Capítulo 22: Árboles genealógicos

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Desdobló el papel, y se podían ver, tal y como ella había dicho, dos árboles genealógicos; el de él y el de ella.
─Mira, esto lo hicimos con diez años, los dos. Junto con mi tío, porque, al contrario de Adrián, yo no me sabía los apellidos de mis abuelos y necesitaba ayuda de mi tío, porque él sí se los sabía.
Había círculos y flechas, y nombres y apellidos, en aquella hoja. Los observé durante unos segundos, hasta que se me ocurrió algo que preguntarle a mi compañera de habitación.
─Pero… ¿por qué has traído este papel?
─Ah, eso… ─puso cara pensativa y prosiguió─ Es que, antes de desmayarme y venir aquí, estaba haciendo un poco de limpieza en mi cuarto. Bueno, limpieza, limpieza… no. Mi intención era ordenar mi cuarto, pero acabé viendo cosas tan bonitas que me recordaban a mi infancia mientras recogía, que al final ni ordené mi cuarto del todo… En una de esas, me encontré este papel junto con otros, en una caja. Como estaban desordenados, los tuve que ordenar, y al final los leí todos. ¡No era una excusa para no recoger! Era para clasificarlos, para ver si los podía tirar a la basura, ¿sabes? Total, que me pareció curioso el papel y pensé: “Voy a meterlo en mi abrigo y así cuando vaya a la biblioteca ahora, que he quedado con mi padre y mis primos para irnos juntos a cenar, les enseño este recuerdo tan bonito”.
Nuevamente divagaba, pero por lo menos terminó respondiendo a mi pregunta.
─Pero, ¿por qué no estabas con ellos?
─Ellos querían buscar un DVD de nosequé película de ciencia ficción que no me interesaba. Decidí quedarme en casa unas horitas más y aprovecharlas para hacer mis cosas.
─¿Al final les enseñaste la hoja?
─No, porque mientras iba a la biblioteca para encontrarme con ellos, me desmayé ─aclaró amablemente─. Sentí que me empezaba a bajar la presión y me senté en un banco por la calle, pero aún así me desvanecí.
─Y luego te encontró Adrián y te trajo al hospital.
─Así es ─afirmó, asintiendo con la cabeza alegremente─. ¿Pero tú de qué conoces a Adrián?
─Bueno… ─mascullé yo─. Es una historia algo larga, pero bueno…
No era que yo no quisiera contar lo que había sucedido, que ya me daba igual, sino que pensé que igual a ella le aburriría.
─Yo tengo todo el tiempo del mundo ─aclaró esbozando una sonrisa comprensiva y empática.
─Bueno, de repente, mientras estaba en casa, alguien tocó a la puerta. Era Adrián, que se había encontrado el llavero de Torre Eiffel morado de Amaia, en el que aparecía la dirección de esta casa ─comencé a explicar─. Le invitamos a merendar como agradecimiento, pero dijo que no podía y que ya volvería. Al día siguiente volvió, nos regaló una barra de pan porque su familia tenía una panadería.
De repente me acordé de que él había dicho que le había contado a su padre lo del llavero y que por eso le aconsejó a Adrián que nos diera una barra de pan. ¿Qué padre? ¿No era huérfano?
Puse una cara seria muy pensativa, pensando en si Adrián, aparte de infantil y mala persona, era mentiroso. Me esperaba cualquier cosa, viniendo de él.
─¿Qué te pasa, María? ¿Estás bien?
─Sí, sí… ─dije yo, intentando tranquilizarla─. No es nada, es sólo que me preguntaba… ¿Adrián tiene padre?
Al final, esta vez fui yo la causante de que cambiáramos de tema y nos descentráramos. Yo no había terminado de hablar de lo que había sucedido con Adrián y ya estaba haciendo otras preguntas.
─Ya te lo dije antes, ¿no? Que no tengo ni idea.
─Ah, es verdad…
─¡Espera…! ─exclamó y se llevó las manos a la boca en señal de sorpresa─. Quizá… Quizá él me dijo algo alguna vez…
La observé atentamente; me interesaba ese tema. Quería saber si yo había sido engañada por Adrián, aunque fuera en algo poco importante.
─Hmm… ─ella seguía pensando, hasta que recordó algo:─ ¡Ah! Creo que el esposo de Maribel lo cuidaba… Creo que ellos dos lo adoptaron…
─¿Cómo sabes eso?
