Capítulo 14: Raquel

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Al día siguiente, yo seguía en el hospital, obviamente, pero por lo menos el agudo dolor que en su momento había sentido estaba disminuyendo considerablemente. 

Desperté a las nueve de la mañana, debido a los indiscretos silbidos de los pequeños pájaros del jardín interior.

Miré por la ventana y vi que el día seguía siendo muy bonito. Ni tan siquiera había nubes, al igual que los días anteriores. Tras bostezar alto, dirigí mi mirada hacia la zona de la cortina azul a mi izquierda y, para mi sorpresa, había un joven de mi edad sentado en un sillón azul del otro lado de la habitación. Me miraba con sorpresa, seguramente porque había bostezado de una manera bruta y salvaje, ya que no sabía que alguien me estaría observando en aquel momento. 

Tenía el pelo castaño y ojos del mismo color que su cabello. Era de estatura media, como la de cualquier chico de nuestra edad. 

En cuanto advertí su presencia, me quedé quieta con cara de susto.
Nuestras miradas extrañadas siguieron encontrándose hasta que, afortunadamente, mi enfermera favorita entró por la puerta, sosteniendo una bandeja para mí, con pan blanco, mantequilla, mermelada de fresa y leche con cacao.

─¡Hombre, María, si ya te has despertado!

Asentí sonriente. 

Miró a su izquierda y añadió:

─¡Javier! ¿Aún no ha venido tu padre?

─No, sigo esperándole. Me ha dicho que vendría ahora con mi abuela.

─¿Se ha despertado ya Raquel o no? ─preguntó con curiosidad la señora.

─No, aún no. Estoy esperando, no quiero despertarla.

─¡Qué majico!

La enfermera posó la bandeja de metal con mi delicioso y apetecible desayuno sobre una mesa que se ponía y se quitaba de la cama del hospital. Mientras el joven seguía admirándome con curiosidad, yo evitaba su mirada mirando por la ventana, a la espera de que apareciera por aquel lugar un gatito especial. 

Tenía un hambre atroz y, mientras untaba la mermelada sobre las tostadas, me relamía pensando en devorar ese pan. Con tanto dolor en mi pie, sentía que mi cuerpo necesitaba refuerzos y nutrientes, por lo que me apresuré.

La idea de comer sonaba prometedora y mi cerebro se estaba haciendo a la idea de eso.

Sonaría ridículo, pero comer era uno de los placeres de la vida que más me agradaban. ¿A quién no le podría gustar? A los seres humanos nos gusta comer como parte de nuestro instinto, para no morir. Si no nos gustara, no comeríamos y, por tanto, nos moriríamos. 

Me lo contó mi madre cuando yo era pequeña.

Llamará la atención que siempre hable de mi madre y no de mi padre, pero eso tiene una sencilla explicación, que ya contaré en otro momento.

Mi comida estaba lista para ser devorada, cuando la enfermera habló.

─¡Ah, no os he presentado! ─dijo la señora.

Bueno, ahora tendría que conversar en vez de comer, lo cual no me apetecía nada; pero al final no siempre las cosas son como queremos en nuestra vida, y nuestras expectativas e ilusiones pueden ser simples pensamientos que nunca pasarán. No podemos saberlo, no sabemos nada. 

Pero lo que sí sé es que quería comerme el desayuno, aunque que en el fondo también me sentía intrigada por conocer al chico aquél.

─Él es Javier ─miró a su derecha y sonrió al joven en cuestión, que seguía sentado en ese sillón y a continuación me miró a mí─. Y ella es-

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora