44. Confía en mí

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—Aida, has escuchado la conversación que he tenido por teléfono, ¿verdad?

Asiente sutilmente, arrepintiéndose por haberlo hecho, aunque no sé si es porque sabe que está mal o porque podría haber evitado la conversación.

—¿Hay algo que quieras preguntarme?

—No.

—No te cierres en banda. Sé que tienes dudas, inseguridades... Yo también las tengo, pero para eso es importante que hablemos. Tenemos que solucionar las cosas entre nosotras.

—Cuando dices nosotras, ¿a cuántas personas te refieres? —La pregunta sale de sus labios con rabia.

—A tí y a mí. No tengo ojos para otra. Eres la mejor persona que la vida me ha podido dar. No hay cabida para ninguna otra. Me has hecho sentir de nuevo, y desde que te conozco soy mejor persona. Te pienso todos los putos días a todas horas.

—No, si las palabras se te dan genial, pero eso no quita lo que oí de tu conversación "de trabajo" —Veo que exagera el entrecomillado.

—Es complicado, porque no te puedo dar explicaciones y eso lo hace más sospechoso. Sólo te pido, por favor, que confíes en mí. Sé que es mucho pedir, pero te aseguro que no te estoy engañando. Puedes preguntarme lo que quieras, intentaré resolverte todo lo que pueda y lo demás te lo resolveré a muy corto plazo, cuando pueda, ¿vale?

—En el tiempo que estuvimos separadas, ¿tú...? —No termina la frase pero sé a qué se refiere.

—La última vez que yo tuve algo con alguien que no fueras tú, fue la vez que llegué tan borracha a casa con una ropa interior en el bolso que no era mía.

—Pero yo he hablado con tus amigos y no había semana que no hicieras algo con una chica. Llegué a pensar que no te acostabas conmigo porque no te gustaba o no te atraía sexualmente o algo así. Tengo miedo de que te canses de mí. — Agacha la cabeza con la última declaración. Me acerco a ella en el banco y paso mis piernas por ambos lados rodeando su cintura. Levanto su cabeza agarrándola de la barbilla para que no evite mirarme a los ojos.

—Aidi... ¿tú te escuchas? Si tan sólo con tu cercanía, así tal como estamos, se me eriza la piel. Sólo con mirarte mi cabeza vuela y mis pensamientos se dirigen hacia las distintas formas en las que podría hacerte gemir mi nombre. Eres la primera mujer con la que he disfrutado tanto, porque nunca antes había sentido lo que sentí cuando lo hice contigo. No es solo deseo, es conexión y amor. Eres perfecta, en todos los sentidos. No quiero que tengas dudas con eso. Y si es necesario, prometo hacerte sentir un poquito más segura cada día, y decirte todos los días de mi vida que te quiero y que te amo.

Me acerco a Aida decidida a sellar nuestra reconciliación con un beso tierno en los labios. Nuestros rostros están a milímetros de distancia cuando una voz desagradable nos saca abruptamente de nuestro momento de intimidad. La monja, con un crucifijo y una expresión de disgusto, se nos acerca con la mano en alto, como si quisiera bendecirnos.

—Estáis desviadas. Ese no es el camino del Señor. No es lo natural. Dios creó al hombre y a la mujer para que puedan reproducirse. Todavía no es tarde para curarse, sois jóvenes. Tomad el camino del Señor y no arderéis en el infierno. —Nos recrimina con severidad.

Aida, aunque sorprendida y molesta por la interrupción, mantiene la calma y responde con firmeza. —Respetamos tus creencias, pero el amor no entiende de género ni de normas impuestas por otros.

Apoyo sus palabras. —Somos ateas, señora, váyase y deje que arregle las cosas con mi mujer.

La monja, evidentemente insatisfecha con nuestras respuestas, se retira, dejándonos en paz nuevamente.

Quererte en silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora