritura; no resultaban grasientos.
El chocolate a la taza estaba espectacular, aunque nunca he probado uno malo. Estaba denso y dulce, pero no empalagoso. Y obviamente se encontraba muy caliente, pero eso se arrreglaría esperando pacientemente.

Mientras degustábamos nuestra merienda, vi pasar a alguien conocido por la ventana.
El chico que había tocado a nuestra puerta la semana pasada estaba caminando por la calle. ¿A dónde se dirigiría?
Observé que sujetaba una barra de pan que parecía de excelente calidad. Sería de alguna panadería buena del centro.
El pan estaba rodeado por un papel fino, como los de periódico, que los panaderos usan para proteger un poco el alimento del exterior.
El papel tenía unas letras en grande que no conseguí leer, junto a un gran trébol de cuatro hojas.
Nuevamente aparecían tréboles de la suerte en mi vida. ¿Nuestro gato Capitán era vidente o ya sabía algo de esto y nos quería dar pistas sobre algo?

Vi cómo el joven miraba constantemente su reloj digital negro mientras andaba a paso rápido, aparentemente apresurado.

-Mira, ahí está el chico del otro día- comenté como dato curioso.

Como no solíamos ver a nadie, se sobreentendía a qué muchacho me refería.

-Ahí va, es verdad- dijo levemente sorprendida-. ¿A dónde crees que vaya, Colibrí?

-No lo sé. Quizás a nuestra casa.

-Sería curioso eso - comentó riendo-. Pero puede que tengas razón.

Seguimos disfrutando de nuestro manjar de dioses. Después, nos pusimos nuestros mullidos abrigos y nos fuimos.

Cuando llegamos a nuestra casa, vimos que teníamos visita.
Era el chico de antes. Vestía un abrigo negro bastante simple, vaqueros rotos y zapatillas de marca.

-¡Hola…! El otro día que vine me ofrecisteis pasar a vuestra casa y tomar algo, pero tenía que estudiar y no pude quedarme.- explicó sonriente -Se lo conté a mi padre y me dijo que, por vuestra amabilidad y atención, os llevara una barra de pan de nuestra panadería.

-Ah, muchas gracias.- dije mientras cogía la ofrenda.

-De nada.- sonrió mucho al decir esto.

Vi que Amaia también sonreía. ¿Estaría enamorada de él?

-Bueno, ¿quieres tomar algo?- preguntó mi amiga íntima.

-Pues muchas gracias; sí, estaría bien, si no es molestia.

Abrí la puerta y entramos. Nuestro gato nos esperaba sentado a un metro de la puerta, del lado de dentro.

-¡Hola, mi Capitán! ¿Qué tal estás?- saludé contenta.

Amaia se disculpó y dijo que tenía que buscar una cosa, que ahora volvía.

Por su parte recibí un dulce maullido que también expresaba entusiasmo por verme.

-Qué bonito gato… ¿Cómo se llama?- preguntó el joven.

-Se llama Capitán. ¿A que sí? ¿Quién es mi lindo gatito?- añadí acariciando al animal.

-Es muy bonito. Yo tengo un perro.

-¿Ah, sí? Qué bien. ¿Cómo se llama?

-Guau.

-Pues es un nombre original. -respondí.

Estaba contenta de poder entablar una pequeña conversación con este chico. Por fin estaba consiguiendo ser menos callada y más feliz.

-¿Y tú?- preguntó con una mirada brillante de interés.

-¿Qué?

Soltó unas carcajadas.

-Qué cómo te llamas, quería decir.

Sentí cómo me ruborizaba, pero no sabía por qué. Era tímida hasta con la camarera que nos había atendido anteriormente en la cafetería. Todavía no conseguía hablar con tanta naturalidad como Amaia.

-Ah. María. ¿Y tú?

-Adrián.

-Bonito nombre- dije.

Segundos después, me arrepentí de haber comentado algo tan estúpido.

-Bueno, la verdad es que no tiene nada de especial.- respondió sincero y tímido -Es un nombre muy común.

-Bueno, eso no hace que deje de ser bonito.- expliqué de forma natural -Y, además, cada uno tiene una percepción diferente sobre lo que es especial.

¿Por qué estaba diciendo tantas estupideces?

Me miró sorprendido y tímido.

-Gracias,supongo…

Noté cómo sus mejillas se sonrojaban.

«¡Tierra, trágame…! ¿Así cómo voy a hacer amigos, comportándome como un bicho raro?» pensé avergonzada.

Suerte que en aquel instante Amaia bajó las escaleras y vino a decir algo.
Traía en una mano el trébol que el otro día me había "regalado" el minino.

-Mira. Este trébol lo trajo nuestro gato Capitán. Justo antes de que tocaras a nuestra puerta el otro día, él lo dejó a los pies de María. Abrimos la puerta y te vimos a ti, y tenías una pulsera con un trébol.- empezó a explicar Amaia -El primer día que Colibrí vino a esta casa, hace unos siete años, el gato también le dio un trébol de cuatro hojas. Y hemos visto ahora que la barra de pan que nos has dado tenía un papel con un trébol. No sabemos lo que significa.

Adrián estaba sorprendido. O bien pensaba que creíamos que se trataba de una especie de señal divina y estábamos locas, o bien sí pensó que el felino nos quería decir algo. En cualquiera de los casos, era posible que no estuviéramos bien de la cabeza alguno de los tres. O el gato era un extraterrestre, que también era una opción verosímil.

-Yo tampoco sé qué pueda significar…- admitió el joven, con cara confusa -Lo único que puedo hacer es enseñaros la historia del logotipo con forma de trébol de la panadería de mi familia. No sé si os sirva de algo…

-Servir, servir… no sé. Pero como dato curioso no estaría mal. Además, peor es nada, ¿no?- comenté mirando a Amaia, en espera de una respuesta útil y sabia.

-Podemos hacerlo, no perdemos nada. Y ni siquiera tenemos nada importante que hacer.- respondió mi amiga con una mirada intrigada, con ganas de averiguar más sobre aquel misterio.

-¿Vamos ahora?- preguntó Adrián.

-¿A dónde?- pregunté yo, intrigada y curiosa

-Ya veréis...- respondió travieso.

-Ay, pero me sabe mal...- comentó Amaia apenada -Habías venido con la intención de merendar algo; no nos podemos ir todavía.

-¿Quién dice que no vayamos merendar?- cada vez me provocaba más misterio y confusión cada palabra que pronunciaba ese joven.

De hecho, nosotras ya habíamos merendado hacía relativamente poco, pero daba igual; la intriga podía conmigo y necesitaba saber qué quería decir. No podía quedarme en ascuas.

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora