Al día siguiente, desperté a las diez y diecinueve de la mañana, con el delicioso olor a pan blanco, mantequilla, mermelada de fresa y leche con cacao. ¿Cómo podía saber perfectamente de dónde procedía ese maravilloso perfume? Fácil; abrí los ojos y miré a la enfermera Carmen, que acababa de entrar en mi habitación sosteniendo una bandeja con dichos alimentos.
─Hola, Carmen ─saludé, frotándome un ojo con la mano, intentando que mi cuerpo se hiciera a la idea de que era de día y yo ya estaba despierta.
Se giró sobresaltada y fijó su mirada en mí.
─¡Anda, María..! ─comentó sorprendida y sonriente─. Pensé que igual estarías durmiendo, pero al final no. Venía a traerte el desayuno, cariño.
─Ah, muchas gracias ─añadí cogiendo la bandeja metálica que sostenía mi comida─. ¿Y Raquel?
─Estoy aquí ─anunció un ente que apareció entre las cortinas turquesas que delimitaban las dos mitades del cuarto─. ¿Qué te cuentas?
─Nada, ¿y tú? ─respondí alegre de que ella se encontrara en la habitación─. ¿Has desayunado ya?
─No, justo ahora iba a hacerlo ─aclaró y soltó una risa, señalando la bandeja con comida que había encima de sus muslos─. ¿Tú?
─Lo mismo ─le sonreí de vuelta.
─Bueno, chicas, ya os dejo, que tengo trabajo ─explicó Carmen─. ¡Hasta luego!
─¡Adiós! ─nos despedimos las dos jóvenes.
Abrió la puerta, salió y la cerró, como de costumbre.
─Qué recuerdos me traen los desayunos de este lugar… ─espetó la chica─. Me recuerdan un montón a los de nuestro orfanato. ¿A ti no?
─Cada vez que desayuno, me acuerdo del Aurora Juvenil ─solté una risa espontánea, derivada de la coincidencia─. Pero, ¿tú sigues yendo allí o te adoptaron?
─No, ni una ni otra ─empezó a decir─. Bueno, en realidad sí me adoptaron, pero mi familia. Entonces no es la típica adopción que uno esperaría.
Se levantó sujetando la bandeja que sostenía su desayuno y se sentó en una silla, en la que estaba colocado su abrigo negro, que acercó a mí y colocó al lado izquierdo de mi cama, indicando que nuestra charla iba para largo.
─¿Y por qué estuviste en el orfanato cuando te conocí, si tenías familia que te podía cuidar, en lugar de estar en ese infierno? ─pregunté intrigada.
─Bueno, la cosa es compleja… ─comenzó a explicar─. Mis abuelos tuvieron dos hijos, Ariadne, que era mi madre, y Pedro, mi tío. Los dos hermanos se pelearon muy seriamente y dejaron de hablarse, hasta tal punto que mi tío Pedro no sabía que mi madre había muerto, ni que ella había tenido una hija, que era yo. Más tarde, vieron por casualidad mi nombre y apellidos porque aparecí en la televisión, cuando unos periodistas vinieron al orfanato y preguntaron a niños aleatorios qué les parecía el centro. Según me han dicho, les pareció curioso que yo tuviera el mismo apellido que mis primos, aunque es bastante común, pero ya pensaron en que fijo que éramos familia porque uno de los periodistas me preguntó cómo se llamaba mi madre y yo dije “Ariadne Irisarri Gascón”, con su nombre y apellidos completitos y todo. Al final, unos días después, se personó mi tío en el orfanato explicando la situación familiar y diciendo que quería y debía hacerse cargo de mí. Me adoptó cuando yo tenía nueve años.
─Espera, espera, espera… ─dije confundida─. Me he perdido un poco… ¿Qué parentesco tenía Pedro con tu madre? ¿Y cómo es que Javi y su hermano tienen el mismo apellido que tú si no sois hermanos?
Dio un mordisco a su tostada, la dejó en el plato de su bandeja, que sostenía sobre sus piernas, y habló.
─Pedro es el único hermano de mi madre. Pedro Irisarri Gascón y Ariadne Irisarri Gascón. Mi madre se casó con Unai Fuentes, mi padre, y nací yo, Raquel Fuentes Irisarri. Pedro, mi tío, se casó con Paula Martín y tuvieron a Javi Irisarri Martín y Eneko Irisarri Martín. Creo que ya he respondido a las dos preguntas, je, je, je.
─¡Ah, claro…! Tú tienes el Irisarri como segundo apellido y Javi y su hermano como primero, debido a que el apellido del padre va antes que el de la madre, y el hermano de tu madre es hombre, y tu madre, mujer ─deduje sabiamente.
─Sí, mi madre es mujer y mi tío, hombre.
Ambas nos reímos. Era cierto que mi deducción esa era un tanto obvia, pero me refería al orden de los apellidos. Eso ella ya lo sabía, pero supongo que aún así habría sonado gracioso.
─¿Cómo murió tu madre? ─preguntó mi yo indiscreta.
─No lo sé. Nunca me dijo nada y de repente ya no estaba.
Eso sonaba algo extraño. De normal, las madres siempre se preocupan por los hijos y dan la vida por ellos y por seguir protegiéndolos y cuidándolos. Pero recordé que no siempre tiene por qué ser así. También puede haber madres malas personas, aunque no abunden; yo había tenido la suerte de disponer de una madre cariñosa y comprensiva que daría la vida por mí. Nunca supe realmente por qué murió. Supongo que por pena y tristeza, pero eso ocurre cuando ya no tienes motivación para vivir. Y yo era su motivación. Nunca terminé de comprender esa parte del pasado, pero yo había decidido que debía de aceptarlo tal cual y acordarme de lo mucho que ella me quería.
─¿Y qué pasó con tu padre?
─Ah, sí; nunca lo llegué a conocer. En cuanto nací, desapareció.
─Pero, en ese caso, tu madre te podría haber puesto sus dos apellidos, ¿no?
─No, porque nací, mi padre y mi madre me pusieron los apellidos y acto seguido se borró del mapa. No lo llegué a conocer, aunque quizás sí haya visto su cara alguna vez, pero de recién nacida.
─¿No hay vídeo?
─¿Cómo?
─Perdón, no me he explicado bien; a veces los padres graban un vídeo en cámara cuando nace un hijo. Me preguntaba si, por casualidad, tus padres hicieron uno. Así podrías ver cómo era tu padre.
─Ah, pues fíjate que nunca me había parado a pensarlo… Pero de nada habría servido; mi madre tiró a la basura todas las fotos y recuerdos de mi padre, así que si hubiera habido un vídeo de mí con mi padre, no habría podido verlo nunca.
─¿Tu madre se deshizo de todas las cosas en las que aparecía tu padre?
─Sí, pero no te creas que eran muchas; salía en una o dos fotos.
─¿Tú crees que se habría deshecho de un vídeo de ti de recién nacida porque estuviera tu padre?
─Probablemente, pero porque seguramente tendría otro en el que apareciera solo yo con ella, sin mi padre. Pero sinceramente no creo que haya ningún vídeo, así que de poco sirve hacer hipótesis.
─Tienes razón.
De repente me acordé de que el otro día no contestó a si Adrián le caía bien.
─¿Y te llevas bien con tu vecino, Adrián?
Se rió, dejó la bandeja, ya sin comida, en una mesa cerca de nosotras y, después, respondió.
─¿Qué obsesión tenéis Amaia y tú con saber si me cae bien? Pues no sé, me cae normal. Es un chico… majo. Sólo que está demasiado apegado a su madre, y me parece que ya es mayorcito como para independizarse en cierta forma, ¿no?
─Sí, la verdad ─comenté─. Estoy de acuerdo contigo.
Aunque realmente yo sólo lo había visto un par de veces y no lo conocía muy bien. Pero, desde luego que lo poco que había visto de él no me había agradado nada. Para la próxima, yo tendría que desconfiar más de la gente, de las personas que no conozco. Pueden hacer mucho daño. ¿Cómo se me puso ocurrir entregarme completamente a un chico al que acababa de conocer? Yo era bastante sensible, y eso a veces puede ser una desventaja. Aparte, era muy inocente e ingenua. Por lo menos, reconocerlo me ayudaría a mejorar en ese aspecto.
─De hecho, de pequeños, éramos muy amigos, y jugábamos juntos en su jardín casi todos los días ─puntualizó─. Hasta hace tres años y medio todavía nos llevábamos mucho.
─¿Y qué pasó después?
─Me fui a Irlanda a estudiar a un internado, durante dos años. Aparte, cuando éramos pequeños, no era tan notorio que estaba muy apegado a su madre, ya que todos a esa edad estaban como él, pero, cuando volví a Pamplona, después de haber estado en Irlanda dos años, cuando yo tenía trece, lo vi muy cambiado; estaba aún más unido a su madre y era… ─Raquel se paró a pensar un momento y prosiguió─. Era un tanto malcriado, no sé, infantil. Y te lo estoy diciendo yo, que también tengo algo de niña pequeña; pero él mucho más. Entonces, una vez me dijo que yo me debía de creer de la realeza por haber estado en Irlanda, y cuando le dije que no, dijo: “Ya, ya…”; lo cual me pareció muy maleducado por su parte y le respondí que él se estaba volviendo muy maleducado e infantil, y que para colmo era un niño de mamá.
─Tienes toda la razón ─dije asintiendo─. Bien hecho, no dejes que te falten al respeto.
─¿Y sabes qué me dijo él, Colibrí?
─¿Qué?
─Que me estaba quejando de eso por envidia, debido a que yo no podía estar apegada a mi madre porque no tenía.
─¡No me digas! ─solté yo, sorprendida, con cara de disgusto─. ¡Maldito niñato!
Y entonces recordé que yo, no sé ni cómo, había llegado a la conclusión de que Maribel era su tía abuela y madre adoptiva. ¿Por qué pensaba yo eso? Ah, sí, él en algún momento me dijo que no tenía abuelos. Por eso pensé que Maribel sería su tía abuela, porque me dijo que eran familia y me di cuenta de que ella era demasiado mayor como para ser su madre; tenía cerca de setenta años.
─Pero, su madre… ─dije yo, pensativa e intrigada─. ¿Sabes quién es?
─¿Cuál? ¿La biológica o la adoptiva?
─Pero, ¿tú conociste a la biológica?
─No ─respondió confusa─. De hecho, creo que ni él la llegó a conocer.
─¿Pues?
Sin querer, hice que nos desviáramos del tema.
─Creo recordar que, de pequeña, oí hablar a mi tío con la madre adoptiva de Adrián y comentaron algo de que ella había muerto durante el parto, pero que Adrián se había conseguido salvar. Los adultos no pensaron que yo lo escucharía.
─¿Y el padre?
─No tengo ni idea.
─Bueno, pero sabes quién es su madre adoptiva, ¿no?
─Sí, ahí quería llegar ─dijo emocionada y sonriente, y después se mostró pensativa─. Pero… Bueno, a decir verdad, yo estaba contando cómo me peleé con él…
─Ah, sí, perdona… ─me disculpé educada─. Sigue, sigue, que no vaya a ser que nos desviemos o se te olvide.
─Vale, gracias. ¿Por dónde iba?
─Por la parte de que te dijo que te quejabas porque no tenías madre.
─¡Ah, es verdad! ─exclamó mi compañera de habitación─. Que encima él no tenía derecho a comentar, que su madre de verdad estaba muerta.
─Exactamente. Es que es el colmo ─protesté, algo molesta.
─Bueno, bueno, que nos desviamos del meollo de la cuestión: Recuerdo que estábamos sentados en el sofá blanco de su casa, con cojines negros y grises, de rayas. Demasiado fría esa casa, no me gustaba nada. Entonces, estábamos simplemente hablando cuando empezó esa discusión que ya he empezado a contar antes. Después de lo que he mencionado, me levanté realmente muy enfadada y le dije que no pensaba aguantar sus estupideces de niño pequeño. No fue muy asertivo, pero fue lo que me salió de dentro; tenía tan solo trece años. Ahora he madurado mucho. En fin, que él lo que me respondió fue que yo era una pija insoportable que se creía superior a los demás por haber estado en Irlanda. Furiosa, cogí mi botella de agua y le lancé el agua que tenía dentro, y como él seguía sentado en el sofá, no tuvo por dónde escaparse. Recuerdo la cara de sorpresa que puso. Luego me fui y no volví a hablar con él.
─La venganza no es buena solución, sabes…
─Ya, pero era pequeña… Además, era verano y hacía mucho calor, seguro que le resultó agradable y refrescante. No creo que lo hubiera pasado mal; como agresión era bastante leve. Como mucho, le podía haber sentado mal emocionalmente y se podría haber sentido culpable. Pero no creo que tenga ningún remordimiento.
─Aún así, para la próxima intenta no lanzar cosas, aunque sólo se trate de agua.
Nos reímos.
─Te haré caso. Encima, es que yo era más pequeña, ahora he madurado algo. Me esfuerzo por ello.
─Está muy bien.
Pensé en que Raquel solía divagar muchísimo, y cambiaba de tema con una rapidez y facilidad increíbles. Eso me confundía mucho y me desconcentraba del tema, y luego se me hacía más difícil engancharme de nuevo a la situación que me narraba. Le faltaba mejorar eso un poco, porque es algo que distrae al oyente, y al final es hablar para nada, porque el receptor del mensaje capta la mitad del mismo. Pero en algunas personas como ella, esa facilidad para hablar tanto y cambiar de tema con frecuencia resultaba encantador. Por lo menos no me aburría.
Me lancé a preguntarle mis dudas.
─Al final me he perdido un poco… ─confesé─. ¿A qué edad te fuiste y a qué edad volviste de ese internado?
─Me fui a Irlanda cuando tenía once años y volví ya con trece recién cumplidos.
─Entonces estuviste todos tus once y tus doce años ahí.
─Exacto.
─¿Y hace cuánto fue eso?
─¿El qué?
─Lo de la discusión.
─Con trece, en cuanto volví ─intentó aclarar─. O sea, hace un año y medio. Y hasta hace tres años y medio nos llevábamos muy bien, a mis once años, justo antes de irme a estudiar fuera.
─¿Y cuándo cumples?
─En septiembre cumplo quince. ¿Tú?
─Ahora ya entiendo todo lo que me has contado ─expliqué sonriente─. Yo cumplo quince en junio.
─Ah, bien. Faltan alrededor de cuatro meses. Estamos a finales de febrero, ¿no?
─Sí ─asentí con la cabeza y de repente recordé que no habíamos terminado de hablar de Adrián─. Por cierto, cuando el otro día te pregunté si conocías a Adrián, me dijiste que sí, que te trajo al hospital sin saber quién eras, porque ya no se acordaba de ti, después de haber estado dos años en Irlanda…
─Ah… Ya, es que eso me dijo él ─explicó─. Pero no me lo acabo de creer, la verdad.
─¿Cómo no se va a acordar de ti? No tiene lógica.
─Ya, pero al final es mejor, ¿no? Así evita discusiones y momentos incómodos después de lo que pasó…
─Igual tenía remordimientos de lo que te dijo.
─Ojalá, pero no sé si llegue a tanto ese muchacho…
Miré por la ventana durante el silencio que se produjo. El aire invernal que transmitía el paisaje era mágico y puro, y pude ver que empezaba a nevar un poco. Nieve, aquella belleza pura y blanca, virgen y efímera que tanto apaciguaba mi ser. Cuando veía ese manto blanco, me sentía más tranquila. Pero de momento esos copos de nieve no habían empezado a cuajar y tenía que esperar.
─Ah, queríamos hablar sobre la madre de Adrián ─comenté cuando me acordé de eso─. Sabes quién es, ¿no?
─¡Sí! ─exclamó patidifusa, con cara de susto─. ¿¿Te puedes creer que Maribel sea su madre??
─¡Eso digo yo! ¡Qué horror de familia!
─De tal palo, tal astilla… ─añadió sabiamente.
─Pero, ¿sabes exactamente cómo es que es su madre? ─pregunté curiosa.
─Lo adoptó.
─Pero son familia, ¿no?
─Ah, sí, es verdad… Casi se me había olvidado: Es su tía abuela.
─Sí, eso había intuido yo ─comenté─. Pero, ¿qué relación tienen exactamente? Quiero decir, ¿te llegó a contar su árbol genealógico, por casualidad?
─Pues… ─miró hacia arriba, pensativa, hasta que, al parecer, recordó algo importante y empezó a buscar algo en el bolsillo derecho de su abrigo negro que estaba colgado del respaldo de la silla en la que estaba sentada─. ¡Ah! ¡Creo que sí! ¿Te lo puedes creer?
─¿Qué pasa?
Sacó un papel arrugado que parecía tener algo escrito y me lo enseñó contenta y emocionada a un palmo de mi cara.
─Éste es un papel en el que Adrián y yo escribimos nuestros árboles genealógicos.
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El Sueño De Colibrí
Teen FictionMaría es una niña huérfana muy curiosa y con mucha imaginación, que siempre sueña con un mundo mejor. En su camino para encontrar la felicidad vive muchas aventuras surrealistas. ¿Dónde termina un sueño y empieza la realidad? Esta joven narra todas...