Capítulo 15: Detalles

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Quería preguntarle a Raquel detalles sobre ella. ¿Eso sería muy cotilla? ¿Estaría entrometiéndome demasiado en su vida…?  Bueno, al fin y al cabo, ellos me acababan de preguntar por mí; lo lógico sería que yo les preguntara por ellos. Por curiosidad, pero también por educación, preocupación, consideración y empatía.
─Y tú, Raquel, ¿por qué estás aquí?
Me decanté por preguntar. No tenía nada de malo. Estaba orgullosa de mí de nuevo; estaba consiguiendo hacer lo que me planteaba y deseaba.
─Ah, pues la verdad es que no lo sé…
Mostré confusión e intriga en mi rostro. Creo que fue por eso que ella comenzó a explicar todo.
─Siempre ando con dolores de tripa, de cabeza, y de todo un poco. Y los médicos no saben qué me pasa ─la alegría que yo había percibido en ella desde que la había vuelto a ver se transformaba en melancolía. Sus palabras sonaban con menos convicción aún y se oía preocupada e indecisa─. Eso me pasa desde que tenía unos ocho años.
─Justo después de que yo me fuera del orfanato ─intervine.
─Sí. Hablando de eso… ─ya no se le veía tan triste; ahora estaba intrigada─. Siempre me he preguntado… ¿Cómo conseguiste salir de aquel infierno?
─Bueno, pues, ¿te acuerdas de lo que ocurrió antes de que yo me fugara?
─Ah, sí, ¡cómo olvidarlo…! Se te cayó un lápiz y le preguntaste a Marible si podías cogerlo. Ella se puso a gritarte como la loca que era y cogió su regla Dionisos Madrid S. A. de treinta centímetros para pegarte ─recordó esta chica─. Tú te escapaste por la puerta.
─Exactamente. Pues paseé por Pamplona.
─Es preciosa nuestra ciudad. Tiene mucha personalidad y alegría ─apuntó el primo de Raquel.
─Sin duda ─afirmó la chica.
─Sí, pero no he terminado de hablar ─protesté fría y cortante, mientras mi rostro se mostraba serio.
Yo me enfadé un poco, porque lo más interesante de mi historia no había sido pasear por Pamplona, sino lo que iba a contar a continuación. Yo soy de las personas que no piensan tolerar faltas de respeto nunca. Pero supongo que todos interrumpimos o somos maleducados alguna vez, ¿no? Lo importante es que nos fijemos y tratemos de mejorar por el bien de los demás, pero también por el propio. Si eres maleducado te va a ir mal en la vida.
─Perdón, lo siento… ─Javier estaba un poco avergonzado; se habría dado cuenta de que me había molestado su falta de respeto.
─Sí, perdóname ─rogó Raquel mirando hacia abajo como síntoma de arrepentimiento.
─No pasa nada, no es tan grave ─insistí sonriendo─. Entonces: vi un gato gris de ojos violetas y me puse a perseguirlo. Me llevó hasta una casa con aspecto especial y mágico situada en una parcela bastante verde y boscosa. Oí a alguien tocando el piano en aquel hogar y decidí entrar.
─¡Ay!
Raquel había chillado por lo bajo como si esto se tratase de una historia de terror o de suspense. Se tapó las manos sorprendida hasta de los propios ruidos que emitían sus cuerdas vocales.
Javier y yo nos empezamos a reír bastante. Raquel podía llegar a ser bastante espontánea algunas veces, y eso era carismático, enigmático, sorprendente y gracioso. Su compañía no resultaba desagradable; al contrario, era divertida. Al principio podía parecer un tanto falsa o hipócrita, pero así de espontánea y maja era ella. La recordaba tal cual como es.
─Que sepas que no ocurrió nada malo, ni había un loco, ni un pedófilo, ni un asesino psicópata ─expliqué entre risas.
─¿Quién tocaba el piano entonces? ─preguntó el joven muy intrigado.
─Una niña dos años mayor que yo, de piel blanca casi de porcelana, ojos castaños miel con un toque verdoso y cabello negro.
─¡Hala…! ─exclamó Raquel─. ¡Parece sacado de un cuento de hadas!
─¿Y sabes algo de ella a día de hoy? ─preguntó Javi.
─Sí. De hecho, vivo con ella actualmente ─precisé.
─¡No me digas!
Oímos cómo se abría la puerta de golpe. Creo que todos pensamos que se debía de tratar de la enfermera, pero no fue así; quien quería entrar a la habitación era Amaia.
─¡Amaia! ¡No sabía que venías!

Se me iluminaban los ojos al verla, era muy buena amiga y siempre me apoyaba en todo.
─Colibrí, si ya sabes que soy una caja llena de sorpresas ─y guiñó un ojo divertida.
Últimamente me lo estaba pasando bien. ¡Quién diría que podría disfrutar de mi estancia en el hospital!
─Chicos, ella es Amaia ─presenté─. Es la chica con la que vivo en la casa que os he mencionado antes.
Muy educados, Javier y Raquel se levantaron para presentarse correctamente ante mi amiga Amaia. Raquel hizo el esfuerzo de ponerse en pie y lo consiguió sin mayor problema, a pesar del dolor que sentía en todo momento.
─¡Encantada! Soy Raquel ─empezó a explicar la jovencita─. Era amiga de María en el orfanato Aurora Juvenil.
Se dieron besos en las mejillas como saludo.
─Yo soy Javi, primo de Raquel.
Repitieron el proceso de saludo.
─Encantada de conoceros a los dos ─añadió mi amiga dirgiéndose a ambos─. Ah, por cierto que me ha dicho vuestra enfermera, Carmen, que ahora traerá el desayuno de Raquel, que está tardando un poco porque tenía que hablar con su médico y con el de María. En resumen, que no os preocupéis, que ya casi viene.
─Está bien saberlo ─apuntó Raquel alegremente.
Hubo una pausa en la conversación, pero por suerte terminé yo con ese silencio incómodo.
─Yo estaba contándoles a Raquel y a Javi cómo te conocí y todo eso ─comenté mirando a Amaia─. ¿Tienes algo que aportar con tu sabiduría?
─No, creo que no ─objetó entre risas, pensativa─. ¿Qué tanto les has contado sobre mí, eh, Colibrí?
Yo me reí, y fue Raquel la que decidió hablar en mi lugar, lo cual me pareció adecuado, ya que ella también tenía derecho a hablar sobre lo que yo les había contado de mi amiga.
─Sólo nos ha contado que huyó del orfanato, siguió a un gato que la llevó hasta tu casa, te oyó tocar el piano y que ahora vive contigo.
─Uy, ahí falta mucha información de por medio ─respondió mi compañera de casa.
─¿Por ejemplo? ─interrogué yo con un aire divertido.
─Ah… Bueno, que vivimos solas, no tenemos profesor ni vamos al colegio, tenemos un gato que es ese que guió a Colibrí hasta mi casa… ¿Tenéis alguna pregunta que hacer al respecto? Hablad ahora o callad para siempre.
Javi levantó la mano de broma, como si de un colegio se tratase.
─Diga, señorito Javier ─ordenó Amaia.
─¿De dónde sale eso de que llamas a María “Colibrí”?
─Pues bueno… ─Amaia me miró con cara de querer saber qué opinaba yo para que ella respondiera lo que a mí me pareciera bien.
La miré tranquila, aunque algo preocupada y seria, porque no estaba segura de querer que Javi y Raquel lo supieran. Era uno de mis recuerdos más dolorosos, pero también hermosos y emotivos. No quería que ellos lo supieran, al menos por ahora. Acababa de conocer a Javier, y hacía mucho que no veía a Raquel. No sentía esa confianza aún.
No quiero ni pretendo olvidar esos recuerdos ni mi pasado, aunque sean dolorosos ambos; tengo que afrontarlos y seguir adelante. Pero no me parecía buen momento para contar aquello. No sé si contar eso me habría hecho llorar como una magdalena en aquel momento, pero lo cierto es que tampoco me apetecía descubrirlo.
─Es una larga historia… ─expliqué yo.
Vi que ellos estaban a la espera de más información, y por lo tanto decidí decir algo más para que entendieran que no quería contarlo.
─Es muy larga y… Eso.
Se veía en sus caras que lo habían entendido; habían captado mi mensaje, mi indirecta; parecían ser empáticos y comprensivos. Seguramente Raquel tampoco querría contar algunos detalles de su pasado y por eso lo entendía mejor.
─ ¿Te podemos llamar así también? ─preguntó el chico.
No tenía tanta confianza con ellos, pero sí me gustaba ese nombre; me recordaba a mi madre de una forma natural y bella.
─Vale.
─Y ese chico que te trajo al hospital el otro día… ─empecé a preguntar─. ¿Lo conoces?
─Pues fíjate que ni me acuerdo de ese momento en el que me trajo, porque estaba desmayada y no me enteraba ni del clima, pero es un vecino mío. Me contó que me había encontrado por la calle. Sólo que hacía mucho que no nos veíamos y no se acordaba de mí. Me varios años a estudiar a un internado en Irlanda.
