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"Hoy y siempre"

Cuidado, ten mucho cuidado, pensaba yo mientras entraba de nuevo a mi antigua habitación en la central. Me quitaba la chaqueta, estaba asfixiada por toda la atención que me habían dado.

Cambié a una ropa más casual, iba a visitar a mi padre, si, me obligaba a llamarlo así.

Hela me decía que descansara pero no tenía mucho tiempo, mis días eran contados.

Bajé hasta las celdas y les pedí a unos soldados que me abrieran la puerta. Ahí estaba mi padre, me miró diferente a como lo había hecho antes, no había rencor, no había reto en esos ojos, esta vez me miró con miedo.

No le haré nada.

— Debiste matarme — le reclamé, sentándome justo al frente de él — Debiste hacerlo, pero no lo hiciste porque les ordenabas a tus guardias a que me llevarán a ti viva.

Bajó la cabeza, yo tenía razón, si el me hubiera mandado a matar de una las veces que me mandó a buscar, nada de esto estuviera pasando.

— No pude, no pude — repetía — eres mi hija, lo supe en cuanto vi tus ojos, me vi reflejado en ellos. No tuve el corazón de matarte.

— ¡Pero si lo tuviste para joderme todos estos años! ¡Siempre lo supiste! Yo lloraba día y noche tratando de saber de dónde soy y tú ni siquiera me permitiste saber mi origen.

— Fue por tu bien.

— ¡Fue una mentira!— repuse, ya no lagrimas tenía, esto me causaba más rabia que tristeza — ¡Todo fue un puto engaño! Tú querías que me llevará a Max, siempre supiste que haría, fui predecible para ti.

— Te observé por años, Aurela, ya sabía cómo harías las cosas, en eso te pareces a tu mamá.

— Ni la nombres.

Esto es un engaño y no quería seguir viviendolo, quería paz.

Me puse de pie, caminando de un lado a otro.

— Perdoname, actúe mal, lo sé, pero lo hice por ti— afirmó con sus ojos llorosos.

Asentí, le daría lo que tanto quería.

— Estás más que perdonado, por tenerme piedad, por llevar mi propia sangre eres libre de liderar tu ciudad como quieras — dije asimilando todo — pero yo misma voy a terminar lo que tú empezaste.

Su expresión se arrugó en dolor, él había entendido lo que iba a pasar.

Trató de detenerme cuando salí de la celda pero era tarde, demasiado tarde.

— ¡Aurela! ¡No lo hagas! — sus gritos se escuchaban mientras me alejaba — ¡Por el amor de Dios!

Pronto lo soltarian para irse a su ciudad y podría seguír gobernando como si nada, nada cambiria, sin embargo, se que le va a doler toda la vida estar en ese trono de rey.

La noche cayó, estaba asomada en el balcón, los árboles ya no tenían hojas, estaban secos,  ya nada era de color verde, si no de un tono muerto.

Recibimos una carta de Jardín, en donde decían que la ciudad estaba muriendo a causa de la contaminación, de nuevo sería desalojada.

Al día siguiente todos salimos corriendo al la orilla del mar, ahogué un jadeó al ver un montón de peces muertos, las olas eran negras, el mar sucio, cuando era tan cristalino.

— ¡Esto es una desgracia!— decía una señora.

— Yo sabía que no íbamos a durar mucho— secundaba otra viendo con asco a los peces que ya desprendían un mal olor.

Elementos: Guardianes De El Mundo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora