Los siguientes días pasaron lentos y tristes. Agatha apenas tenía ánimos para nada. Hacía sus correspondientes tareas, pero el resto del tiempo se quedaba sentada en algún sillón de la casa. No salía de la gran casa, tampoco iba a visitar a las cocineras ni a los establos. Ni siquiera leía. Tanto Margot como la señora Sabadell estaban algo preocupadas. Incluso la tutora accedió a dejar abierta la puerta de las vallas para que pueda ir a la casa de Maximiliano por el jardín cuando quisiera. El padre de poco se enteraba ya que estaba últimamente más ocupado de lo normal. Varios fueron los intentos fallidos para que saliera de casa o hiciera algo por su cuenta. Sin embargo, Agatha seguía muy triste por la inesperada marcha de su única amiga en la vida. Ni siquiera le pudieron dar la dirección exacta de donde residiría en Alemania para mandarle alguna carta.
Por otro lado, el inocente y joven Maximiliano había esperado todas las tardes en el punto de encuentro con la esperanza de que ella apareciera. Aunque no entendía del todo cómo era posible tanta tristeza y depresión por un asunto como ese, él era consciente de que su amiga no estaba bien, y de que necesitaba tiempo.
Sin embargo, una mañana el joven italiano se despertó con energía pues se le había ocurrido una idea.
Poco antes de la tarde, Maximiliano fue a la mansión de Los Rivera y se escabulló, como bien le había enseñado Agatha, en la cocina.
· Agatha cariño, ¿quieres montar a caballo hoy? - dijo Margot con voz dulce
· No gracias.
· Bien. - respondió Margot algo decepcionada.
· Pues al menos te pido que vayas a dar una vuelta por el jardín. Cariño, te vendrá bien salir de casa, por favor.
Agatha la miró con tristeza. Pero al ver la cara preocupada de su madrastra reaccionó.
· Bien.
Margot sonrió levemente y con algo de satisfacción.
En el jardín, Agatha respiró profundamente el aire fresco del campo y observó el hermoso atardecer. Empezaba a darse cuenta de que no podía seguir así. De que echaba de menos su antigua vida.
Al regresar se encontró con una sorpresa, sobre el sillón había un puñado de galletitas de frutos del bosque. Al acercarse vio que aquellas galletas eran deformes y alguna estaba rota o agrietada, era imposible que lo hayan hecho las cocineras. Entonces, ¿quién había sido?
Inmersa en el misterio de las galletas corrió a las cocinas con intenciones de resolver el misterio.
Al llegar no había nadie, sin embargo, pudo oler el aroma de las galletas que habían quedado en el horno. Apareció una de las cocineras,
· Oh, cariño qué rápido has aparecido.
· Esto... ¿lo habéis hecho vosotras?
La amable cocinera sonrió. Inmediatamente Agatha pensó que a lo mejor las ofendía si preguntaba por el estado de las galletas.
· Muchísimas gracias, son mis galletas favoritas, agradezco mucho el detalle, me las comeré con gusto...
· Señorita - le cortó de pronto la cocinera – nosotras no hemos cocinado esas galletas.
Agatha la miró confundida.
La cocinera se rio.
· ¿Entonces?
· Digamos que un pequeño y elegante muchacho venció a su gran timidez y vino a pedirnos el favor de ayudarle a hacer las galletas favoritas de su triste amiga con motivo de darle una alegría y hacerla sonreír
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Agatha conoce a Maxi.
RomanceAgatha y Maxi, dos amigos aristocráticos cuyo amor traspasará los muros de la sociedad de principios de siglo 19.