Maximiliano insistió en irse, tardó tan solo diez minutos en encontrar a su amigo en uno de los rincones del jardín seduciendo a una joven.
- Roberto, vámonos
- p-pero si ni siquiera son las diez - discutió su amigo.
- he dicho que nos vamos.
- venga quillo ni siquiera en Inglaterra te marchas tan temprano...
- si no vienes con nosotros te quedarás aquí y te aseguro que no hay taxis por esta zona - y se marchó.
Roberto se resignó a regañadientes a obedecer.
Una vez en casa, Maximiliano no dudó ni un segundo en escaparse e ir a la casa de su amiga.
Comenzó caminando, luego fue más y más rápido hasta acabar corriendo por el camino de tierra que tantos recuerdos le daba haciendo que su emoción aumente y con ello su velocidad.
Habían instalado más farolas eléctricas así que el camino estaba iluminado.
Al llegar a la gran casa tuvo que tragar saliva para intentar controlar su emoción por volver a ver aquella gran casa que tan familiar se le hacía.
Pensó en que debía acercarse mañana a saludar a la señora Rivera y a la señora Sabadell, durante estos años había recibido cartas de ellas por navidad y verano preguntando por él, habían sido muy amables y las apreciaba mucho.
Sin embargo, ese no era el momento para saludos. Agitado, sudado y en mitad de la noche, estaba claro que no era el momento idóneo.
Sin pensarlo dos veces corrió a la ventana del dormitorio de su amiga. Una vez ahí, comprobó que nadie le había oído y que su luz estaba apagada, supuso que estaría durmiendo.
No se lo pensó dos veces y como en los viejos tiempos, cogió un par de pequeñas rocas del suelo y las lanzó al cristal.
No hubo reacción alguna. El joven frunció el ceño algo frustrado, no se iba a rendir tan fácilmente, necesitaba hablar con su amiga. Volvió a repetir la hazaña, tiró un par de piedras que rebotaron en la ventana y esperó a que la silueta de su amiga apareciera.
Tras un par de intentos más, el joven se dio por rendido, se sentó en el suelo y se llevó las manos a la cabeza debido a la frustración mientras aguantaba sus ganas de gritar, quería ver a su amiga.
- ¿Maxi? - una voz familiar le sorprendió y asustó - ¿eres tú?
Maximiliano entrecerró los ojos para reconocer la silueta que le había asustado, era la señora Sabadell, algo más canosa y con más arrugas, pero era ella.
- señora Sabadell - dijo con voz rota.
- oh querido - la señora se abalanzó a darle un fuerte abrazo. Maximiliano lo recibió con tanto cariño que incluso dejó escapar sus emociones y comenzó a llorar.
- señora Sabadell - dijo mientras lloraba y la abrazaba más fuerte.
- oh querido... - la amable niñera le consolaba acariciándole el pelo y esperando a que se desahogara del todo.
Tras un emotivo reencuentro, se separaron para verse las caras sin dejar de sostenerse de los brazos.
- qué haces aquí querido, alguien podría confundirte con un ladrón.
- la he visto señora Sabadell, la he visto en el baile de hoy.
- oh - se lamentó ella - con que ya la has visto querido - dijo con tono triste.

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Agatha conoce a Maxi.
RomanceAgatha y Maxi, dos amigos aristocráticos cuyo amor traspasará los muros de la sociedad de principios de siglo 19.