─¿Te cae bien? ─interrogó Amaia sin el más mínimo pudor, con su típica discreción de siempre, con una cara seria cuyos ojos estaban clavadas en los de ella como cuchillos por si resultaba ser que se llevaban bien. Aunque Adrián en sí no era tan malo, sólo estaba muy unido a su madre y no me creyó cuando le dije que ella me había intentado pegar; quizá sólo tonto.
Raquel abrió la boca para hablar, pero alguien tocó a la puerta, de color blanco, un par de veces. Era Carmen quien se encontraba tras ella. Tocó a la puerta como mero aviso de que iba a entrar, porque no esperó a que dijéramos “pase” o “entre” ni nada.
─¡Ya he traído tu desayuno, bonita! ─exclamó fatigada la enfermera─. Buf, qué montón de trabajo tengo… Ahora tengo que atender a la Doña Merche y luego a Doña Fernanda, y más tarde, que hablar con el doctor Antonio sobre los análisis de cinco pacientes… ¡Y eso antes de las dos de la tarde!
─Pues entonces vete ya, Carmen, ¿a qué esperas? ─sugirió la chica astuta y sonriente que me había acompañado durante mi estancia en el orfanato.
─Esto es explotación laboral ─protestó en un susurro─. Pero qué le voy a hacer… Te haré caso; ahora mismo me voy.
Dejó la bandeja con el mismo desayuno que había disfrutado yo en la mesa que se situaba entre los asientos de Javier y de Raquel.
Y cuando estaba dispuesta a irse y estaba a punto de salir por la puerta, se dio la vuelta.
─¡Ay, chicas! ─miró a Javi, que estaba con una cara seria y molesta y añadió:─ Perdón, chicas y chico, niños, jóvenes, señoritas y señorito… En fin, no quiero desviarme del tema. Que me ha dicho tu doctor, María, que ya tienes permiso para salir a pasear por el jardín de abajo y también por aquí cerca, sin cruzar ninguna calle ni nada. Ha dicho el doctor Antonio que te vendría bien tomar el sol y respirar aire fresco.
Se me iluminó la cara y sonreí muy agradecida.
─Pero irás en silla de ruedas de ir con cuidado, ¿vale? ─añadió cuando vio que yo estaba emocionada─. Y que te lleve tu amiga a todos lados.
Miré a Amaia y me devolvió la sonrisa. Me gustaba mucho pasear, desde siempre, aunque sólo fuera por aquí, por la ciudad.
─Y tú, Raquel, que veo que tienes ganas de acompañar a María, ya lo siento, pero dice la doctora que se encarga de ti, Soledad, que hasta mañana nada de nada. Debes de estar en reposo, guapa.
La sonrisa de Raquel se desvaneció, y en su lugar se hallaba la típica cara de reproche, de berrinche, de puchero de niña pequeña. Hasta cierto punto, en ocasiones era infantil.
Pero se acordó de que la enfermera decía que mañana ya sí podría salir y entonces se le volvió a ver la alegría y la ilusión de una niña de tres años en los ojos.
─Pero acabas de decir que mañana ya puedo ir, ¿verdad? ─sonrió como corderito, o como el gato con botas cuando suplica algo.
─Sí, claro, hija. ¿Tienes cera en los oídos o qué, que no escuchas? ─bromeó Carmen.
Nos reímos todos.
─Así es mi prima de cortita ─precisó Javi.
Raquel le sacó la lengua en son de burla.

Salir a la calle, pasear un poco… Justo eso era lo que más me apetecía. Aunque hacía frío, unos siete grados aproximadamente, hacía sol. Y había algunos árboles de hoja perenne, los cuales podía admirar.
Nos pusimos nuestros abrigos, nos despedimos de los chicos y nos fuimos.
Bajé en ascensor, porque, aunque no me doliera mucho el pie, llevaba una escayola en el pie y me habían obligado a ir en silla de ruedas.
Se abrió la puerta de la entrada del hospital automáticamente y comprendí que sentía frío en las manos, por lo que decidí sacar mis guantes negros de los bolsillos de mi abrigo marrón.
─¡Brr! Hace frío ─afirmó mi amiga Amaia.
─Ya, y eso que ya casi es mediodía; la hora más cálida del día ─puntualicé sabiamente─. Carmen ha dicho que volvamos máximo a la una, ¿no? Porque hace frío y no vaya a ser que me bajen aún más las defensas.
Oí un maullido dulce y armonioso que me sonaba familiar. Giré la cabeza sobresaltada y vi a nuestro gatito.
No sé si lo he mencionado, pero nuestro gato llevaba un collar rojo granada con un cascabel dorado que le puso Amaia hacía años.
El gato se acercó a nosotras. Igual nos quería decir algo.

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