Prólogo

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En la biblia lo decía, que el apocalipsis llegaría pero nunca nos mencionaron de que forma ni en qué momento, solo decían que del cielo bajarían a buscar a las personas y que serían juzgadas tanto en vida como en la muerte.

Corro lo más rápido que puedo, sosteniendome el vientre. Dina mi pitbull corre a mi lado esquivando los árboles de el bosque. De el cielo caen rocas prendidas en llamas, haciendo que el piso se sacuda con las detonaciones. Corro más rápido cuando escucho los disparos cerca, tengo que salvar a mi bebé. 

Un dolor agudo me azota la espalda haciéndome caer. Tengo que seguir, aquí no es seguro, Dina chilla con la proximidad de los que nos persiguen. Con dolor me pongo en pie, y sigo trotando. Un sonido en el cielo hace que lo mire.

Un meteorito color verde radioactivo alumbra el cielo, pasa delante de nosotras y cae cerca. Un mini terremoto un poco agresivo mueve la superficie. Otra punzada pero esta vez en el vientre, las lágrimas ruedan por mis mejillas, no sé si pueda salvarla.

El trote se vuelve lento, me duele demasiado, es como si me partieran en dos. Algo caliente me moja el vestido y me doy cuenta que rompí fuente. Me sostengo de un pino. A lo lejos se ve la luz de el meteorito, verde florecente, Dina posa una pata en mi estómago, es muy inteligente apenas tiene 6 meses desde que la adopté.

—No puedo ponerme en pie— susurro, ni hablar puedo.

Dina ladea la cabeza, se pone inquieta caminando de un lado a otro y aullando. No se que quiere, no la entiendo. Con los dientes agarra el vestido y hace que me levante con la poca fuerza que me queda en las piernas. Ella me lleva al cráter que se formó gracias al estrellón de la piedra estelar.

Es una roca gigante, verde, como la vi en el cielo. Dina me sigue jalando hacia ella, no me opongo no tengo fuerzas. Me suelta cuando estamos a centímetros de el meteorito. Caigo de rodillas frente a ella, para después terminar en el suelo cuando empiezan las contracciones. Trato de no gritar pero se me hace imposible el dolor es punzante, Dina se mantiene a mi lado cuidandome. Pujo con todas mis fuerzas, el cabello se me pega a la frente y al cuello por el sudor. Siento que ya no puedo más cuando escucho el llanto de un bebé.

La veo entre mis piernas llorando y toda llena de sangre, empiezo a llorar cuando notó su cabello dorado y con pequeños rulos, de repente deja de llorar y miro a Dina que tiene una pata en el meteorito. La bebé abre los ojos mostrandome un azul cielo hermoso. Es un ángel.  La felicidad dura poco cuando la roca brilla mucho encegueciendonos. Un líquido negro sale de la piedra, trato de agarrar a mi bebé pero Dina no me deja. El líquido alcanza a la recién nacida que se mantiene tranquila.

Quedo pasmada cuando las venas de mi bebé se marcan de el mismo color de la roca, a pesar de la sangre en su piel se ve claramente que su tono se pone pálido al instante. La tomo entre mis brazos, me quema las manos con solo tocarla pero soporto todo solo para darle un beso en la frente. Me mira y sus ojos azules se van tornando de un verde que da miedo, ya no se parece a mi, ya no parece un ángel. Es todo lo contrario.

No sé si es radiación o algo fuerte, pero me debilito poco a poco y se me va acabando las fuerzas. Rápido enrrollo al bebé en una manta y le coloco la mochila a Dina. Sé que ella la cuidará, porque yo ya no puedo.

—Te amo tanto— le paso los nudillos por la mejilla— No sé que te pasa, pero sé que vas a estar bien.

Su pelo se oscurece, volviéndose un negro azabache liso, ya no hay rulos, me mira sin saber nada, no es normal que tenga esa mirada tan vacía y sin sentimientos. Lo último que alcanzó a ver es que alrededor de su cuello se forma un péndulo color verde. Se la entrego a Dina que se deja poner la manta alrededor de su torso. Me ve como si se despidiera de verdad, quisiera poder decir que las buscaré pero no sé qué pasará a partir de ahora.

—Llevala a un lugar seguro— poso mi frente con la de ella—  no dejes que nada malo le pase.

Le acaricio el pelaje antes de dejarla ir, se va por el lado contrario que llegan las personas que me persiguen. La roca deja de brillar y se vuelve normal, el cráter desaparece con el manto de plantas que cubren todo de inmediato.

Me apuntan con un arma, levanto las manos en señal de rendición pero eso no funciona, porque lo último que escucho es un disparo.

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