─¡Ring, ring!
Era el teléfono quien interrumpía el silencio del salón a las seis y media de la tarde.
«Qué raro… Nunca nos llama nadie», pensé, extrañada de que alguien quisiera interrumpir nuestra aburrida tarde.
Amaia me miró con los ojos muy abiertos, sorprendida. Supuse que querría saber quién iba abrir la puerta, si tenía que levantarse del sofá o sería yo tan cortés de ofrecerme a coger el teléfono. Fue por ese motivo que le dije que no se preocupara, que iría yo.
─¿Diga? ─pregunté, con el teléfono en la oreja.
─Hola, sí, soy yo ─oí que decía una dulce aunque varonil voz al otro lado de la línea.
─¡Adrián! ─no pude evitar esbozar una sonrisa de alegría─. ¿Cómo estás?
─Yo bien, tranquila ─me pareció oírlo algo preocupado, pero al principio pensé que sería por la mala calidad de la conexión telefónica─. Oye, una cosa.
─Dime.
─Mi madre está muy rara…
─Vaya. Lo siento.
─No, no, tranquila, tú no tienes nada que ver ─avisó el chico de voz delicada y algo rasposa─. Te cuento esto porque hace unas semanas discutí con mi madre y decidí hablarle lo menos posible. Hace una semana o así, me llamó por teléfono aquí a la casa donde estoy y le dije que no quería hablar con ella, porque se puso en un plan de echarme cosas en cara y así, y me dijo que se vengaría.
Me empecé a asustar un poco. Mi sabia intuición estaba viendo venir de qué iba el tema.
─Me quedé un poco sorprendido, pero no pensé que fuera en serio ─su voz empezaba a sonar más angustiado y nervioso─. Ayer me volvió a llamar y accedí a hablar algo con ella, pero volvió a insistir en echarme la bronca por estupideces y le dije que, si seguía así, iba a colgar y dar por terminada nuestra llamada. Me dijo que lo podía hacer si quería, pero que antes tenía que saber que ya se había vengado por la otra vez que le colgué. Le dije que no me lo creía, que qué había hecho entonces. Y me dijo que le preguntase a mi “amiguita” María, y colgó.
Un escalofrío corrió por mi espalda al imaginarme la voz de Maribel hablando de venganza y mencionando mi nombre.
─María, mi madre está muy loca ─advirtió preocupado─. Ten cuidado con ella. No te ha hecho nada, ¿verdad?
No supe muy bien qué responder. Si era lo que yo estaba pensando, había matado a mi gato. Claro que me había hecho algo, y muy gordo además.
─Colibrí, ¿quién es? ─dijo Amaia, quien ya se había levantado del sofá y se encontraba a mi lado, preocupada, supuse, por las caras que estaba poniendo yo ahora mismo.
─¿Eh? Ah, Adrián ─respondí algo consternada por lo que me estaba contando el chico, tapando el teléfono con una mano.
─Ah ─se quedó parada a unos metros de mí. Supuse que ya intuía de qué me estaba hablando el joven, ya que teníamos sospechas de Maribel, y Adrián era su hijo adoptivo.
─Me pregunta si Maribel me ha hecho algo ─le conté a Amaia, pidiendo consejo, pues no estaba segura de si debía decirle al chico que pensaba que ella había matado a Capitán.
Me pidió con gestos que le diera el teléfono, y eso fue lo que hizo. Lo puso entre su oreja y la mía, intentando que de esta forma ambas pudiéramos participar en la conversación.
─¿María? ¿Sigues ahí?
─Sí. Bueno, está Amaia también.
─Adrián, Capitán está muerto.
─¿Qué?
─Nos lo encontramos decapitado en el jardín el otro día.
─¿Cómo?
─Capitán. Decapitado ─trató de decir la joven de forma clara, por si Adrián no oía bien.
─Sí, lo he oído. Pero no… ─pareció quedarse pensando unos segundos─. ¡Maldita sea! ¡Ha sido mi madre!
Amaia y yo ya nos lo esperábamos, pero no pudimos evitar pegar un respingo de oír esas palabras de la boca de Adrián.
─¿Cómo… Cómo lo sabes? ─pregunté yo.
─Con razón… ¡Con razón me dijo que un gato había pagado por lo que había hecho no sé qué historias! Maldita vieja loca desquiciada.
─Pero, ¿cómo tienes la seguridad de que ha sido ella? ¿Estás seguro? Quiero decir, no me extraña, pero… ─interrogó mi amiga.
─Sí. Esa psicópata no está bien de la cabeza. Ha sido ella ─insistió el joven─. Voy a llamarle ahora mismo. Esto no se va a quedar así. Dentro de un rato os llamo.
Y colgó.
Amaia y yo nos miramos la una a la otra, sorprendidas. Sorprendidas de que culpase a su madre con tanta facilidad y que nos colgase de repente. ¿Qué pensaba hacer ahora?
─Algo sabe Adrián y ha ido a verificarlo con Maribel. Seguro ─espetó con seguridad.
─Pero, ¿por qué pensaría que Capitán “debía de pagar por lo que hizo”?
─Colibrí, primero, esa vieja es sádica y disfruta haciendo sufrir a los demás ─empezó a explicar sabia─. Segundo, tréboles, María, tréboles.
─¿Crees que teníamos razón con que los tréboles anunciaban cosas malas o a de qué hablas?
─No sé, eso no lo sé. Pero recuerda que gracias a unos tréboles descubrimos las cartas con tréboles donde venía toda la historia de tu madre y Juan.
─Sí, lo sé, pero… ─yo seguía sin entender por qué eso tendría relación con que mi gato tuviera que ser asesinado.
─Tréboles, María, tréboles ─dijo eso y empezó a dar vueltas por el salón, con cierta desesperación, muy concentrada en lo que estaba tratando de averiguar.
Me estresaba la velocidad a la que caminaba en círculos por el salón. Aparte, temía que estuviese empezando a desvariar.
─¡Amaia, para! ¡Dar vueltas por el salón con aire de detective no va a solucionar nada! ─me quejé algo enfadada, pero, sobre todo, nerviosa─. Adrián dentro de poco nos llamará y nos explicará todo. Y ya si tenemos dudas, le preguntaremos, tranquilízate.
─Hm ─me miró y pensó durante unos segundos─. Tienes razón.
Se sentó en el sofá y la acompañé. Ella estaba nerviosa, sentada en la orilla del sofá en vez de tumbarse y taparse con una manta como antes.
─Mira, no te pongas nerviosa, relájate ─cogí el mando de la televisión y presioné un botón rojo con la intención de encender la pantalla─. Ya llamará.
Dejé el mando, me levanté y fui a la cocina a por palomitas. A esa hora, todos los canales emitían películas. Seguramente serían comedias románticas de esas cursis, simplonas y sin gracia. O de acción, de esas donde sólo hay disparos o catástrofes naturales y no hay trama interesante. Nada de eso nos llamaba la atención nunca, pero, aún así, por aburrimiento y pereza, acabábamos tragándonos todo tipo de películas. Con palomitas, por lo menos, lo disfrutaríamos más.
Empecé a hacer las palomitas y pronto estuvieron listas y las pude servir en un bol y llevar a la sala de estar.
Amaia ya había escogido película; una de esas de amor, simples. Bueno, podría ser peor, digo yo.
Empezamos a ver el largometraje en cuestión y, en menos de media hora, el enorme bol de palomitas estaba ya vacío por completo.
«Nada, me tocará hacer más…», protesté en mi cabeza, tras un suspiro, levantándome del sofá.
─¡No te preocupes! ─dijo mi amiga─. Ya voy yo.
─¿Segura?
El bol estaba a medio camino de sus manos y las mías cuando sonó el teléfono. Me levanté a cogerlo sin dudar, dejando la tarea de hacer palomitas para más tarde.
─¿Sí? ─contesté al teléfono.
─Soy Adrián otra vez.
Miré hacia la derecha esperando ver a Amaia, que pensé que estaría interesada en la conversación telefónica que realizaríamos, y la vi empezando a hacer palomitas.
─¡Amaia…! ─grité en un susurro, llamándola.
─Luego me cuentas ─dijo susurrando y con señas.
Pensé que no querría estresarse con cosas de Maribel y así, y me pareció lógico, por mucho que resultase chocante lo interesada y ansiosa que estaba antes por saber más del tema.
─Cuéntamelo todo ─le ordené al chico que se encontraba al otro lado de la línea.
─A ver… No sé cómo decírtelo…
«Esto suena mal», confesé para mis adentros.
─A ver, es que… ─empezó a contar, temeroso y con dudas─. Bueno, cuando me enteré de que ella salía con Juan sabiendo que su mejor amiga salía con él, me enfadé con… Iba a decir mi madre, pero no sé si se lo merece… Dejémoslo en Maribel.
Hala, sí que se había enfadado con Maribel.
─Un día ─prosiguió─, decidí que no quería volver a hablar con ella, y se lo dije, le dije que no quería hablarle. Me preguntó por qué, y yo le dije que cómo fue capaz de estar con Juan sabiendo que era pareja de Ana, su mejor amiga y tu madre, y que cómo era capaz de hacerle daño a Ana, que eso le habrá hecho mucho daño y encima es tu madre y pues me cabreaba mucho que os hiciera daño a tu familia y a ti… Maribel me dijo que yo estaba loco y estaba mintiendo y… No sé, nunca había visto a mi madre así. No me imaginaba que… Pudiera ponerse tan agresiva y ser así. Siempre me había tratado bien y… Bueno, sigo: Le dije que era verdad, me preguntó que cómo lo sabía y no le dije, porque, no sé, me dio una corazonada de que no debía decírselo…
Ya me estaba imaginando por dónde iban los tiros.
─En fin, ahora la llamé por teléfono y le pregunté que por qué había… matado a Capitán, y la muy cínica y loca me dijo que es que él era el culpable de que yo, “su querido hijo”, no le hablase. Dijo que porque Juan le había explicado que el gato os había llevado a encontrar unas cartas con tréboles o no sé qué y entonces fuisteis a hablar con él y os enterasteis de que le puso los cuernos a tu madre Ana con Maribel y me lo contasteis… Y entonces, según ella… La culpa la tiene el gato.
Me quedé a cuadros con todo. Sabía que era malvada, pero no que era realmente tan retorcida y cínica.
─Pero… ¡Eso no es así! ─me quejé yo, enfadada ante la injusticia que se había cometido con nuestro animal de estimación─. ¡Obviamente no es así! ¿Cómo va a tener la culpa un gato? Es… ¡Es absurdo! ¡Esa bruja no es normal!
─¡Lo sé! No… ¡No tiene lógica!
─¡Pero, no sólo! ¡Ha matado a mi gato la muy víbora arpía asquerosa infeliz de los demonios!
Nunca había soltado tantos insultos de una sola vez.
─¡Adefesia catacaldos besugo abrazafarolas! ─exclamé con todo el odio que tenía guardado dentro de mí.
─No sé cómo pude haber discutido contigo por ella, no sé cómo pude no haberte creído cuando me dijiste que te había intentado pegar y no era buena… No sé cómo pude haber sido tan necio, soberbio, estúpido, escornacabras, abundio, chisgarabís… ─su voz sonaba a que se sentía enfadado de verdad, con su madre adoptiva y con él mismo; pero de pronto se tranquilizó un poco─. De haber hecho que casi no nos volvamos a ver tú y yo. Me da rabia no haberte escuchado y hecho caso, y no haberte tenido en cuenta… Porque tú eres alguien que de verdad merece la pena tener al lado, y de verdad eres…
Su voz melodiosa paró en seco, como si estuviera pensando qué decirme a continuación.
No sé si fue por haber soltado tantos insultos antiguos gritando, porque me hervía la sangre, o por los elogios de Adrián, pero me estaba entrando un calor sofocante de repente y el corazón me iba a mil.
─Bueno, ya te lo diré algún día ─finalizó quizás algo tímido.
Ay, me apetecía salir a la calle, correr y chillar de alegría de lo romántica que se estaba poniendo la conversación.
«Pero, eh, recordemos que igual tiene novia. Y no queremos dramas en nuestra vida y menos si tienen que ver con chicos. Y encima igual te lo dice sólo como amiga. No te emociones. Aparte, tienes mal el pie y no puedes correr de alegría ni nada», me quiso recordar mi yo frío, al que no le gustan ni el romance ni los dramas, y, menos, que me ilusione.
Nos quedamos un rato en silencio, sin hablar, pero supongo que sabíamos que el otro seguía al otro lado de la llamada. Estaríamos pensando en nuestras cosas.
Después de pensar en Adrián, no pude evitar pensar en Capitán. Parpadeé y vi la imagen del cuerpo sin vida del gato. Decapitado, todo ensangrentado. Con los ojos en blanco y otros detalles que no quiero mencionar. Mi gato, mi querido Capitán. Maribel. La bruja malvada, cruel, sádica y maquiavélica de la Maribel.
Maribel. Oía el nombre de Maribel retumbando en mi cabeza, como si de un eco se tratase. Sentía una punzada de dolor en un punto concreto de mi cabeza y se me empezaba a acelerar el corazón.
Maribel. De nuevo oía su nombre en mi cabeza, y el pulso empezaba a temblar. Me empezaba a doler un punto concreto de la tripa de forma intermitente y molesta, agobiante y estresante.
Despacio, me senté en el sofá, esperando que el cable del teléfono llegase hasta allí sin problema.
Maribel. Cerraba los ojos y veía la imagen del cuerpo inerte de mi gato.
Maribel. Me imaginaba a la señora sonriendo mientras decapitaba a mi gato con sus propias manos.
Maribel. Taquicardia y el pulso temblando. Me intenté relajar. Esto no era normal.
─Pero… María ─dijo de pronto.
─¿Sí? ─pregunté aturdida, llevándome una mano a la frente para ver la temperatura que tenía.
Hirviendo estaba mi frente.
─Amaia, tráeme un vaso de agua fría, por favor ─pedí cansada, sentándome de forma más cómoda en el sofá, apoyando la espalda en el respaldo por completo.
─Que… Tengo la culpa de todo.
─¿Qué? ─pregunté con baja energía─ No…
Amaia me trajo el agua y me preguntó si me encontraba bien, a lo que contesté que sí, que no se debía preocupar, que sólo me había mareado un poco.
─¿Y si yo no hubiera ido con Raquel y Javi aquel día que te encontramos y te desmayaste? ¿Y si no hubiera estado ahí para escuchar lo que es bruja había hecho, que había estado con Juan, traicionando a su mejor amiga? ¿Y si yo nunca te hubiera dado un beso? ¿Y si entonces yo nunca te hubiera contado la historia de los tréboles y no hubiéramos empezado con la extraña paranoia de los tréboles? ¿Y si yo no hubiera ido de sobrado diciéndole a Maribel que no quería verla? ¿Y si no le hubiera contado que sabía que había traicionado a Ana con Juan? ¿Y si hubiera podido pararle los pies a esa arpía que dice ser mi madre y…?
Me estaba agobiando con tantos “¿y si…?”. El dolor punzante y estresante que ocupaba mi cuerpo cesaba sólo por momentos. Estaba escuchando lo que decía Adrián. Sentía unas ganas tremendas de echarme a llorar.
─¿Y si nunca nos hubiéramos conocido? ─espetó creo que enfadado consigo mismo y triste─. Si no nos hubiéramos conocido, Capitán seguiría vivo.
No pude evitar romper a llorar desconsoladamente. Tan sólo de pensar en Capitán, me entraban ganas de llorar. Tan sólo de imaginarme que Adrián pudiera tener algo de responsabilidad de que mi gato hubiese sido asesinado vilmente, me daban ganas de colgar el teléfono y nunca más volverlo a ver. Tan sólo de pensar que podría haber sido mejor que Adrián y yo no nos hubiésemos conocido…
Me levanté un poco, para llegar a la mesilla donde estaba el teléfono.
─¡Idiota! ─sentencié llorando.
Y colgué.
Volví al sofá, me tumbé por completo y me puse a llorar hasta dormirme.
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El Sueño De Colibrí
Teen FictionMaría es una niña huérfana muy curiosa y con mucha imaginación, que siempre sueña con un mundo mejor. En su camino para encontrar la felicidad vive muchas aventuras surrealistas. ¿Dónde termina un sueño y empieza la realidad? Esta joven narra todas...