Capítulo 38: Planes

8 4 0
                                    

No tardamos en emocionarnos y ponernos a hablar del viaje a Milán que teníamos previsto hacer debido a la boda de Carmen y Antonio, y fue por ese motivo que, al cabo de unos días, acudimos a una agencia de viajes. Técnicamente no podríamos comprar billetes de avión siendo menores, pero Raquel tenía un conocido que podría conseguir hacer nuestro sueño de ir a Italia realidad. No era muy ético ─ni legal─, lo sé; pero, al fin y al cabo, sólo éramos niñas huérfanas, e ir a Milán no sería nada negativo ni pensábamos hacer nada incorrecto ni ilegal. ¿No estábamos actuando correctamente? Yendo de viaje solas a otro país, no haríamos daño a nadie. Además, éramos menores y vivíamos solas, y eso tampoco estaba permitido… Sé que suelo ceñirme mucho a las normas y hacer todo lo “correcto”. Pero de verdad teníamos ganas de ir a Milán, y no pensábamos dejar a Carmen plantada.
En fin, el tema es que conseguimos los billetes de avión; nos iríamos de casa la mañana del 3 de mayo y nos quedaríamos tres noches en un hotel de cuatro estrellas donde se organizaría la boda, de modo que estaríamos en Milán dos antes de la boda ─la boda tendría lugar el día 5, sábado, según lo que decía Carmen en el correo que nos había enviado─, y permaneceríamos allí hasta un día después, hasta el día 6. Carmen nos pagaría la noche de la boda, del sábado al domingo. El resto lo pagaríamos de nuestro bolsillo, para tener más tiempo de visitar Milán.
Aún estábamos a 23 de marzo, por lo que disponíamos de tiempo de sobra para hacer las maletas y organizar nuestro viaje.

Un día nos dieron ganas de hacer algo fuera. El cielo se había despejado un poco, y no parecía que fuese a llover, por lo que decidimos pasar el mediodía en el centro, de tiendas.
La tarde fue sorprendentemente calurosa, algo totalmente atípico para esas épocas en las que nos encontrábamos. Sobrepasar los veinte grados de repente no era normal. De hecho, yo aún recordaba que había habido nieve a inicios de abril hacía algunos años.
El ambiente estuvo muy agradable e invitaba a quedarse más tiempo. No obstante, no vimos gran cosa, y fue por ese motivo que optamos por regresar a casa pronto, a eso de las tres y media. Habíamos comido unas hamburguesas riquísimas y enormes en un restaurante nuevo y eso ya había sido suficiente comida para todo el día.
Mientras paseábamos por Carlos III, vimos pasar a Maribel. Las arrugas en su rostro eran abundantes y marcadas ─nada que ver con las pieles lisas, blancas, sin notables imperfecciones que teníamos nosotras─. Había envejecido un montón. Llevaba una carpeta con papeles en su mano derecha, e iba paseando con un señor de traje, muy elegante. Yo no pude evitar quedarme mirándola, analizándola con la mirada, y Amaia pronto se percató de quién era esa señora a la que yo observaba.
Por suerte, la arpía no me vio; no habría sido agradable para mí verme forzada a huir o mirarla mal. Es lo que tiene ser transparente; ser falsa e hipócrita era algo que me costaba mucho hacer. Sólo lo conseguía cuando se trataba de una cuestión más importante en la que no podía dejar entrever mis emociones, en forma de defensa propia, casi instintiva. A todo esto, últimamente yo ya no era tan inexpresiva, fría y aparentemente aburrida. Pero, bueno, eso es otro tema.
Al día siguiente, volvimos a salir. Teníamos que ir a comprar pan, porque ya no nos quedaba más. Antes de salir, Capitán nos volvió a dar un trébol. Era un trébol de cuatro hojas que estaba realmente en mal estado; apagado, marrón, sucio y casi destruido. El gato maullaba aparentemente alarmado. Amaia y yo salimos de casa sin prestarle mayor atención, porque ya no sabíamos qué hacer con lo de los tréboles y el gato. Emprendimos rumbo hacia nuestra panadería de confianza.
Y, no sé si fue casualidad, pero volvimos a ver a Maribel. Esta vez no estaba paseando, sino que se encontraba en el interior de una cafetería, junto al mismo hombre trajeado y formal del otro día. No sabría decir si fue imaginación mía o no, pero juraría que, cuando la miré, ella me vio y se escondió totalmente tras el periódico que estaba leyendo. No sé, sus movimientos me parecieron bruscos, forzados. Algo estaba tramando. No podía ser normal. Tréboles, maullidos, cosas malas. Siempre pasaba lo mismo. No pude evitar darle vueltas a qué sería lo próximo que ocurriría, si es que iba a pasar algo. Mi compañera de casa y yo tampoco pudimos evitar hacer más y más hipótesis sobre los acontecimientos recientes y no tan recientes. Cada vez nuestras ideas se asemejaban más a teorías conspiranoicas y fantasías de dragones y hadas del bosque. Empezaba a preocuparme por si nos estábamos volviendo paranoicas o dementes. Le dábamos demasiadas vueltas. Y, cuando finalmente cambiábamos de tema, yo no podía dejar de pensar en Maribel, los tréboles, Juan y todo eso. Es que no podía dejar de preocuparme. Pero, por algo sería, ¿no?
Para divertirnos un poco y despejarnos de locuras relacionadas con tréboles de cuatro hojas, empezamos a quedar más con Javi y con Raquel. En ocasiones, estaban cerca de sacar el tema de Juan o cosas parecidas, pero Amaia y yo acordamos previamente que trataríamos de evitar esos temas por todos los medios, así que cambiábamos el tema de la conversación con sutileza, o solamente le dábamos menos importancia. No nos convenía pensar todo el rato en eso, rayarnos siempre con lo mismo sin llegar a nada, porque no dependía de nosotras ni era en verdad tan relevante. Dentro de nada, nos olvidaríamos del tema. Tampoco había que darle vueltas a que teníamos que dejar de pensar en eso, porque sería contraproducente.
Raquel y Javi eran muy majos, y acabamos desarrollando bastante más nuestra amistad. Cada vez teníamos más confianza y las quedadas se hacían más divertidas y amenas. Eran buena gente, encima inteligente y alegre, divertida. Teníamos suerte de contar con ellos.
Por otra parte, echaba de menos a Adrián, curiosamente. Ahora, al recordar nuestra especie de reconciliación, tenía un sentimiento agridulce en la garganta y en general en todo el cuerpo. Igual se disculpó por compromiso, por amabilidad o educación solamente. Si quisiera hablar más conmigo otra vez, vendría a casa a saludar. Pero no. Quizás cometí un error al decirle que no seríamos más que amigos, porque él estaba ilusionado y me veía con ojos de amor… Quién sabe. Mi corazón me decía que él estaba confundiéndome mucho, porque no se aclaraba con qué quería hacer con respecto a mí, pero mi cerebro susurraba por las noches que era yo la complicada, la que lo estaba confundiendo y hacía que perdiese el poco interés que podría tener en mí. Empezaba a sospechar de que no quisiera en verdad reconciliarse conmigo ni volverme a ver.

─¿Habéis sabido algo de Adrián? ─preguntó mi yo intrigada y poco disimulada y discreta.
─¿Adrián? ¿Adrián, Adrián? ─preguntó Raquel confusa.
Parpadeé como tonta, pensando si tan raro parecía que yo preguntara por él.
─No es tan raro que pregunte por él. El otro día también lo hice… ─intenté aclarar, mientras una repentina onda de calor chocaba contra mi cuerpo.
Amaia, Javi y Raquel procedieron a mirarme con asombro, alguno levantando una ceja en señal de insinuar que Adrián a mí me gustaba.
─¿Qué os pasa? ─y solté una leve carcajada─. Es mi amigo.
─Sí, sí… ─dijo Amaia, entre toses fingidas─. “Amigo”...
Raquel le dio un codazo nada disimulado, invitándola a dejar de hablar.
─Adrián no está en Pamplona ─intervino Javi.
«Qué bien, por fin alguien responde a mi pregunta», dije, cansada y a la vez divertida, en mi mente.
─Está estudiando fuera ─continuó─. Se ha ido de intercambio a Inglaterra un mes y medio.
─Ah.
Esperaba que lo pasara bien y disfrutase mucho de su estancia allí. Sin embargo, no pude evitar preocuparme un poco por si habría conocido a otras chicas. No sé por qué me puse a pensar en eso, si la verdad era que eso no me interesaba. Además, él tenía todo el derecho del mundo a conocer gente nueva y hacer amigos y amigas, e incluso echarse novia. Yo no era quién para decidir o criticar su vida social o su posible vida amorosa en Inglaterra. Si se enamora en Inglaterra, será por algo. Seguramente tendrá nueva novia, inglesa. Siempre es fácil enamorarse de alguien cuando llegas a un sitio nuevo, porque dentro de todo lo llamativo, habrá algo que brille más que lo demás o sea realmente diferente a lo que hay en tu ciudad. La chica que le guste a Adrián será una muchacha que seguramente merezca la pena y sea alguien digno de su aprecio.
Pero, ¿y si todo esto eran sólo imaginaciones mías? ¿Y si no le gustaba ninguna británica? Al fin y al cabo, un mes y medio no daban para mucho.
¿Y si aún allí en Inglaterra seguía pensando en mí? ¿Y si estaba pensando en decirme algo a la vuelta o simplemente venir a tocarme a la puerta para verme, como antes?
«No, María. Lo más probable es que no esté pensando en ti. Estará pensando en sus cosas, ocupado con todas las cosas nuevas que le ofrecen aquellos lares. Es un error creer que estará pensando en ti cuando sólo eres una chica más en el mundo y hay otras siete mil millones de personas en la tierra en las que puede pensar en su tiempo libre. Además, es un chico. Seguramente esté pensando en videojuegos y cosas de esas. Eres tú la que se ilusiona con cualquier cosa que ni tan siquiera ha sucedido, imaginando cosas. Luego, cuando Adrián vuelva y no pase nada especial, te enfadarás con él, pero no debería ser así, porque has sido tú la culpable de ilusionarme a ti misma y decepcionarte», me dijo mi yo objetivo, el de la sangre fría, el que suele acertar en sus predicciones más de una vez, infelizmente.
Raquel, Amaia y Javi seguían hablando. Ya habían cambiado de tema, y ahora conversaban sobre la nueva trilogía de fantasía de la autora navarra que estaba causando furor en nuestra ciudad. A Raquel le encantaba esa saga, y se devoraba los libros nuevos nada más salían a la venta en las librerías. Me uní a la conversación y decidí escuchar lo que comentaban. Pensar en un chico que estaba en Inglaterra no servía de nada.

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora