02. Funeral

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—Gabri, gracias por venir. —Iván me abraza desesperado en la sala de espera. Todavía no le han dicho nada. —Es culpa mía... llegué... llegué del trabajo y ya estaba en el sue-suelo, tirada...

—No es culpa tuya, Iván. Esas cosas pasan.

—Pero si no tu-tuviese tanto trabajo habría llegado antes. —No para de hablar entrecortado debido al llanto.

Antes de que pueda seguir consolándole, unos pasos se acercan cada vez más rápido hacia nosotros. En un principio me planteo que es Alaia, nuestra madre, pero mi sorpresa es evidente cuando veo llegar a toda prisa a la muchacha que me había atendido por la mañana.

Se acerca a uno de los médicos que está saliendo de la habitación de mi cuñada. —¿Cómo está? ¿Cómo está ella? —Su voz suena desesperada, ha estado llorando. —Soy su hija.

Mi corazón se acelera instantáneamente y mis ojos se abren de par en par. Las cejas se elevan en una expresión de sorpresa y preocupación, mientras mi boca se abre por el shock. Todos a mi alrededor también parecen detenerse por un momento, capturados por la inesperada declaración. La tensión en el aire es palpable, y mi mirada se enfoca intensamente en la escena.

Otro médico sale de la habitación y camina hacia nosotros con pasos lentos y pensativos. Lleva consigo una mezcla de emociones, no es nada bueno, mi hermano se aferra más a mí.

Cuando llega, respira profundamente como si quisiera reunir fuerzas antes de soltarlo. Mi madre aparece de repente, sofocada, ha venido corriendo hasta aquí. Iván me suelta y se aferra a ella. Está ansioso y preocupado. Su rostro refleja la esperanza y el miedo a la vez.

El médico, con una mirada compasiva pide que nos sentemos. Busca establecer un ambiente de tranquilidad y empatía. El silencio se instala en la sala, solo interrumpido por el sonido de los suspiros y latidos acelerados de los presentes. Todos miramos al médico con los ojos llenos de expectación, conscientes de que las palabras que están por venir dolerán demasiado.

—La paciente ha fallecido debido a un infarto cerebral. —Con voz firme pero llena de compasión lo anuncia. El impacto de esas palabras golpea como una ola, dejándonos en estado de shock.

El llanto y los sollozos llenan la sala. Mi hermano se aferra a nuestra madre, buscando consuelo en el abrazo compartido. La niña se cubre la boca con las manos, incapaz de procesar la devastadora noticia. El dolor se vuelve palpable, colmando el ambiente con una tristeza profunda.

El médico continúa hablando, brindando información adicional sobre los eventos que llevaron al trágico desenlace. Explica con paciencia y detalle el infarto cerebral, cómo afectó a la paciente y qué se hizo para tratar de salvarla. Nadie parece estar escuchándolo. Finalmente, el médico se despide del grupo, dejándonos con palabras de condolencia.

Me acerco a Aida, está sentada en el suelo hecha una bolita, no puede parar de llorar. Me agacho y me siento junto a ella. No me sorprende que salga de su refugio para aferrarse a mí, necesitada de un abrazo o alguna muestra de apoyo.

Tras una media hora larga y dolorosa parece que está calmada del todo aunque aún suspira por la falta de aire del llanto anterior. Se suelta poco a poco aunque seguimos estando a muy poca distancia.

—¿Quieres que llame a alguien para que venga a recogerte?

—No hay nadie más. —Susurra pero apenas puedo oírla así que se lo hago saber. —No hay nadie más.

—Pero no vives con tu madre. —Afirmo conociendo el lugar donde vivía mi cuñada. Estaba vacío y solitario. Un pequeño estudio en el que apenas cabía ella.

—Vivía con mi abuela hasta hace unos días. Tuvieron que trasladarla porque era bastante peligrosa para mí. He estado viviendo en el estudio de mi madre mientras que ella estaba en casa de un amigo...

Quererte en silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora