Capítulo 11: Desmayo

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Lo único que recuerdo antes de ir a parar al hospital fue desvanecerme como un flan. No recuerdo mucho más de mi caída. Desupés, cuando recobré el conocimiento, estaba en el hospital, en una habitación sosa con televisión, algún que otro pequeño y discreto cuadro, y periódicos y pasatiempos como sudokus o crucigramas.
El cuarto era lúgubre y deprimente, ya que apenas entraba el sol por la pequeña ventana con la que contaba el lugar.
Mi cama y sábanas eran blancas, como todas las del hospital. A mi derecha había una mesilla de noche con un teléfono fijo, un botón rojo y un sencillo reloj. Miré la hora: eran las tres y cuarto.
A mi lado izquierdo, se podía ver una mampara o bambalina, pero no veía qué había tras aquella cortina turquesa. Seguramente otra cama se hallaría en ese lugar.
Rápido llegó una señora enfermera, quien me informó de qué me había ocurrido y cuál era mi situación.

–¡Ah, así que te has despertado! ¿Has dormido bien?

–¿Cómo? ¿No estaba desmayada?

–Al principio sí, pero luego te echaste una siesta.

–¿Cómo sabes que no estaba inconsciente mientras "dormía"?

–¡Ah…! Cosas de médicos y enfermeros.

Me tomó la presión y la tensión.

Ahora sí estaba preguntando todas mis preguntas y dudas, porque se trataba de mi vida y salud. No me iba a quedar sin saber en qué estado me encontraba.

–Así que te tropezaste y luego te desmayaste, ¿eh?- dijo.

–¿Cómo…sabes eso? ¿Alguien vio cómo me caía?

–Pues sí; lo vio esta señora mayor tan maja mientras paseaba.

Una señora de unos setenta y cinco años se asomó tras la cortina para saludar, presentarse y explicar cómo me había visto caer y llamó a una ambulancia.

No figuraba ningún episodio en una ambulancia en mi memoria.

Le di las gracias. En ese intervalo de tiempo en el que yo le agradecía su preocupación y consideración, apareció un niño que decía ser su nieto.
Tendría unos siete años.

–Abuela, papá te está buscando fuera. ¡¡Hola!!- dijo al verme despierta -. ¡¿Ya te has despertado?!

«No, soy sonámbula y hablo dormida.» dije en mi mente.

–Sí.

–¿Ya te sientes bien?

–Sí.

Mi yo parlanchina había desaparecido y gracias a eso mi yo cortante y reservada estaba de vuelta.

–Sabes que mi abuela fue la que llamó a la ambulancia, ¿no?

–Sí.

–¿Sabes responder algo más que «sí»?

–Sí.

La enfermera y el abuelo se rieron.

–Hija, disculpa a mi nieto… Es muy curioso y le encanta hacer preguntas.

«Tranquilo, lo entiendo, yo también he sido así toda mi vida, sólo que yo me callo las preguntas y no las externo.» pensé.

–No pasa nada, es normal. Está bien que sea curioso.

Miré al niño y le sonreí.

El padre del niño entró en escena.

–Hola, hijo- saludó -. ¿Ah, ya se ha recuperado la chica?

Me miró alegre y aliviado.

–¿Dónde está Javi?- preguntó el niño.

–Tu hermano está esperando fuera con mamá.

El Sueño De ColibríDonde viven las historias. Descúbrelo ahora