─No estoy segura. Puede ser que él lo haya mencionado alguna vez. Pero nunca he visto a su padre; lo cierto es que yo solía estar con él jugando en su jardín y nunca había nadie más en su casa; sus padres estarían trabajando en la panadería familiar.
─¿Nunca has ido a la panadería?
─Sí, alguna vez he ido, sí; pero igual me atendió su padre sin yo saber quién era ese señor, ¿sabes?
─Ah, claro…
─Pero sí, creo que tiene un padre, ahora que lo has dicho… No sé quién es.
─Yo tampoco. Estaría bien saberlo…
Aunque la verdad es que no quería volver a hablar con Adrián, por tanto sería difícil conocer a su padre. Y tampoco me importaba tanto como para indagar y andar de detective buscando pistas.
─Creo… ─dijo ella por lo bajo─. Creo recordar que me dijo que el nombre de su padre empezaba por jota… ¿Javier, Jaime, Julen…? o por a… ¿Adrián, Antonio, Ander, Andrés…? ¿O sería por la letra e? ¿Ernesto, Eduardo, Edmundo, Enrique…? No, no me suena que sea ninguno de esos…
A mí no se me ocurrían más nombres que empezaran por la letra jota o a, o e en ese momento, así que no tenía nada que añadir a sus aportaciones. Además, no era tan importante su nombre, al fin y al cabo, ¿no?
Opté por cambiar de tema.
─¿Y sabes por qué tu tío se peleó con tu madre?
─No, nunca lo supe. Es un tema tabú en la familia. No creo que lo sepa ni Javi, que es hijo de mi tío.
Tenía una lista de preguntas que hacerle. ¿Debía de decirlas?
─Tengo unas cuantas preguntas sobre tu familia y tu pasado… ─espeté sin venir a cuento.
─Ah, ¿sí? Dime, dime.
─¿Por qué se fue tu padre?
─No lo sé ─sorprendentemente, parecía haber asimilado la muerte de su madre y el desaparecimiento de su padre; no parecía estar muy triste─. ¿Sabes? Cuando una es pequeña, los adultos no nos suelen contar las cosas importantes, porque consideran que no es apropiado para una o para su edad. Y al final mi madre se fue y nunca tendré respuesta a mis preguntas. Habría dado todo por saberlo, pero no pudo ser. Y yo no leía el futuro; nunca me imaginé que fuera a morir tan pronto. Nadie espera la muerte de sus seres queridos.
─Ya… ─asentí con un aire triste y pensativo─. A mí me pasa lo mismo. Apenas ahora estoy descubriendo que mi madre tuvo otra pareja en su vida que no fue mi padre. Es algo normal, pero me duele que nunca me lo haya contado.
─¿Cómo lo has descubierto?
─He encontrado unas cartas suyas, pero ahora se han mojado y no se entiende nada. Y ahora nunca podré saber esa historia de primera mano, narrada por mi difunta madre.
─¿No hay nadie que te lo pueda contar?
─Bueno, de hecho, sí; el amante de mi madre. Viene su dirección en las cartas. Pero ni siquiera sé si está vivo.
─Algo es algo ─apuntó sabia─. Vale la pena intentarlo.
─Sí, eso creo yo; Amaia y yo queremos ir a conocerlo, en el caso de que esté vivo.
Vi que ella estaba interesada y se me ocurrió una idea al respecto.
─Puedes venir con nosotras, si quieres ─sugerí cordialmente.
─No, pero muchas gracias. Creo que es algo tuyo que debes descubrir tú.
─Amaia también viene.
─Ya, pero quizás el destino quiso que fuerais ella y tú, mejor no voy.
─¿Crees en el destino?
Se rió bastante.
─No, sinceramente no. Pero era una excusa que quería probar ─volvió a reírse y me uní yo también a sus carcajadas─. Sin más, la verdad es que estoy cansada y prefiero estar en reposo que andar del tingo al tango.
─De acuerdo.
─Pero no es por nada, ¿eh? Andar descubriendo el pasado de tu madre suena apasionante ─confesó─. Como una búsqueda del tesoro. Un tesoro con valor emocional.
─Sí.
─Ya me gustaría poder saber las respuestas a mis preguntas en relación a mi madre. Tú puedes, aprovéchalo.
─Tienes toda la razón.
Me sentí agradecida con el universo, con Raquel, con Amaia y con mi madre. Era verdad que tenía mucha suerte.
Miré la hoja que sostenía Raquel entre sus manos y recordé que, entre tanto divagar de mi compañera, ni siquiera habíamos visto los árboles genealógicos.
─No hemos visto los árboles genealógicos al final.
─¡Ay, maldita sea! ¡Es verdad!
Se apresuró a desdoblar nuevamente la hoja, que se había doblado sola.
─Mira, ese es mi árbol genealógico ─empezó a leer en voz alta─. Arriba del todo está Pepe Irisarri, mi abuelo materno (todo esto va en relación a la familia de mi madre, de mi padre ya te he dicho que no sé nada), que se casó con Ángela Gascón, mi abuela, a la que quiero muchísimo y ahora le están haciendo unos análisis, que llamó a la ambulancia cuando te vio desmayada. Tuvieron dos hijos: Ariadne, y Pedro, ambos apellidados Irisarri Gascón. Mi madre se casó con Unai Fuentes y me tuvieron a mí. Mi tío se casó con Paula Martín y tuvieron a mis primos Javi y Eneko.
Asentí receptiva.
─Esto ya te lo había explicado, ¿verdad?
─Sí, pero creo que la parte de tus abuelos no.
─Ah, entonces de algo sirve este papel.
─Sí.
Me acordé de que Javi no estaba y me pregunté por qué.
─¿Y Javi? ¿Por qué no está aquí?
─Tiene clase.
─Pero si el otro día vino por la mañana.
─Ah, ya, es que creo que era sábado.
─Ah, claro… ¿Tú también vas a clase ahí?
─Sí, pero él tiene un año más que yo, entonces no vamos a la misma clase ni al mismo curso.
─Ah. ¿Y Eneko?
─Tiene siete años. Aún no va al instituto; está en segundo de Primaria.
─Él no viene mucho por aquí, ¿no? ─pregunté─. Lo he visto pocas veces.
─Ya, es que se aburre ─respondió sonriendo, supongo que pensando en lo felices que son los niños cuando son pequeños y lo mucho que se aburren siempre─. Como no estoy en estado crítico ni nada, tampoco hace falta que venga. Digo, ya nos veremos en casa en unos días.
─Claro ─dije yo, sonriendo también─. Veamos el árbol genealógico de Adrián.
─¡Vale!
Volvió a desdoblar el papel, que nuevamente se había vuelto a doblar solo, debido a esos marcados pliegues que lo habían acompañado durante muchos años.
─Ésta es su abuela materna, Fernanda María García Gómez Fuentes, que tenía como hermana a María Isabel García Gómez Fuentes, que sería la tía abuela de Adrián más tarde, y también su madre adoptiva ─explicó señalando los círculos del papel─. Fernanda María García se casó con Pablo Torres y tuvieron a Valeria Torres García. Ésta hija se casó con…
Señaló el círculo que estaba unido a Valeria mediante una flecha. Había un corazón sobre ella, que indicaba que se habían casado. Ese círculo tenía un interrogante.
─¡Ah, claro! ¡Ya me acuerdo! ─exclamó sorprendida─. El padre biológico de Adrián no se sabe quién es. Sólo se sabe el adoptivo, que es este de aquí.
Movió el dedo en dirección a donde se encontraba su nombre, pero, antes de que yo lo pudiera leer y saber por fin quién era el padre adoptivo de ese chico, entró la enfermera por la puerta.
─¡María! ─saludó tan alegre como siempre─. Tu doctor te quiere ver, creo que ya tiene los análisis. Tenemos que ir rápido, que a las dos y media se va a su descanso.
El papel con los árboles genealógicos se volvió a doblar, no sólo por sus pliegues, sino también por la corriente que se había formado entre la puerta y la ventana, ahora que Carmen había entrado a la habitación.
─¿Y qué hora es? ─pregunté yo, mirando rápidamente a mi derecha, en busca del reloj de mi mesilla de noche.
─Las dos y cuarto ─respondió la avispada Raquel, mirando al reloj plateado retro de su muñeca izquierda antes de que yo viera la hora en mi reloj despertador.
Me levanté despacio, con la ayuda de Carmen y me senté en la silla de ruedas. La enfermera me empujó y salí de la habitación.
─¡Adiós! ─me despedí, educada.
─¡Hasta luego! ─respondió Raquel.
Estaba intrigada por saber quién sería el padre de Adrián, y eso que sería muy poco probable que yo lo conociera. Aún así, sentía una intriga inexplicable que me obligaba a saber más sobre ese asunto.
¿Por qué me importaba tanto?

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