Capítulo 2: El orfanato

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Al día siguiente, la rutina fue la misma. Nos despertamos a las siete de la mañana. Las monitoras nos gritaban con sus voces estridentes: "¡HORA DE LEVANTARSE!" ¿Por qué no podía seguir soñando?
Decidí levantarme y vestirme. Fuimos todas al baño y luego bajamos a desayunar. Ese día nos esperarían tostadas con mermelada y leche con chocolate en polvo, como era costumbre.

Bajamos todas las chicas en fila india, detrás de nuestra monitora. Las escaleras eran de piedra, negras. La barandilla era de madera. Las paredes eran blancas. No había nada de especial. Era un lugar como cualquier otro.

Raquel me dijo muy alegremente:
-¡¡Es tu cumple!! ¡Siete años! ¡Felicidades!
Todas las chicas a nuestro alrededor la oyeron y decidieron felicitarme también. Eran muy majas todas, y éramos un grupo muy unido.

Llegamos a la sala y nos sentamos en las sillas de madera y metal color verde claro, como las que hay siempre en los colegios. Raquel se sentó a mi lado izquierdo, a mi lado derecho se encontraba Marta, una rubia de ojos azules muy guapa que siempre estaba dibujando en sus ratos libres. Enfrente de mí estaba Fernanda, una castaña de ojos marrones que siempre estaba en la luna de Valencia.
Unté mi mermelada, que se encontraba en un pequeño recipiente decorado con líneas curvas azules y moradas, con mi cuchillo rosa de plástico. Me bebí de golpe toda la leche con cacao que había en mi vaso azul de plástico, como siempre. Acto seguido dejé el vaso sobre la mesa. Después, observé mi tostada. Un pan que se antojaba crujiente por los bordes y tierno en su interior. Me encantaba ese pan. Y estaba acompañado con mermelada de fresa que tenía un vivo color rojo, casi carmesí, que parecía dulce como almíbar. Le di un pequeño mordisco a mi tostada. Deliciosa. No sé por qué la disfrutaba tanto, si todos los días teníamos el mismo desayuno…

Vi como mis amigas terminaban de comer y se levantaban, por lo que yo decidí imitarlas. Eran las ocho y media y teníamos clase de Lengua con la señora Maribel. La profesora era una señora mayor, como de sesenta años, bajita, gorda, de pelo castaño ondulado y corto, ojos grises y gafas plateadas de armazón metálico. En ese momento llevaba un vestido blanco con rayas negras y azules, de cuello de tortuga, que le llegaba por los tobillos, con falda de escasos plieges. Calzaba unos zapatos marrones, probablemente de piel, con cordones negros. Portaba un reloj analógico dorado y blanco nacarado, con los números de las horas grabados en color plateado. También contaba con pendientes de perla y un collar de cadena bastante simple, del que colgaba un corazón casi esférico bastante pequeño, con una gran «M», que parecía que se podía abrir. ¿Tendría algo dentro? Quizás fotos, como ya había visto en collares similares en alguna ocasión.

Realmente, parecía una maestra del siglo pasado. Nos obligaba a tratarla de usted, y a levantarnos cuando entraba a clase y decir al unísono: "BUENOS DÍAS, SEÑORA MARIBEL."
Era muy anticuada y alguna vez llegó a pegar a alguna alumna con la regla de metal de treinta centímetros que tenía, con su nombre marcado en rotulador y una marca: «Dionisos Madrid S.A.», de la cual no había oído hablar nunca. Le pegó a una niña llamada Beatriz, por recoger la goma del pelo que se le había caído al suelo. Pobrecilla…

Estábamos aprendiendo el abecedario, así que la profesora nos había ordenado que escribiéramos todas las letras del alfabeto en nuestro cuaderno pautado Lamela de 2,5 mm de color azul, con trenecitos al principio de cada línea. Nos había dicho que lo hiciéramos en completo silencio y que no podíamos levantarnos, ni preguntarle nada; y que este ejercicio podría contar hasta un treinta por ciento de nuestra nota de la primera evaluación si ella lo consideraba oportuno.
Mientras estaba escribiendo la letra «G», mi lápiz cayó al suelo. No sé cómo pudo rebotar en mi pie y salir despedido hacia la mesa de la profesora Maribel. ¿Qué debía hacer? ¿Pedirle otro lápiz a alguna compañera? ¿Pedirle a la profesora que me diera el lápiz que se encontraba a sus pies? ¿Levantarme a por él? De cualquier manera acabaría expulsada de clase con un cero en actitud, y en trabajo y exámenes. ¿Podría haberme quedado sin hacer nada durante toda la clase y dejar el ejercicio sin hacer? No; obtendría un suspenso en la asignatura, a pesar de ser la mejor alumna de la clase y la más aplicada.

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora