Capítulo 18: Dolor

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¿Qué es el dolor? Dolor es un sufrimiento, una angustia, una preocupación constante. Algo que nos hace llorar, que nos hace callar, que nos hace gritar.
Cualquier cosa puede provocarnos dolor. Una simple carta, una palabra o una mirada.
Lo único que nos hace que eso que sentimos que tanto odiamos vaya a menos es el tiempo, que deja espacio para sanar heridas, y el amor, sentir esa compañía cálida.

Me senté nuevamente en mi cama, al lado de mi amiga. La miré, confusa, sorpendida y triste. Ella tendría sus motivos para no habérmelo contado en su momento, quizás no era oportuno.
Pensé en que igual yo no había sido una buena amiga, y que no me lo había querido contar por miedo, quizás porque no confiaba en mí o no sentía que yo la fuera a escuchar o apoyar, o igual ella sentía como que no me merecía, que yo era demasiado buena para ser verdad, que algún defecto tendría y ella no quería descubrirlo. Igual necesitaba tiempo para aceptar su pasado ella sola, y quería estar fuerta cuando me lo contara. Ella siempre tenía un aire feliz y risueño, divertido y juguetón; quizás no quería que yo la viera triste, débil, frágil.
Decidí permanecer callada en esa pausa, y respetar que quizás ella no había terminado de hacer el duelo. Sería duro para ella contármelo, así que no merecía ser presionada.
─Te voy a contar la historia del tirón y a detalle, tal y como hiciste tú en su momento ─anunció intentando esbozar una pequeña sonrisa─. No esperes que te la cuenta de forma tan emotiva como hiciste tú, porque eso es algo que sólo tú puedes hacer. No se me da bien contar las cosas de forma triste, porque no me gusta ver a la gente infeliz y deprimida. No es lo mío.
Yo nací en Madrid, hace dieciséis años. En un barrio muy pobre y de mala fama. Todo el mund hablaba mal de mis padres según los rumores que he oído sobre ellos. No tenían dinero y vivían en un piso muy humilde. No sé a qué se dedicaban, pero creo que no quiero saberlo, realmente. Además, ¿para qué? No tengo muy buen recuerdo de ellos, y, antes que descubrir más detalles sobre sus vidas, preferiría olvidarlos para siempre.
En cuanto nací, me dieron en adopción. Creo que no tengo ninguna secuela de ello; no me siento abandonada ni ninguna cosa de esas. Soy feliz.
Me dieron en adopción porque mi madre tenía dieciséis años y mi padre dieciocho, y la familia de mi madre no iba a aceptar de ninguna manera que la gente se enterara de que tenían una hija que tenía un hijo, aparte de que mi progenitora no estaba preparada para ser madre tan joven. Mi padre aún era joven también, y tampoco estaba listo para cuidar a un hijo. Aparte, eran adictos a la heroína ambos, y al alcohol también.
Entonces, me dieron en adopción y tuve que vivir mis primeros ocho años en un centro …. Me trataban bien, dentro de lo que cabe. Siempre con desdén e inferioridad porque según la gente, nadie me quería y era así. Los profesores me gritaban siempre, y nadie me trataba bien. Pero podría haber sido peor, ¿no? Al menos no me pegaban ni abusaban de mí ni nada.
Total, que para cuando yo ya me había acostumbrado a estar allí, mis padres biológicos volvieron a por mí. Dijeron que me querían, que no deberían haberse deshecho de mí nunca, que esa había sido la peor decisión de sus vidas. Eso fue lo que oí que le decían a la directora del centro en el que yo me encontraba. Al parecer, ellos dos habían logrado independizarse de sus familias, que los habían desterrado porque mi madre estaba embarazada de mí. La directora les dijo que no, que de ninguna manera iban a recuperarme, que eran unos irresponsables y no estaban capacitados para cuidarme. Respondieron que estaban de acuerdo pero que querían verme una última vez. Fueron a una sala y ahí nos vimos. Hablamos un rato (bueno, yo no, era muy callada) y de repente, cuando la gente a nuestro alrededor andaba despistada, mi madre me cogió en brazos y me llevaron con ellos. Las autoridades del lugar llamaron a la policía y todo, pero no nos encontraron nunca.
Mis padres prácticamente no me cuidaban. Me tenían completamente abandonada. ¿En qué cabeza cabe que una niña de ocho años se puede cuidar sola? Pues en la de mis padres. Ellos se la pasaban bebiendo y drogándose. Eran alcohólicos y drogadictos, mala combinación. Nunca estaban en casa, y yo me hacía la comida sola y limpiaba la casa.
Un día vino una amiga de mi padre y me dijo que se habían muerto de sobredosis.
Yo no quería ir a ningún orfanato, a ser maltratada. Esta amiga se ofreció a llevarme con ella a Francia, a vivir. Quizás no suena mal, pero ella también era drogadicta y vete a saber si yo acabaría en una secta o algo por el estilo; yo a ella no la conocía y no sabía si tenía buenas intenciones. Como poco, acabaría desatendida. Acepté, pero a mitad del camino dije que necesitaba ir al baño y paramos en una gasolinera, con el plan de fugarme y empezar una nueva vida yo sola. De hecho, cogí mil euros de debajo del colchón de mis padres con ese plan de vivir sola. Llegamos a la gasolinera y la señorita esta me dijo que fuera yo sola al baño, que me esperaba en el coche. Volví y ya no había coche. Lo cual me venía de perlas, porque yo tampoco quería irme con ella.
No se trataba de una de esas gasolineras que están en medio de la nada; estaba cerca de Pamplona, así que llegué, y cuando paseaba por el centro me encontré a un gato que era Capitán, lo seguí y llegué a donde vivimos ahora. Fin.
─Vaya…
Yo no sabía qué decir. Era cierto que se trataba de una historia bastante terrible, y no sabía cómo reaccionar. Me sentía confusa, la forma de narrar la historia no fue del todo trágica; tenía un toque de ilusión y sueños bastante esperanzador. Resultaba motivador, animaba a esforzarse por lo que te interesa aunque sea difícil y a seguir adelante.
Aún mi cerebro estaba tratando de procesar toda esta nueva información tan chocante. Estaba en proceso de asimilación.
Los ojos verde esmeralda con un toque de esperanza de Amaia soltaron una lágrima, pero se la secó rápidamente, como avergonzada y tratando de evitar esos sentimientos. Entiendo que no quisiera llorar por sus padres, igual pensaba que no merecían ser tan importantes para ella, ya que no fueron buenos padres.
Le di un largo abrazo, en silencio.
─Gracias ─murmuró con la voz rota.
Dejamos de abrazarnos después de un rato.
Miré la hora y vi que eran las cuatro.
No quería, pero ha rimado.
Apareció una enfermera rubia, de ojos azules, muy guapa que abrió la puerta.
─Hola, chicas. ¿Todo bien por aquí? Voy a dejar esta puerta abierta para que se ventile, ¿vale?
Asentimos. La chica se fue.
Amaia ya no lloraba; estaba normal, como siempre.
Miré al cielo y vi que estaba cubierto por una densa capa de nubes negras color carbón.
«Va a caer una buena» pensé.
Se oyeron truenos.
─Deberíamos cerrar la ventana ─sugirió Amaia.
─Tienes razón.
Me levanté con el plan de cerrarla, pero me percaté de que mis muletas estaban lejos y no llegaba a ellas.
─Déjalo, ya lo hago yo ─espetó ella.
Se levantó sin prisa alguna y las cortinas empezaron a moverse debido al fuerte viento que estaba empezando a haber.
Amaia cogió el asa de la ventana.
Estaba empezando a llover.
De pronto, vi cómo volaban las cartas que yo había dejado tiradas en el suelo al lanzarlas antes cuando estaba enfadada.
Sentí un tremendo y repentino dolor en el pecho.
«Demonios, yo no… ¡No quiero perder esas cartas!» pensé.
Me estaba angustiando.
«Es el dichoso karma, por decir que no quería saber nada de esas cartas» dije en silencio.
Los sobres volaban por la habitación y la lluvia estaba haciéndose realmente fuerte.
Amaia cerró la ventana. Me sentí más tranquila. No tenía de qué preocuparme.
«Todo va a ir bien…» me prometí a mí misma, intentando tranquilizarme.
Varios de los sobres salieron volando por la puerta.
«¡Maldita sea, María! ¡El positivismo tóxico sólo lo arruina todo!» grité para mis adentros.
No me podía levantar, las muletas estaban muy lejos.
─¡Amaia, las cartas!
Ella se giró sobresaltada y entendió lo que yo le decía.
Se fue corriendo tras ellas desesperada y angustiada.
Aunque claramente confiaba en Amaia y sabía que podría coger las cartas ella sola, no pude evitar levantarme para intentar asegurarme de ello.
Dolor.
Mi pie ardía y mi corazón batía a mil por hora.
Me importó bastante poco y seguí caminando. Iba por la mitad de la habitación y planeaba coger mis muletas, que estaban al lado de la puerta, cuando entró la enfermera Carmen.
─¡No, pero María…! ¡¿Qué haces?! ─exclamó asustada la señora─. ¡Te vas a fastidiar más el pie!
─Pero, pero, pero… Las─las cartas… Mi madre, mi─mi futuro, mi pasado… ─mascullé entre sollozos─. Las cartas…
─Tú quédate ahí sentada, en la cama ─ordenó mi superheroína─. Yo iré a por esas cartas, tranquila.
Me senté en el borde de mi cama, agobiada, sollozando e hiperventilando. La enfermera se había ido corriendo. Qué buena persona.
Miré por la ventana y vi que llovía muchísimo, a pesar de que acababa de empezar a llover hacía un par de segundos; a continuación, miré hacia abajo, triste y preocupada; me sentía mal por haber dicho que no me importaban las cartas ni el pasado de mi madre, no era verdad. Estaba enfadada en aquel momento, pero no me parecía que hubiera justificación para eso.
Entró por la puerta un chico de mi edad, Javier. Estaba cabizbajo y parecía pensativo. ¿Qué le habría pasado?
Levanté la mirada sorprendida y lo miré. Me vio y entonces la tristeza de su rostro se transformó en sorpresa y preocupación.
─¿Qué te pasa, María? ─preguntó asustado─. ¿Estás bien?

Se agachó y se puso de rodillas en el suelo enfrente de mí, como hacen los adultos con los niños pequeños, para ponerse a su nivel.
─¿Eh? Sí, sí… ─respondí, limpiándome las lágrimas con la manga de mi jersey─. No es nada, no te preocupes.
Me miró, mientras yo evitaba su mirada porque no quería que me viera llorar. Vi en sus ojos que no era mala persona
─Sabes que me puedes contar lo que sea ─afirmó para tranquilizarme.
─Gracias.
Se sentó en mi cama a mi lado, sin decir nada. Me venía bien la compañía en aquel momento.
─¿Dónde está Raquel? ─me atreví a preguntar.
─Sigue abajo en una sala, hablando con el doctor.
─¿Es por los análisis de tu abuela?
─Sí ─dijo, mientras su mirada se apagaba─. ¿Cómo sabes?
─Hm ─me encogí de hombros e intenté esbozar una sonrisa─. Lo intuí.
─Ah.
─¿A qué venías a la habitación, antes?
─En principio, iba a coger el abrigo de mi prima, porque pensé que le dejarían pasear fuera.
─¿Le dejan?
─No lo sé. Hace mal tiempo ─explicó.
─Pues llévaselo. Yo estaré bien.
─Gracias.
Se levantó, cogió la prenda de vestir y se fue.
Me sentía algo mejor, por lo menos más tranquila.
Miré por la ventana y vi que estaba lloviendo muy fuerte, y entró por la puerta la enfermera.
─Hola, corazón ─saludó amable─. No he visto a tu amiga, pero he conseguido esta carta, que estaba por las escaleras. No sé si te consuele…
Cogí la carta, que estaba intacta. La miré contenta.
De todos modos, sabía que no debería darle tanta relevancia a un papel. Pero la verdad es que sí era importante para mí y eso no lo podía evitar, no lo escogía.
─Muchas gracias.
─De nada.
Y me dio un abrazo.

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